El factor tierra en la actual crisis política paraguaya
El violento desalojo de la Hacienda
Curuguaty en el noroeste de Paraguay, en el cual murieron 11 campesinos y 6
policías, y que sirvió de justificación al juicio político y destitución del
Presidente Fernando Lugo, representa un nuevo episodio del histórico y
dramático problema paraguayo en torno al acceso a la tierra.
El despojo de la tierra en
Paraguay es de larga data, adoptando muchas caras y medios para legitimarse en
el tiempo, pero siempre tendiendo hacia su concentración en pocas manos y en
perjuicio del poblador rural. Primero, mediante el régimen de encomiendas
colonial. Luego, a través de políticas implementadas por gobiernos republicanos
de fines del siglo XIX, que favorecieron la concentración de tierras por el
capital privado extranjero. Para ello se inventaron artilugios legales como la
“Ley de Venta de Tierras Públicas” en el gobierno de Bernardino Caballero, que
obligaba a los campesinos paraguayos a vender sus tierras si no contaban con un
título de propiedad, cuando los gobiernos anteriores a la Guerra de la Triple
Alianza (1864 – 1870) habían dado en usufructo las tierras a estos mismos
campesinos a cambio de trabajarlas.
En la primera parte del siglo XX
se impulsaron procesos de reforma agraria que no se cumplieron a cabalidad,
debido a la presión de los sectores más poderosos del país, ligados
directamente a los intereses de los terratenientes. Posteriormente, durante la
larga dictadura de Stroessner, la situación se agudizó, pues enormes
extensiones de tierra fueron entregados a amigos, políticos, militares y
personas allegadas al dictador. A las tierras regaladas por la dictadura se les
denomina “tierras mal habidas”, y las investigaciones posteriores han
determinado que durante ese período se adjudicaron ilegalmente más de 7
millones de hectáreas.
En los últimos tiempos, nuevos
factores vienen influyendo en el problema del acceso a la tierra en Paraguay.
Por un lado, la producción extensiva del algodón y, especialmente, la soya,
cuya expansión ha tenido un impacto decisivo en el aumento de los precios de los
terrenos aptos para la agricultura. La paulatina inserción de inmigrantes
brasileños y especuladores de tierras en estos cultivos extensivos, ha
permitido la concentración de tierras frente a un sector rural (casi la mitad
de la población paraguaya) al que cada vez le resulta más inalcanzable acceder a
la tierra para la producción de alimentos básicos y para abastecer el mercado
interno.
Todos estos factores, sumados a
las periódicas crisis económicas del Paraguay que aumentan la presión sobre la
tierra, han permitido el surgimiento de movimientos reivindicatorios de
campesinos “sin tierra” de toda índole, aumentando la conflictividad social de
forma dramática en torno a este cada vez más escaso y costoso factor productivo.
Las tomas de tierras efectuadas por los campesinos organizados, han conllevado
numerosos enfrentamientos con las fuerzas del orden, generando inseguridad
jurídica en la propiedad de la tierra y una profunda desconfianza entre los
sectores enfrentados: el campesinado sin tierra y los grandes empresarios
agrícolas y ganaderos.
Comunidad guaraní acampando en la Plaza Montevideo en Asunción. Foto: Leonidas Wiener (tomada el 05/12/11). |
El destituido Presidente Fernando Lugo asumió como suyas las reivindicaciones de los campesinos “sin tierra” durante su campaña electoral. Sus propuestas de gobierno se basaron en la aplicación de una postergada reforma agraria, buscando resolver el problema con la redistribución de la tierra. Esto lo llevó a aliarse con las organizaciones de campesinos “sin tierra”. No obstante, para poder llegar a la presidencia, tuvo que moderar su discurso y situarse en el “centro”, aliándose con el Partido Liberal, segunda fuerza política del país. Cualquier parecido con las últimas elecciones en el Perú (no) es pura coincidencia.
Las concesiones que tuvo que
otorgar Lugo a la derecha y a los grupos de poder ligados a los latifundistas,
para poder llegar al poder y gobernar hasta el momento en que se produjo el
último conflicto, frenaron su programa inicial de reforma agraria. La presión
de los movimientos sociales campesinos por acelerar el proceso de reforma,
empoderados por una supuesta connivencia con Lugo, impulsaron a un grupo de
ellos a tomar la Hacienda Curuguaty, produciéndose el trágico desenlace.
Las consecuencias son ya
conocidas: el Partido Liberal rompió su alianza con Lugo, uniéndose al Partido
Colorado para defenestrarlo debido a una supuesta “mano blanda” para detener la
amenaza social de los campesinos sin tierra. El Partido Colorado es el
tradicional partido de la derecha (que gobernó Paraguay durante 61 años,
interrumpidos con la asunción de Lugo), cuyos intereses se encuentran ligados
con los grandes terratenientes. Por lo tanto, el problema del acceso a la
tierra en Paraguay se recrudecerá en esta nueva etapa, polarizando las
posiciones y reduciendo los espacios de diálogo y propuestas que puedan
incorporar las necesidades de los campesinos desarraigados.
Resulta inevitable comparar el
caso paraguayo con la situación política actual del Perú. El Presidente Ollanta
Humala viene perdiendo las bases populares que lo llevaron al poder y que
tienen demandas igualmente postergadas. La gran mayoría de estos reclamos
tienen como eje, el uso y disposición de las tierras, de los territorios que
estas poblaciones habitan y utilizan como medios de vida. Así, la amenaza de la
expansión de la soya en Paraguay se traduce en el Perú, como la resistencia a
las industrias extractivas por parte de capitales privados.
La desconfianza creciente de un
gran sector de la población que se siente engañado por el cambio de rumbo del
gobierno de Humala respecto a sus propuestas iniciales, podría configurar un
escenario político similar al de Paraguay (recuérdese Bagua). La fragilidad de
la bancada de gobierno y la falta de un partido político medianamente
organizado que lo respalde, podrían colocar a Humala en una posición bastante
vulnerable si los demás grupos políticos conservadores consideran que el Presidente
no se encuentra lo suficientemente capacitado para resguardar los intereses
ligados al gran capital y la explotación de los recursos naturales.
Por lo tanto, los recientes
sucesos en Paraguay deberían constituir un llamado de atención para que el actual
gobierno peruano, reencuentre un rumbo de entendimiento con ese sector
históricamente postergado que lo votó, reduciendo los espacios a las posturas
extremas en ambos lados del espectro político.
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