Los
sucesos de las últimas semanas han desnudado la incapacidad del gobierno para
plantear una estrategia de contención coherente a la emergencia de este tipo de
grupos neo-senderistas, como es el caso del MOVADEF. Las únicas acciones
visibles del gobierno han estado orientadas a penalizar las acciones de este
movimiento, a través del proyecto de la ley del negacionismo que se va a
debatir en los próximos días en el Congreso de la República.
Mientras
tanto, los partidos políticos democráticos se desgastan en acusaciones mutuas
respecto a las vinculaciones de unos con Sendero o la responsabilidad de otros
en la aparición del MOVADEF. Somos una sociedad polarizada que todavía no puede
ponerse de acuerdo para erigir un Museo de la Memoria y definir cómo deben ser
recordados los actores de ese conflicto. Seguimos discutiendo a quiénes les
competen las responsabilidades de los hechos ocurridos durante aquellos años. Muchas
voces todavía desconocen o quieren desconocer la participación de los militares en
violaciones a los derechos humanos, cuando se han encontrado fosas comunes en
la base “Los Cabitos”. El Informe de la CVR ha sido duramente
desprestigiado por su supuesto sesgo antimilitar, pero no existe otro documento
tan logrado que nos pueda informar a ciencia cierta qué es lo que pasó durante
aquellos años.
En suma, desde
la extinción de Sendero como amenaza para la gobernabilidad del país, la
sociedad democrática no ha tenido la capacidad de alcanzar consensos básicos
sobre los hechos ocurridos en el país durante aquellos años, y así lograr avanzar
hacia una nueva etapa en donde se pudiera fomentar una cultura de paz y de convivencia
democráticas. Nuestra solución más eficaz se centra en la aprobación de una ley
del negacionismo, que sataniza y penaliza cualquier tipo de expresión de estos
grupos neo-senderistas.
Un gran
problema de nuestros políticos es que muchas veces piensan que todos los
problemas del país se resuelven solo con la creación de nuevas leyes. Bajo esa
lógica, cualquier conducta éticamente reprobable se podrá resolver creando una
ley que la penalice. Así, el problema de los violadores de niños se resolverá
con una ley que condene a estos sujetos a la castración química, o como algunas
voces lo han sugerido reiteradamente, a la pena de muerte. Muerto el perro,
muerta la rabia. Cualquier política orientada a estudiar y resocializar la
conducta de estos tipos no tiene los mismos dividendos políticos que el
llamado a la mano dura.
Las
acciones del gobierno ante la aparición del MOVADEF vuelven a caer en la misma
lógica. Una ley que persiga judicialmente todo tipo de manifestación a favor de
Sendero servirá para acabar de una vez por todas con estos remanentes del
terrorismo. Silenciemos a “los malos” y así seremos una democracia más
perfecta. Es la solución más fácil: si no me gusta alguien, no debato con él,
lo desconozco, lo descalifico; y encima, lo denuncio para que no vuelva a
manifestarse públicamente.
En las
circunstancias actuales, donde no hemos alcanzado consensos mínimos que nos
permitan reconciliarnos y alcanzar una cultura de paz, dejando de lado todo
tipo de extremismos, resultaría muy perjudicial una ley como la del
negacionismo, que limita el derecho a la libertad de expresión bajo una
supuesta “defensa de la democracia". Una ley del negacionismo otorgaría un
gran margen de arbitrariedad a cualquier gobierno de turno para perseguir y
condenar a aquellos grupos que “atentan” contra la democracia. En la actualidad,
asistimos a la concurrencia de muchos conflictos sociales donde -aparentemente-
existen células o grupos vinculados al MOVADEF infiltrados; o en todo caso la prensa los "descubre” para descalificar a diversos movimientos sociales, cuyas demandas
pueden ser muy legítimas. Un importante sector de los medios de comunicación se
encarga de alimentar diariamente la percepción de que muchos movimientos con
demandas postergadas o cuyos territorios se ven amenazados, tienen algún tipo
de vinculación con Sendero. En esa línea de razonamiento, todos aquellos
catalogados como “contrarios al desarrollo” o de izquierda, probablemente
tengan algún tipo de afiliación senderista.
De esa
manera, en el caso de aprobarse una ley del negacionismo, el MOVADEF podría ser
usado como una herramienta muy útil por parte de los grandes grupos políticos y
económicos que detentan el poder para satanizar todo tipo de oposición de la
sociedad civil organizada, cualquier cuestionamiento al status quo existente.
Existen
muchos sectores conservadores interesados en que no se conozca realmente qué
fue Sendero y qué es lo que pasó realmente durante aquellos años de terrorismo.
Prefieren proscribir a movimientos como el MOVADEF y hacerlo “aparecer” cada
vez que resulte útil a los intereses del poder, tergiversando la información y
vinculando todo lo izquierda o “progresista” con el terrorismo. Sendero aparece
así como la condenación al infierno, el miedo a la muerte, el “cuco” que
aparece en nuestras peores pesadillas o se esconde bajo nuestra cama; no lo
conocemos y tampoco nos interesa conocerlo, porque sabemos que es algo
intrínsecamente malo y solo nos queda condenarlo y denunciarlo ante la Santa
Inquisición que la derecha fanática pretende instaurar en el país.
Nuestro
problema más grave es que el gobierno actual viene siendo influenciado por esta
corriente reaccionaria, lo cual lo único que propicia es la victimización del
MOVADEF, su mayor aparición mediática y la incorporación de nuevos adeptos. La
cabeza de lanza de esta agrupación son los jóvenes, jóvenes que no vivieron la
insania terrorista y que ahora buscan algún medio para canalizar su descontento
con un sistema que consideran injusto e inequitativo. El fracaso de nuestro
sistema político se traduce en la aparición de estos fundamentalismos
políticos, sean de izquierda o de derecha.
Cabría
pensar si la mejor solución es apresar a un joven de 18 años que pide la
liberación del presidente Gonzalo, cuando él solo ha conocido la versión de los
hechos bajo el prisma del MOVADEF. Cabría reflexionar qué hemos hecho como
sociedad para que este joven pueda conocer la real dimensión de la barbarie
terrorista. Cabría preguntarse qué tanto hemos avanzado en ser “democráticos”.
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