sábado, 16 de marzo de 2013

Por los senderos de la ayahuasca



Todos buscamos continuamente respuestas que -de alguna manera- den sentido a nuestra vida. Respuestas que nos permitan encontrar nuestra estrella, el sendero correcto a cruzar. Las vicisitudes de esta agresiva vida moderna nos generan dudas, miedos, nublan nuestro corazón y nos alejan de nuestra senda. Vivimos al acecho de numerosos demonios, y algunos los creamos nosotros mismos. Muchos no son conscientes de ello, pero al igual que todos los demás, no dejan de buscar respuestas.

Respuestas buscaba la primera vez que decidí ir al Centro Situlli para probar ayahuasca, hace más de 2 años y medio. Esa primera sesión fue sumamente esclarecedora respecto a lo que venía buscando, y puedo decir con seguridad que marcó un antes y un después en el desarrollo de mi vida. Tras esta primera experiencia pasó un tiempo durante el cual la planta madre jamás dejó de acompañar mi camino, hasta que decidí retornar a Situlli casi un año después. En esta segunda prueba pude reforzar muchas certezas que había alcanzado la primera vez, así como también purgarme de sentimientos negativos y sanar algunas heridas. Pero el devenir de la vida misma nos coloca siempre ante nuevos cuestionamientos, dudas, y de esa forma, ante nuevas preguntas por responder. Así, un año y medio después de mi segunda visita a Situlli, sentía que ya era hora de regresar una vez más...

Tarapoto es la primera parada antes de llegar al Centro Situlli. Al aeropuerto de esa ciudad llegué un lunes en horas de la noche con mi amiga Helen, quién a última hora decidió acompañarme para participar de la sesión y probar por vez primera la ayahuasca. Afuera del aeropuerto nos esperaba Jhon Bautista, quién apoya a Winston Tangoa, curandero de Situlli, recibiendo a los continuos visitantes que llegan a Tarapoto y embarcándolos al Centro. También apoya en la logística, llevar las cuentas y cobrar los costos de las dietas y las sesiones. Luego me enteraría que Jhon es hermano de Sonia, la esposa de Winston.

Como era tarde, ese día no pudimos trasladarnos al Centro Situlli. Temprano en la mañana fuimos con Jhon a la casa de Winston Tangoa en las afueras de Tarapoto. Ahí, sin la presencia de Winston (quién nos esperaba en Situlli), Helen y yo llenamos nuestra historia clínica, pagamos la sesión de ayahuasca y respondimos una serie de preguntas que Jhon nos hizo respecto a los propósitos que buscábamos alcanzar durante nuestra visita. Como él nos explicó, la idea con esta entrevista introductoria es evaluar cuáles son las reales intenciones de las personas que acuden a Situlli a hacer ayahuasca o dietar, pues muchos no toman con la debida seriedad el asunto y quieren probar ayahuasca porque buscan algo más intenso para alucinar de lo que han probado antes. Por ello se trataba de evitar a aquellas personas que no reflejaran un real compromiso con el trabajo de introspección personal y limpieza energética que conllevaba el internamiento en Situlli.

En lo que a mí respecta, le conté a Jhon que mis 2 experiencias anteriores tomando ayahuasca me habían servido mucho en mi desarrollo personal, en cerrar conflictos internos, vencer miedos, disipar algunas dudas y alejar sentimientos negativos que albergaba y que me impedían vivir en total tranquilidad conmigo mismo. Pero el paso del tiempo (hace más de un año y medio que no había tomado la planta) y la asunción de nuevas responsabilidades, presiones y cargas, habían reavivado ciertas incertidumbres sobre el sentido de mi existencia, lo que me deparaba el futuro, lo difícil que es hacerse una vida y encarar esta dura realidad, entre otros sentimientos turbadores. De esta conversación con Jhon surgió el tema de la dieta de plantas medicinales. Me inquietaba saber cuál era la diferencia entre lo que yo pretendía hacer (que era hacer una sesión de ayahuasca y luego irme al día siguiente) y la otra opción de la dieta, que implicaba quedarme varios días en Situlli tomando diversas plantas medicinales (en complementación con la toma de ayahuasca). Jhon me contó de su experiencia personal que la dieta es muy importante para encontrarnos con nosotros mismos y para afianzar nuestros objetivos personales. El ayahuasca es una parte de, pero la dieta entraña un trabajo integral a nivel energético. Por tanto, requería un mayor tiempo de internamiento y un firme compromiso personal, pues demandaba de uno el aislamiento, tomar alimentos especiales y privarse de muchas cosas. La opción de hacer una dieta me quedó flotando en la cabeza, a pesar de que modificaba mis planes iniciales. Pensé en esos momentos que todavía tenía tiempo para tomar una decisión sobre lo que iba a hacer en los siguientes días.

Culminada esta entrevista con Jhon, nos embarcamos para el Centro Situlli. Primero fuimos a un paradero de autos que se dirigía al distrito de Chazuta, ubicado a 50km de Tarapoto en dirección noreste. Chazuta es un distrito contiguo al río Huallaga, que mucho más al norte confluye con el gran río Amazonas. Ahí tomamos una peke peke y nos dirigimos en dirección noreste siguiendo la corriente del río, atravesando diversos caseríos y cabañas que han crecido de forma aledaña a sus riberas. Una media hora después entramos en una vertiente angosta del río en su margen izquierda, llegando al centro poblado de Llucanayacu. Descendimos del bote y comenzamos a caminar selva adentro, alejándonos del curso del río. Caminamos cerca de media hora por un sendero que atraviesa los linderos de numerosas chacras (donde se cultiva café, cacao, maíz, yuca, entre otras cosas), y también tuvimos que vadear el río Llucanayacu un par de veces con cierta dificultad. Nos encontrábamos en plena temporada de lluvias y el caudal del río había aumentado. Finalmente llegamos al Centro Situlli. Ahí fuimos recibidos por Winston Tangoa y Segundo, su ayudante y mano derecha, el cual nos llevó a nuestra habitación en una gran cabaña de dos pisos que se había levantado recientemente. 

Vista de la ribera del río Huallaga camino al centro poblado Llucanayacu. 

El Centro Situlli comprende un terreno de 25 hectáreas aproximadamente (según me contó después Winston), por cuyos linderos corre el río Llucanayacu, dándole un cariz sumamente especial. En la zona más próxima al río se ubica el comedor principal y la cabaña de dos pisos donde me estaba hospedando, que al parecer se utiliza para los huéspedes transitorios que no van a dietar o quedarse muchos días. En la parte de atrás se encuentran las cabañas habitadas por Winston, Segundo, y sus respectivas familias, además de una gran maloca circular recién construida donde actualmente se hacen todas las sesiones de ayahuasca. En ella pueden entrar más de 25 personas. A su lado se ubica una pequeña maloca rectangular donde se solían hacer estas ceremonias, y en donde yo había experimentado la planta las dos primeras veces que acudí a Situlli. Ahora esta maloca se usa como tendedero de ropa. El terreno se extiende a lo largo y ancho monte arriba, encontrándose numerosos tambos desperdigados en toda el área. Estos tambos consisten en unas pequeñas cabañas donde se hospedan las personas que van a hacer dieta de plantas medicinales y que por lo tanto van a permanecer en Situlli un mayor número de días (como mínimo 5 días por lo general). Cada tambo se encuentra aislado del otro, de modo que las personas que dietan están incomunicadas. Como me comentó Winston días después, Situlli puede acoger hasta 50 dietistas aproximadamente, lo que significa que existe un número significativo de tambos alrededor (yo no llegué a ver más de 15).

Apenas llegué me instalé en uno de los cuartos de la cabaña y bajé a almorzar. Ahí estaban Winston y su familia: su esposa Sonia, su segundo hijo Kenji (su viva imagen) y el más pequeño de unos 7 u 8 años, Gil Abraham. La hija mayor de Winston se encontraba en Tarapoto, siguiendo sus estudios de Derecho en la universidad. También se encontraban Segundo con su esposa Marta, su hijo Alexis, y sus hijas Yuli y Yaritza. Todos ellos conformaban por el momento la familia Situlli, por lo menos hasta que los chicos tuvieran que retornar a Tarapoto a mediados de marzo para el inicio de las clases. Las vacaciones de verano eran un buen momento para que ambas familias pudieran reunirse y pasar una temporada juntos en Situlli, lo cual no sucede durante el resto del año. Almorcé un par de huevos fritos con arroz y un poco de ensalada fresca. Luego me senté a charlar un rato con Winston. No puedo decir que fuéramos grandes amigos. Mis visitas al Centro habían sido muy cortas y esporádicas. Pero sí sentía que perduraba un vínculo amical debido a la empatía que habíamos alcanzado en nuestros primeros encuentros. Lo felicité por los buenos cambios que se respiraban en Situlli, con la construcción de la gran maloca y la cabaña de dos pisos. Le pregunté también cómo había estado la carga de trabajo últimamente. Dijo que por el momento había dos franceses dietando, pero hace pocos días se había ido un grupo grande de europeos que había permanecido un poco más de un mes. Este grupo había pasado año nuevo y navidad aislados en sus malocas y comiendo sin sal. Pero ahora todo estaba mucho más tranquilo.   

Vista del comedor del Centro Situlli en primer plano, y al fondo la cabaña de dos pisos que recientemente se ha construido para hospedar a visitantes.

En esos momentos todavía no estaba seguro que iba a hacer, si quedarme varios días o irme al día siguiente luego de la sesión de ayahuasca. Había pensado un poco en el camino a Chazuta la posibilidad de cambiar mis planes iniciales, pero no estaba seguro, necesitaba un empujoncito más. Le pregunté a Winston por el tema de las dietas, como lo veía él y en qué medida se diferenciaba de solo tomar ayahuasca. Respondió que no tenía nada que ver una cosa con la otra. La ayahuasca te ayuda, es buena, pero solo representa una parte de todo el proceso de sanación espiritual. En cambio, la dieta te “desahueva”. La dieta permite a uno trazar sus objetivos y dar el paso necesario para cumplirlos, te permite tener las ideas y los sentimientos muchos más claros, alcanzar una mayor convicción y seguridad en lo que uno busca hacer y tener en su vida. La ayahuasca es un complemento necesario de la dieta, pero por sí sola no permite un trabajo de introspección y curación integral. De alguna manera, solo tomar ayahuasca te permite ver el umbral. Hacer la dieta te permite, además de verlo, dar el paso y cruzarlo. 

Sentí en esos momentos que las palabras de Winston encajaban perfectamente con los pensamientos (conscientes y subconscientes) que me habían motivado a pegar la vuelta a Situlli. Ahora estaba convencido. Le pregunté a Winston si podía quedarme unos días y hacer una dieta. Se quedó pensando unos segundos y me dijo que ya, que iban a preparar mi tambo para que comenzara mi dieta al día siguiente, después de la sesión de ayahuasca. Luego él se retiró a su cabaña y yo me quedé bastante intranquilo, pensando en la decisión que había tomado. Era sin duda, una decisión que no había sido muy meditada. Tenía una sensación de total incertidumbre y un poco de temor, que se mezcló con la ansiedad que ya tenía por la inminente sesión en algunas pocas horas. No sabía que iba a ser de mí, pues no sabía cuál era la real dimensión de hacer una dieta. Pero, otra parte de mí sentía que esta era una gran oportunidad para experimentarlo. Pensaba que si el tema de la dieta y mi interés por ella surgieron espontáneamente, tal como de imprevista fue mi decisión, era por algo, porque a veces las cosas pasan por algo. Tal vez era parte de un destino inexorable haber llegado en esos momentos a Situlli, que haya surgido el tema de la dieta, que me haya interesado en ella y que finalmente haya decidido quedarme y cambiar mis planes iniciales. Pero en esos momentos la sensación de desasosiego me embargaba más. Era temprano todavía, así que decidí ir a bañarme al río. Como el cielo estaba un poco nublado, no me quedé mucho rato en el agua. No pasaron muchos minutos antes de que los multiformes insectos y mosquitos locales me dieran la bienvenida con sus primeros ataques. Me eché un poco de repelente y me recosté en una de las hamacas del segundo piso de la nueva cabaña. Ahí me puse a leer un rato, escuchando los variados ritmos y melodías de la selva, con las chicharras cantando al unísono y generando una vibración estruendosa que emanaba de todos los rincones. A pesar de que me sentía un poco cansado por el viaje y la caminata, no pude dormir nada. No me sentía del todo tranquilo para la ceremonia de la noche. A pesar de que esta era la tercera vez que iba a tomar ayahuasca, cada experiencia es distinta de la anterior. Pero más allá de eso, sentía un temor indescifrable frente a lo que podía ver o experimentar.

Como llegamos a Situlli pasado el mediodía, Winston decidió que Helen y yo no tomáramos la purga vomitiva que había ingerido antes de mis dos primeras sesiones de ayahuasca. Esta purga consistía en tomar un tabaco concentrado, más o menos 100ml o 200ml. Apenas ingerido el tabaco, se debía tomar un balde de 3 o 4 litros de agua caliente que te obligaba a vomitar de forma inmediata. La idea con esta purga es limpiar el estómago y eliminar energías negativas que dificultarán el trabajo de la ayahuasca en tu cuerpo. Sentir el ardor del tabaco en tu estómago, tomar tanta agua caliente y luego vomitar compulsivamente, habían sido experiencias muy desagradables para mí. En esta nueva oportunidad ya no tuve que volver a pasar por lo mismo. A eso de las 5pm, Winston me suministró medio vaso de una planta llamada mucura. Ésta tenía un sabor a kion concentrado, bastante feo, y me dejó un mal gusto en la boca por varias horas. De acuerdo a Winston, la mucura sirve para alejar los sentimientos negativos, permitiendo así asimilar mejor la ayahuasca. De todas formas, tomar esta planta era mucho mejor que pasar de nuevo por la experiencia del tabaco. Antes de irse, el maestro Winston nos dijo que nos fuéramos a bañar en el río y que estemos listos a las 7pm para el inicio de la ceremonia.   

Apenas anocheció por completo, Segundo se nos acercó a Helen y a mí para indicarnos que debíamos ir a la maloca circular para iniciar la sesión. Dentro de ella se habían desplegado unas siete colchonetas en el suelo pegadas a la pared, una al costado de la otra. Había un espacio de separación de un metro entre cada una. Las colchonetas se habían distribuido de tal forma que casi llegaban a formar un semicírculo. Junto a cada una de las colchonetas, un balde de plástico vacío se encontraba listo para recibir todas las emisiones físicas durante el trance. Al medio del semicírculo formado por las colchonetas se encontraba el sitio del maestro Winston. Ahí se podía ver una silla de madera con respaldar, y frente a ella una pequeña mesa con varias botellas de plástico con brebajes de diversos colores, asumo que con ayahuasca y otras plantas preparadas. También se podían ver algunos cigarros sin filtro, y una maraca para acompañar el canto de los ícaros. En el punto central del círculo que formaba la maloca se había erigido un pequeño altar, formado por un conjunto de piedras colocadas de forma tal que componían un círculo asimétrico. Al medio de este círculo sobresalía una piedra más alargada, colocada en forma vertical y coronada por un sapo de piedra que miraba hacia la posición de Winston. Un par de velas encendidas, una en la mesa de Winston y otra en el tótem en el centro de la maloca, eran las únicas luces del lugar. La sombra que formaba la vela sobre el sapo de piedra proyectaba una enorme criatura al otro lado de la pared de la maloca. No se podían ver bien los rostros de las personas presentes, salvo de aquellos que estuvieran sentados a tu lado. Todos estaban sentados en las colchonetas en una posición de meditación, apoyando la espalda contra la pared. En esos momentos, Winston entró en silencio. Tomó asiento en su silla y prendió un cigarro, comenzando a enunciar unas palabras ininteligibles en voz baja. Parecía ser una especie de oración introductoria. Luego llamó a cada uno de los presentes para que se acerquen a la mesa y recibir su dosis de ayahuasca respectiva. La planta era servida en un pequeño vaso de trago corto hecho de metal; lo que se conoce como un “shot”. Cuando llegó mi turno, sentí nuevamente ese sabor amargo y dulzón a la vez, que me hacía recordar a algún jarabe para la tos súper cargado. Culminada la repartición de dosis, todo quedó en absoluto silencio. Recordaba que los efectos se iniciaban en unos 20 minutos, así que cerré mis ojos, tratando de respirar pausadamente y dejar mi mente en blanco hasta que comenzara el trance. Alguien (imagino que Winston o tal vez Segundo, quién también estaba presente) apagó las velas, y todo quedó en penumbras. Pasaron los minutos y poco a poco comencé a sentir cómo los latidos de mi corazón se aceleraban. Es más, podía escucharlos claramente. Tenía la extraña sensación de que el espacio físico en el que me encontraba comenzaba a contraerse hacia mí, como si en realidad estuviera en un espacio pequeño y cerrado, dejando de percibir la presencia de las personas sentadas a mi lado. A pesar de que estaba con los ojos cerrados, de alguna manera todo el espacio circundante se tornó más claro y luminoso alrededor mío, de un color verde con matices turquesas. Recuerdo que a partir de ahí comencé a pensar muchas cosas sobre mí, mi vida, mi familia, las personas que conozco y que me rodean. Un pensamiento seguía a otro, se mezclaban entre sí, se confundían y se superponían. Algunos eran inconexos, otros seguían una secuencia lógica y clara, llegando en muchos casos a desentrañar la causalidad última de ideas y sentimientos íntimos que antes no les había encontrado sentido alguno. Por momentos tenía visiones muy bonitas, imaginándome en medio de la selva y rodeado de diversos animales y vegetación que me acompañaban y con los que compartía la dicha de vivir. Pero en medio de algunas de esas imágenes se me cruzaban pensamientos negativos que me hacían perder el flujo de la hermosa ilusión que estaba teniendo. Ocurría también que de forma subconsciente trataba de encontrar una lógica a las visiones que tenía, lo cual también me cortaba la viada y me hacía perderme en razonamientos sin sentido. Sentía que la planta me pedía que me dejara llevar, que solamente respirara hondo, que sintiera, y que no tratara de racionalizar todas las visiones que se me presentaban. Por momentos pude hacerlo, pero tampoco podía alejar del todo mi ser racional. Pensé en muchas cosas de mí y de mi vida, de las personas que me rodeaban, y qué cosas me faltaban trabajar para poder alcanzar una paz de mente y de corazón. Pude identificar aquellos problemas, complejos y taras que me impedían lograrlo, muchos de los cuales ya había vislumbrado en mis dos experiencias anteriores con la ayahuasca, pero que no había podido purgarlos de mi organismo. En esta oportunidad tampoco sentí que lo pude hacer completamente. No sentí que asimilé del todo bien la planta. Estaba muy mareado, y después de un tiempo en trance (que no puedo precisar) comencé a sentir que físicamente me sentía agotado, que la planta había consumido todas mis energías y cada vez me era más difícil sobrellevarla. En esos momentos decidí recostarme en la colchoneta, lo cual fue una mala idea pues me sentí aún más mareado. Cuando Winston comenzó a cantar sus ícaros sentí arcadas, pero la posición en la que estaba me impedía vomitar. Traté de sentarme nuevamente, pero me sentía muy cansado y mareado. Instantes después ya solo quería que los efectos se diluyeran y descansar. No sé cuánto tiempo después la sesión terminó “formalmente”. Winston dejó de cantar y todo quedó en silencio. Luego él se retiró a su cabaña a dormir, deseando buenas noches a todos. Poco a poco cada uno de los presentes se retiró a sus tambos. Yo seguía mareado y sin muchas ganas de levantarme. Abrí los ojos y el pálido reflejo de la luna dejaba ver los contornos del exterior de la maloca y la selva que se perdía arriba en el monte. Después de un buen rato en que permanecí echado y esperando a que los efectos se pasen del todo, me paré y me retiré a mi habitación. Casi no pude dormir esa noche.


Vista de la nueva maloca circular del Centro Situlli, dónde actualmente se llevan a cabo todas las sesiones de ayahuasca 

Vista interior de la maloca circular. Al medio se observa el altar de piedras. Al fondo se encuentra la silla que ocupa  el maestro Winston durante la ceremonia.

Temprano en la mañana, Segundo se acercó a mi habitación para avisarme que era hora de hacer mi traslado al tambo para iniciar la dieta. Vi mi IPod y eran las 8am. Guardé mis cosas apresuradamente y comencé a caminar detrás de Segundo. Para llegar a mi tambo se debía atravesar un sendero que se iniciaba al costado del comedor y que atravesaba un pequeño arroyo. El tambo consistía en una pequeña cabaña abierta a la selva, rústicamente construida. En un extremo se había levantado una plataforma de madera que fungía de cama, con un pequeño colchón encima y cubierta totalmente por un mosquitero (pasaría la mayor parte de mi estadía en Situlli ahí metido). Una hamaca desplegada en medio de la cabaña y una pequeña mesa al lado, completaban todo el mobiliario del tambo. En el suelo había una botella de 2 litros totalmente llena, que contenía un líquido de color marrón. Encima de la botella habían colocado un vaso hecho con la cáscara de un coco cortado a la mitad. Segundo me indicó que tenía que tomar tres vasos al día de ese brebaje, a las 7am, 11am y 5pm. Le pregunté qué era eso que tenía que tomar, y me dijo que se llamaba 7 palos. Es una variedad de varias plantas, precisó, y tenía que tomarlo antes de cada comida. Me mostró también el “baño” que me habían acondicionado, que consistía en un pequeño hueco hecho en la tierra ubicado a dos metros de mi tambo. Así ya no tenía necesidad de acudir al baño regular de Situlli (que tenía wáter y lavadero) y podía estar perfectamente incomunicado, tal como lo exigía el régimen de dieta. Cuando salí a ver mi baño personal, pude percatarme que una araña del tamaño de mi mano se columpiaba en una enorme telaraña tendida al lado del tambo. Pensé que por lo menos no estaría tan solo en ese lugar. Antes de irse, Segundo me dijo que descansara, y que en un rato me iban a traer el desayuno. Apenas se fue, me serví un vaso lleno de 7 palos. No podría describir bien el sabor. No se parece a algo que haya probado antes. Lo que sí recuerdo fue una sensación de asco mientras ingería el líquido. Tuve que darme un segundo y hasta un tercer impulso para poder terminar todo el vaso. Después de tomarlo no pude dejar de pronunciar un sonoro “aghhh!!!”. Repetiría esa expresión en las siguientes horas y durante los siguientes días, cada vez que tomaba esa combinación de plantas.

Me eché en la hamaca y me puse a pensar qué sería de mí durante los siguientes días que iba a estar metido en ese tambo, aislado de todo y de todos. Me sentía muy intranquilo y hasta comencé a cuestionarme por la decisión que había tomado. No me había mentalizado del todo para pasar varios días en ese estado, 8 días en principio. También reflexionaba sobre la sesión del día de ayer, que creo era la más intensa que había tenido. Dos temas no dejaban de darme vueltas en la cabeza producto de mi experiencia de la noche anterior. Uno tenía que ver con la relación entre lo racional y lo emocional, entre la conexión de lo que expresa tu mente y tu corazón, si se les puede llamar de esa manera. Durante muchos períodos de la sesión me dejé llevar a través de las visiones y alucinaciones que fluían continuamente, sensaciones puras sin un sentido lógico o racional. Pero súbitamente, de forma inconsciente, en muchos de esos momentos comenzaba a racionalizar esas emociones, perdiendo instantáneamente las imágenes que mi mente creaba y que me llevaban a realidades nunca imaginadas. Sentía en esos instantes que la planta me pedía que tratara de pensar menos y dejarme llevar por mis instintos, por mis impresiones psíquicas. Pero sin duda muchas de esas visiones tenían un sentido, y para entenderlas, para trabajar en ellas, tenía que racionalizarlas. Pensaba en el equilibrio necesario entre estas dos dimensiones de mi ser. En esos momentos me acordé de una frase de Tolstoi en “La Guerra y La Paz” que siempre se me había quedado marcada, y que decía: “toda conciencia no es más que adaptación de la esencia de la vida a las leyes de la razón”. Otro tema que rondaba mi cabeza tenía que ver con nuestra irrenunciable humanidad en relación con los objetivos que uno busca alcanzar con las dietas y la toma de ayahuasca, orientados a alcanzar la paz espiritual y eliminar los sentimientos negativos que envenenan nuestra alma. La primera vez que tomé ayahuasca pude ver claramente esa división que hay en nuestro ser entre lo positivo y lo negativo, entre nuestras bondades y nuestros defectos, nuestras virtudes y nuestros demonios. Pude visualizar y analizar de forma muy clara que, como seres humanos, estamos hechos de esa dualidad y no podemos escapar de ella. Incluso en esa oportunidad tuve la oportunidad de reconciliarme con Jesucristo, y lo recuerdo emergiendo del medio de aquellos dos polos de energías opuestas que componen nuestro ser. Por eso ahora me preguntaba hasta qué punto podemos eliminar aquellos aspectos negativos, aquellos demonios que habitan nuestra alma, si es que éstos forman parte de nuestra propia naturaleza humana, de la dualidad que compone nuestro ser humanos. 

No pude resistir estar más tiempo en la hamaca. Los mosquitos comenzaban a hacerme estragos, problema que se agravaría en los siguientes días. Decidí entrar al mosquitero y recostarme hasta esperar que llegue el desayuno. Pasó un cuarto de hora y llegó la señora Marta (la esposa de Segundo) con mi primer desayuno de dieta. Éste consistía en una papa y una zanahoria sancochada, ambas sin sal. La dieta exigía que no comiera absolutamente nada salado. La señora Marta me preguntó cómo iba, a lo cual le respondí que “ahí”, “pasándola”, con una expresión un tanto cabizbaja. Me dijo que tenía que tener valor y se fue. Comí con bastante desgano mi desayuno y luego bajé al comedor para preguntarle a Winston si podía lavarme los dientes. Lo encontré afuera del comedor, descansando en una banca. Le pregunté qué restricciones tenía, si podía usar pasta dental o repelente. Me miró con incredulidad y respondió que ni hablar, que no podía usar ni champú, ni repelente, ni pasta dental (ahora tengo la duda de si también se refería al jabón, que nunca dejé de usar), porque de lo contrario me podía “loquear”. De acuerdo a lo que le entendí, usar productos químicos en tu cuerpo se cruzaba de alguna manera con la dieta. Recordé en esos momentos que durante mi segunda visita a Situlli, había conocido a un suizo que llevaba varias semanas dietando. El tipo era un ex drogadicto que había recorrido casi todo Latinoamérica durante fines de los setenta y los ochenta, consumiendo cuánto químico y alucinógeno le habían puesto al frente. En el tiempo que lo conocí tenía casi 50 años, y el único vicio que conservaba era fumar cigarros compulsivamente (que le generaba una tos de perro). Cuando Winston nos presentó le extendí la mano para saludarlo, lo cual el suizo rechazó un tanto fastidiado. Se justificó diciéndome que cuando uno está dietando debe evitar todo contacto físico, porque la ingesta de plantas te vuelve muy sensible a todo tipo de energías que otras personas te pueden transmitir. No se puede negar que un buen apretón de manos ayuda mucho a identificar el aura de una persona, qué tan transparente o turbio se muestra ante ti. Le dije a Winston que aún me costaba acostumbrarme a este nuevo régimen. Él me miró con cierto desdén y respondió que no era nada, apuntando con su dedo a un hombre que estaba sentado en esos momentos en el comedor y que -según después supe- era un francés que estaba dietando desde hacía 30 días. Winston me dijo que pensara en los héroes de las películas hollywoodenses para armarme de valor. Regresé a mi tambo pensando en la última película de Batman, en la parte donde el hombre murciélago se entrenaba para escapar de la prisión a la cual lo había confinado Bane.  En el camino me encontré con mi amiga Helen, que partía de Situlli en el transcurso del día. Decidimos despedirnos en ese momento, pues probablemente ya no iba a verla después debido a mi confinamiento. Me pidió que sobreviva a la dieta. Llegué a mi tambo e inmediatamente entré al mosquitero para guarecerme de la variedad de bichitos que comenzaban a rodearme amenazantes. Si salía del mosquitero estaba totalmente desprotegido. No podía dormir, a pesar de que debía estar totalmente agotado producto de la sesión de anoche. Me sentía muy aburrido y solo. Salía por momentos a caminar, bañarme en el río o buscar algo de contacto humano. Con el pretexto de recoger agua, bajé un par de veces al comedor durante la tarde. Ahí Sonia y Marta se encargaban de la cena de la noche, mientras la pequeña Yaritza coloreaba un libro de figuras de animales. A unos pocos pasos, Winston y Segundo recogían maderos para encender la cocina. Acariciar a los 3 perros de Winston fue el único contacto físico que tuve con seres vivos durante ese día, a excepción de los mosquitos, claro. Entre las 6 y 7 de la noche bajé nuevamente al comedor, habiendo tomado mis 7 palos previamente. Me sirvieron una avena horrible, totalmente insípida. A la hora del almuerzo había comido una sopa de verduras casi igual de desagradable. A las 8pm estaba de vuelta en mi tambo y metido en mi mosquitero, esperando que la noche pase rápido, que los días pasen rápido. Quería escuchar música de mi IPOD, pero me inquietaba que el aparato se descargue y quedarme sin música durante los siguientes días (considerando que iba a pasar más de una semana en Situlli). Decidí escuchar solo media hora por día, 45 minutos para ser más preciso. También quería leer un rato, pero el mismo problema se presentó con la luz. Solo tenía un juego de pilas para mi linterna de la cabeza. La linterna era la única luz que uno tenía de noche, a no ser que hubiera cielo despejado y con una luna de buen tamaño. Igualmente decidí dosificar el uso de mi linterna. Así, estuve escuchando música como una hora, y luego me puse a leer otro similar período. No podía conciliar el sueño. Luego, no sé en qué momento me quedé dormido, y aunque me desperté más de una vez durante la noche, ésta no fue mala del todo. Tuve un par de sueños muy raros que ya no recuerdo.

Vista interior del tambo en el cual estuve dietando durante varios días. 


El día 2 de la dieta amanecí con mejor humor. Recordé las palabras de Winston el día anterior, que me dijo que solo tenía que acostumbrarme a esta nueva situación. Pensé que, al final de todo, el ser humano es un animal de costumbres. Solo tenía que asumir la situación con entereza y de esa manera todo pasaría más rápido. Como a las 8am me trajeron mi desayuno. Me sentí contento porque habían añadido un tomate a la papa y a la zanahoria que me trajeron ayer. Todo sin sal obviamente, pero igual el sabor del tomate permitía que la comida no se sintiera tan desabrida. Después de comer regresé al mosquitero, pero un par de horas más tarde el sol emergía omnipotente y calentaba todo el sitio. No podía soportar estar más tiempo adentro. Salí a dar una vuelta por el lugar, haciendo una pequeña expedición a través de los muchos senderos que iba encontrando, pasando por numerosos tambos desocupados para dieteros como yo. Sendero abajo, llegué al río, en una zona como a 200 metros al norte del comedor y la entrada a Situlli. Me metí al río y regresé vadeándolo. Estuvo entretenida esa pequeña travesía, que en esos momentos me pareció una gran aventura debido a mi confinamiento. Regresé a mi tambo y me puse a leer, terminando el libro “Soldados de Salamina” del español Javier Cercas. Esta novela hace un homenaje simbólico de aquellos héroes anónimos de guerras pasadas pero recientes en la memoria colectiva, que fallecieron por un país o por una causa. Nadie recuerda sus nombres, ni tampoco sabrán de las empresas que emprendieron y lo mucho que contribuyeron a que el mundo actual sea un poco mejor. Cuando terminé el libro, pensé que mi actual empresa se veía totalmente empequeñecida con el valor y el sacrificio de estos soldados anónimos. Pensar en ellos me generó renovadas fuerzas para seguir adelante. Sentía igual que cada vez me acostumbraba más a este nuevo régimen. En horas de la tarde, después de haberme bañado un buen rato en el río, bajé al comedor a esperar la cena. Winston estaba atravesando de lado a lado el río, desplegando una gran red en todo lo ancho para picar algo. Estaba con su hijo menor Gil Abraham. Me senté en una banca fuera del comedor y me puse a observar como pescaban. Pasado un buen rato, el maestro Winston regresó al comedor. Apenas me vio, se me acercó para decirme que al día siguiente en la noche tendríamos otra sesión de ayahuasca. Me entró una pequeña angustia en esos momentos. La última sesión me había dejado desgastado, y aunque sabía que en algún momento de mi estadía iba a tomar la planta de nuevo, no esperaba que fuera tan pronto. Tratando de ocultar mis miedos, le pregunté si yo también tenía que participar, considerando que estaba dietando. Expresando cierta perplejidad ante mi pregunta, me respondió con un contundente “por supuesto, ¿si no para qué estas dietando?”. Dejé el tema de lado y nos pusimos a conversar de otras cosas. No recuerdo en qué momento comenzamos a hablar de la oferta de tierras que hay en la zona. Le conté de mi interés por adquirir tierras en la selva alta en un futuro (espero) no muy lejano, que tenía planes de construir una especie de eco-lodge. Por su parte, él me expresó su interés de vender el Centro Situlli. Un francés le había ofrecido como 200,000 mil dólares, monto que él había rechazado. Posteriormente estuvo en tratativas con otro europeo para venderlo a 250,000 mil dólares, pero no se llegó a ningún acuerdo. Le pregunté si su intención de vender el Centro Situlli implicaba también su deseo de renunciar a la vida de curandero. Me respondió que no, que estaba planeando comprar un terreno cerca de Tarapoto. De esa manera no tendría que vivir separado de su familia durante el período escolar y podía seguir trabajando. Pero igual tenía sentimientos encontrados. Sin duda, le daba pena vender Situlli. Para él, como para todos los que llegaban a ese lugar, Situlli era una locación hermosa, bucólica; un espacio natural que cada vez resulta más difícil encontrar en este mundo moderno y depredador.  Winston es consciente que mucha gente acude solo por el lugar. Inclusive muchos visitantes llegan solo para descansar y bañarse en el río, sin hacer ninguna clase de dieta o tomar ayahuasca. La conversación se derivó hacia expresiones de fastidio por la continua alza de precios de terrenos. Reflexionábamos sobre cómo el “progreso” avanza en la zona, encareciendo todo. La nueva carretera a Chazuta y las torres de electrificación que se están levantando alrededor son una buena muestra de cómo este tipo de innovaciones cambia totalmente las dinámicas económicas y sociales de una zona determinada. Ante mi interés por el tema de tierras, me contó que su vecino pensaba vender su terreno de 5 hectáreas a 10.000 soles (Situlli tiene 25 hectáreas), y que podía interceder ante él para que me lo vendiera. Prefería que lo obtenga alguien de confianza como yo, y no un “serrano”. Le pregunté cuál era el problema con los andinos, y me contó que producto de sus migraciones se había deforestado mucho la zona. Considera que ellos no respetan el bosque como lo hacen los amazónicos. Por ello, prefería vender su terreno a alguien que fuera a trabajar con las plantas de la forma como él lo ha venido haciendo. En ese momento llamaron a cenar a todos los presentes, y me senté junto al francés que venía dietando desde hace varias semanas. Ahí me enteré que ya había terminado su dieta de 40 días. Por eso su comida era normal, con sal, acorde a la post-dieta. Me tuve que comer de nuevo esa avena asquerosa que me habían servido el día anterior. No pude terminarla. Luego me fui a mi tambo a oscuras, un poco intranquilo por la sesión del día siguiente. Esa noche no pude dormir bien. Me despertaba y cambiaba de posición en la cama a cada momento. Tuve un sueño largo, que expresaba todos mis miedos a tomar la ayahuasca de nuevo. 

A la mañana siguiente me sentía mucho más tranquilo. Después de tomar mis 7 palos y desayunar, me acordé que tenía que llamar a mi madre para decirle que estaba vivo y que no se preocupara si no entraban sus llamadas. Kenji, el hijo de Winston, me había dicho que a Situlli solo llegaba una tímida señal para celulares Movistar. Tenía que agenciarme uno pues el mío es Claro. Bajé al comedor y Winston estaba conversando con su esposa. Sentados al lado, Segundo y su familia terminaban de desayunar. Ante mi inusual pedido, Winston se mostró extrañado. Su primera reacción fue decirme que, mientras uno está dietando, no puede comunicarse con nadie del exterior. Le narré mi particular situación y que no había planeado estar tantos días incomunicado. Al final aceptó, indicándome que para coger señal tenía que ir sendero arriba hasta llegar a las cabañas donde duerme él con su familia. Llegado a ese sitio, solo después de un rato pude coger señal y comunicarme con mi madre. Le conté de mi cambio de planes y lo que había estado haciendo los últimos días. Ella contestó que me sentía sosegado, mucho más pausado al hablar. Le dije la quería mucho y ella también. Mucho más tranquilo luego de esta llamada, me fui a bañar al río. Caminando río arriba, hacia el norte, encontré un lugar donde las piedras forman una especie de hidromasaje con la corriente del río. Me quedé largo rato sentado dándole la espalda a la corriente. Sentía mucho menos ansiedad por la inminente sesión que me esperaba en horas de la noche. Sentir cerca el amor de mi familia me daba fuerzas para afrontar de la mejor manera este nuevo desafío. 

Después del almuerzo, me encontré nuevamente con el maestro Winston cerca del comedor. Me senté a su lado y nos pusimos a charlar un buen rato. Me interesaba conocer algo de sus orígenes (en esos momentos ya tenía la idea de escribir algo sobre esta experiencia). Le pregunté a qué etnia amazónica pertenecía. Me contó que él era originario de la etnia quechua-lamista, ubicada en distintas zonas de la Región San Martín, principalmente cerca de la provincia de Lamas. El devenir histórico de este pueblo es sumamente particular, pues le fue impuesto el quechua como lengua franca durante la Colonia (difundida desde las misiones religiosas católicas) pero han podido mantener hasta la actualidad prácticas ancestrales de origen propiamente amazónico. El chamanismo es uno de aquellos usos que se han transmitido por muchas generaciones. En el caso de Winston, él heredó sus conocimientos de su abuelo, el reconocido curandero Aquilino Chujandama. El adiestramiento de Winston comenzó cuando él tenía 14 años. Su abuelo lo llevaba al monte durante largos períodos de tiempo (meses), dejándolo solo para que tomara plantas, reflexionara y se preparara para tomar su posta en el futuro. Como Winston narra, él no sentía deseos de volverse curandero a esa corta edad, tenía otros planes en su vida. A sus 17 años ya conocía al detalle las propiedades de muchas plantas medicinales, y numerosas personas iban a buscarlo directamente a él y no a su abuelo para que les curara dolencias u otro tipo de males. Winston no quería seguir la senda de su abuelo, pero el proceso de aprendizaje que siguió durante todos esos largos años le fue mostrando -a través de sucesivos sueños y visiones- que su futuro como curandero se encontraba trazado. Se convenció de que su misión en la vida consistía en ayudar a las personas a través de las plantas medicinales. Un curandero, relata, puede ser bueno o malo. Cuando el curandero comienza a tomar plantas, visualiza los senderos que puede tomar, el del bien o el del mal. Uno decide si quiere hacerle bien o mal a la gente, por eso existen brujos buenos y brujos malos. Él optó por el primer camino. 

Cuenta que recién a los 27 años comenzó a perder la timidez en el trato con otras personas, empezando a tomar en serio lo que vendría a ser su oficio hasta la actualidad. Ahora tiene 44 años, y en marzo próximo cumplirá 45. Sin embargo, en sus propias palabras, no hay nada que celebrar, pues no se gana un año más sino que se pierde un año de vida, se está un año más cerca de la muerte. No entendía entonces por qué la gente lo saluda y lo felicita a uno por esa razón. Luego me contó que el francés que dirige Takiwasi, probablemente el centro de curación con plantas medicinales más grande de San Martín, también había sido discípulo de su abuelo. Con cierto desdén me contó que este europeo se creía curandero porque estuvo 2 años dietando. Pero igual reconoció el esfuerzo que él hacía por ayudar a otras personas. Del tono usado en sus palabras me pareció que existía alguna suerte de conflicto o rencilla entre ambos (Winston también había trabajado como curandero en Takiwasi), pero no quise ahondar más en ese tema. Le pregunté más bien si un extranjero (o un no-nativo) también podía ser curandero. Se quedó pensando un par de segundos y me respondió que sí, que cualquier persona, sea de donde sea, podía llegar a ser un buen chamán. Lo fundamental es tener un buen maestro. Además, una cuestión muy importante para llegar a ser un buen curandero es nunca ser/estar orgulloso de tus dones. Uno tiene que aprender a compartir, ser humilde ante todo. Pero resaltó que todo curandero debe tener “mano para curar”, para lo cual debe estar sintonizado con la naturaleza. Por ello, cualquier persona no puede curar. Se debe estar sano de mente y cuerpo, ser estricto con las dietas y abstenerse de sexo cuando se está curando. Se me ocurrió preguntarle si no estaba cansado de tener tantas sesiones seguidas, de tomar ayahuasca casi 2 o 3 veces por semana y tener que soportar el karma de todos los junkies, loquitos y desadaptados que se iban a tratar ahí. El trabajo de un chamán no es físico sino mental, fue su breve respuesta. ¿Te ves como curandero toda tu vida?, repliqué. Señaló que en el corto plazo todavía no quería dejar el oficio, pero que una de sus principales preocupaciones latentes tenía que ver con su familia. Quería dedicarles más tiempo a sus hijos, pues la mayor parte del tiempo ellos viven en la ciudad. Le preocupaba también sentirse cada vez más alejado de sus vidas. Ellos ahora tienen otras cosas en mente, viven más el tema de la modernidad, el internet, el celular, las nuevas tecnologías. En cambio, él es un hombre de campo, tal como lo fue su abuelo. Esto lo motivaba más a vender el Centro Situlli y trasladarse cerca de Tarapoto, cerca de sus hijos. Al final de nuestra charla me dijo que vaya a mi tambo y descanse, que me concentre en lo que buscaba alcanzar en la sesión de la noche. 

Maestro Winston Tangoa. Fuente de la foto: página de Facebook del Centro Situlli.


Almorcé un plato de lentejas con arroz y pepino picado. Como sabía que en la noche no iba a cenar debido a la sesión, le pedí repetición a la señora Marta. Luego regresé a mi tambo a esperar que pasen las horas. Pasó un buen rato y me aburrí de estar metido en el mosquitero. Decidí bajar al río, permaneciendo un largo rato sentado en una piedra en la orilla y mirando como chapoteaban los patos. A unos pasos la señora Marta y sus hijas lavaban sus ropas en el río. Un poco más allá, Segundo regresaba de algún lugar fuera del fundo con varias matas de plátanos a sus espaldas. Así transcurrió la tarde, como casi todos los días transcurren en el Centro Situlli. 

Cuando comenzó a oscurecer, me alisté y fui a la maloca grande para esperar el inicio de la sesión. No podía estar menos tranquilo. Tenía mucha ansiedad, un poco de miedo, algo de nerviosismo. Era una mezcla de varias sensaciones. Inclusive fui a pedirle a Anatol que me invitara un cigarro (tabaco sin filtro, como los fuman allá), a pesar de que no fumaba desde hace varios días. No me hizo sentir mucho mejor el olor del tabaco. Tenía la sensación de que no iba a asimilar bien la planta, que me iba a sacar la mierda. Pasaron los minutos y comencé a sentir un calambre en mis dos brazos, un estremecimiento que aumentaba cada minuto. Creo que había somatizado todo mi miedo y nerviosismo de esa manera. Winston entró en la maloca y comenzó a llamar a cada uno para darle su shot de ayahuasca. Después de tomar la dosis, el calambre en mis brazos aumentaba cada vez más. Pasaron los minutos y comencé a percibir que mis latidos se aceleraban y que la corriente que atravesaba mis brazos se extendía a otras partes de mi cuerpo. Simultáneamente comencé a sudar a chorros, creo que nunca antes había sudado tanto. Sentí en un momento que mi cuerpo no iba a aguantar más y que iba a desmayarme en cualquier momento. Estaba totalmente empapado en sudor, con el corazón a mil y casi totalmente “electrificado”. De repente, a punto de desfallecer, todo cambió. La conmoción física que me embargaba se desvaneció. A partir de esos instantes entré en un estado de trance que nunca antes había experimentado. Creo que fue la sensación más hermosa que he tenido en toda mi vida. El calambre que segundos antes se había apoderado de todo mi cuerpo, se había transformado en una energía benigna que me producía un placer inconmensurable. Sentía mis poros totalmente abiertos y cómo esa energía que me atravesaba había tomado la forma de unos diminutos duendecillos o bichitos que revoloteaban todo mi cuerpo y chupaban los líquidos que salían de cada uno de mis poros. Me resulta muy difícil poder describir con palabras lo que sentí en esos momentos. Estaba totalmente mortificado, y solo atiné a sonreír y mirar hacia arriba. Todo a mí alrededor se había tornado de un color verde turquesa muy claro, mucho más luminoso que en la sesión pasada. En ningún momento abrí los ojos. De alguna manera, parecía como si estuviera en el mundo de la película “Avatar”, comunicándome con el árbol de la vida. Estaba en una especie de burbuja, totalmente suspendido. No percibía ningún sonido, ningún movimiento. El mundo comenzaba y terminaba en rededor mío. Todo el miedo y la ansiedad que había experimentado previamente se habían desvanecido. Creo que nunca había percibido de forma tan elocuente y pura el hecho de estar vivo, solamente vivo; respirar hondo, sentir como el aire entraba y salía de mis pulmones, escuchar el latido de mi corazón, sentirme conectado con la naturaleza. De mi cuerpo surgían raíces que se extendían y entrelazaban con todos los demás seres que se aparecían ante mí, animales, plantas, árboles, y que me hacían sentir parte de algo mucho más grande. Yo era un ser más entre todos los que habitan la madre tierra, aves, lluvia, ícaros. Lo esencial es invisible a los ojos. Creo que nunca me había sentido tan tranquilo, tan en paz, como en esos momentos. No pensaba en nada, no trataba de racionalizar nada de lo que me estaba pasando. Solo respiraba, y me sentía intensamente vivo.     



Este dibujo que encontré en el libro de agradecimientos del Centro Situlli y que corresponden a la visión de otra persona a través del ayahuasca, ilustra de alguna manera la alucinación que tuve en el período cenit de mi trance. En vez de ojos, las raíces que emergían de mí, se enlazaban con animales, plantas, y diversos seres vivos y ánimas que ya casi no recuerdo su imagen.  


Pasaron no sé cuántos minutos y esta sensación comenzó a diluirse. Todo se tornó un poco más oscuro y pude percibir de nuevo mis extremidades. La energía que me recorría disminuyó su vigor y rápidamente se desvaneció. Inmediatamente comencé a vomitar de forma compulsiva. Era un espasmo incontrolable. Cuando terminé de vomitar me quedé casi inmóvil, temblando. No podía reaccionar. Luego de un instante me sentí mucho mejor, como si me hubiera liberado de una energía muy fuerte, muy pesada. A partir de ahí, el trance que estaba pasando entró en una siguiente fase, mucho más racional y analítica. Comencé a pensar en muchas cosas, pero mis pensamientos ya no se cruzaban con otras ideas y sensaciones negativas como en la última sesión. Ahora me sentía totalmente en paz conmigo mismo. Estaba muy concentrado, meditando, mientras escuchaba los ícaros de Winston. Sentía como la planta reaccionaba físicamente ante esos cánticos, como si ésta tuviera un espíritu. Y es que, de acuerdo a la cosmovisión amazónica, todas las plantas tienen su propia ánima. La planta respondía ante el canto de los ícaros, mi estómago se revolvía, eructaba, tenía arcadas, vomitaba un poco, limpiaba mi organismo. Percibí como nunca antes que la planta se había conectado conmigo y yo con ella; que la planta respondía a los llamados de Winston y que los 3 estábamos totalmente enlazados. Un pensamiento le seguía a otro, siempre acompañado del amor de mi familia, de mis amigos, respondiendo a mis llamados, riéndose conmigo. Reflexioné sobre la muerte, reafirmándome en mi convicción de perderle el miedo, tal como lo había vislumbrado en mis experiencias previas de ayahuasca. Vi a la muerte ante mí ojos como una entidad difusa, como una presencia lejana, incorpórea, y le sonreí, sonreí al vacío, a la nada, y le dije que estaba listo cuando ella quisiera. Pensé también en cómo quería ser recordado, simplemente como una buena persona que pudo ayudar a los demás cuando lo necesitaban, tal como Winston lo hace. El resto de la sesión fluyó de manera muy tranquila, sin mayores sobresaltos. Mi cuerpo pudo sobrellevarlo de la mejor manera. Reflexioné sobre muchos temas personales, reafirmando metas y objetivos personales que ya había trazado previamente. Estuve casi todo el tiempo sentado, en posición de meditación. Solo cuando la sesión hubo terminado totalmente y el efecto de la planta casi se había desvanecido, me recosté sobre la colchoneta. Después de un rato decidí irme a descansar a mi tambo. Antes pasé por el comedor para robarme un par de plátanos y engañar al estómago por algunas horas.  

Esa noche no pude dormir mucho, como en todas las anteriores noches. Pero a diferencia de los demás días, me levanté de muy buen humor. Me sentía muy tranquilo, muy relajado. Inclusive el desayuno sin sal se mi hizo muy apetitoso (igual me moría de hambre). Aprovechando que salió un sol hermoso, me fui a caminar río arriba, al norte, vadeando el río por la mitad, sorteando las piedras y la corriente que iba en mi contra. Descubrí varios hidromasajes naturales, y también llegué a un punto en el cual el río se dividía en dos vertientes y formaba una especie de piscina natural. En ese lugar el río se había ensanchado, permitiendo tener ante mí un cielo abierto y un sol esplendoroso. Me quedé un buen rato chapoteando en ese lugar, nadando contra la corriente, tirando piedritas, mirando cómo se trasladaban las nubes, metiendo la cabeza dentro del agua para escuchar el sonido del río. Era un gran día sin duda.


Vista del río Llucanayacu, que atraviesa el Centro Situlli y desemboca en las aguas del río Huallaga.

Pasó un buen rato hasta que decidí salir del río. Fui al comedor y saludé a todos los presentes. Estaba Winston, su esposa Sonia y su pequeño hijo. También estaban Segundo y su familia. Cuando saludé a Winston me preguntó qué tal la sesión de anoche. Lo miré como diciendo, “sí, tenías razón”, y le dije que lo de ayer había sido “otra cosa”, que no tenía punto de comparación con las experiencias de ayahuasca que había tenido previamente. Él asintió con la mirada, sonriendo complacido, y me dijo que eso era por la dieta. La ayahuasca es solo un complemento, remarcó, pero por sí sola no basta. En cambio la dieta te permite pensar tus cosas, reflexionar, plantear objetivos y proponerte alcanzarlos. La dieta es lo más importante dentro de todo. 

En horas de la tarde estaba sentado en una roca a la orilla del río. A unos metros de distancia, Winston, su pequeño hijo y Segundo, acompañados por los perros de la casa, tiraban la enorme red de pescar (para el ancho de ese río) de un lado a otro, enganchándola con las ramas de los árboles que sobresalían de los bordes. Mientras los miraba, sentí de alguna manera que ya era momento de partir de Situlli, que lo que había venido a buscar ya lo había conseguido de algún modo. Es cierto, podía quedarme unos 3 días más, y probablemente podía trabajar un poco más en ajustar algunas clavijas. Pero también pensaba que mi plan inicial había sido quedarme no más de 2 días ahí, y que el resto del tiempo había planeado visitar ciertos lugares de San Martín y Amazonas. Quería trasladar la sensación de total sosiego que tenía en esos momentos a un lugar en el que pudiera caminar y conocer cosas nuevas, que es lo que más me gusta hacer. Así como de manera imprevista decidí quedarme a dietar, de igual forma decidí partir. 

Esperé a que Winston regresara al comedor y me acerqué a él. Le dije que quería cortar la dieta por las razones descritas. Me miró un poco extrañado al comienzo, pero luego respondió que no había problema, que era mi decisión. Me daba un poco de pena la situación, pues sentí que de alguna manera lo había decepcionado un poco. No sé si esperaba algo de mí, y no lo creo ahora que escribo estas líneas, pensándolo un poco más en frío. Pero en Situlli, todo visitante decide por cuenta propia cuándo llega y cuándo se va. Entonces no había nada que reprochar de su parte. Igual me sentí bien de poder hablar con él con total sinceridad. Comenzamos a hablar de otros temas, y le pregunté qué peces podía sacar del río. Me dijo que varios, y que ayer él había sacado dos carachamas. Sacó uno de los 2 pescados que estaban en un balde a su lado. Era bastante feo y grande, como de 15cm. (no pensé que se podían sacar peces tan grandes de ese río), y dijo que los iban a cocinar en la noche. Al final de nuestra charla, quedamos en que el día de mañana iba a hacer mi post-dieta y que el lunes temprano en la mañana podía marcharme de Situlli.  

Durante la noche del sábado, cuarto día de dieta, sentí una intensa picazón por todo el cuerpo. Pero no se sentía como una picazón producto de ataques de mosquitos. Era algo diferente. Me sentía mareado en ciertos momentos. Ciertamente no podía dormir. Tenía muchos pensamientos en la cabeza, lo cual no es muy usual para mí a esas horas del día. No puedo explicar por qué, pero centré mis pensamientos especialmente en el tema del poder. Imaginé a un alter ego mío con mucho poder, como una persona que era muy poderosa y cuya alma fue corrompida. Me quedó el mensaje, como si alguien me lo hubiera querido transmitir, de que el poder te corrompe y al final destruye tu espíritu.

A la mañana siguiente desayuné una sopa con sal bastante sustanciosa. Me pareció lo mejor que he comido en mucho tiempo. Bajé al comedor y me encontré con el francés Anatol. Nos pusimos a conversar un poco. Era bastante complicado comunicarse, pues solo recuerdo unas pocas palabras en francés, y en el caso de Anatol, no tenía idea de cómo había llegado a Situlli con su nivel de español. Igual me entendía algunas cosas, hablando muy lento y repitiendo casi todo. Fuimos a su tambo para fumar un cigarro. Su cabaña estaba sendero arriba, en lo alto, y tenía una espectacular vista de buena parte del valle que formaba el Río Yucanayaku. Anatol partía de Situlli en dos días. Luego tomaba un vuelo hasta Lima, otro hasta Madrid, otro a Paris, y por último un tren hasta su tierra Bourges. Había permanecido como 40 días en Situlli. Le pregunté cuánto estaba gastando en todo su viaje, incluyendo los pasajes y su estadía en Situlli, y respondió que como 4.000 euros. Se sonrío y me contó que otros amigos suyos de Francia también querían venir pero no tenían el dinero suficiente. 

Mi última cena en Situlli la pasé con la familia de Winston y Segundo, incluyendo al buen Anatol. Mientras comíamos, la señora Marta hizo mención, con cierta nostalgia, de que nosotros  dos ya nos estábamos yendo y que Situlli se iba a quedar vacío. En realidad, habían dos personas más dietando, una francesa y un español transexual. Pero ellos casi nunca salían de su tambo, por lo menos nunca los vi deambulando por ahí o comiendo con el resto. Winston, con un tono despreocupado, dijo que hace pocos días soñó que próximamente iba a llegar un nuevo grupo a Situlli, y que se le han cumplido varios sueños así. Luego comenzó a contarme que dentro de poco iba a viajar a Lima para tramitar una visa a Suiza, para él, su esposa y su hijito. Tenía planeado iniciar en mayo una gira “ayahuasquera” por ese país, y que probablemente también abarcaría España y Francia. En ese momento recordé que, en otra oportunidad que acudí a Situlli, Winston me había contado que hace unos años hizo una gira por varios países de Europa para hacer sesiones de ayahuasca con numerosos grupos de personas, pero que los promotores europeos que lo habían enviado lo estafaron con sus ganancias. Al hacerle mención de ese suceso, él esbozó una sonrisa desprendida, hizo un gesto que parecía asumir con tranquilidad un hecho que estaba totalmente superado. Comenzó a narrar aquella experiencia, contando que todo aquél que quería participar en una de esas sesiones grupales tenía que pagar como 200 euros. Esto incluía la toma de una purga vomitiva y la sesión de ayahuasca. Además se tenían que pagar como 30 euros adicionales, como una especie de “derecho de admisión”. Todos los ingresos iban directamente a la asociación promotora que lo había llevado. Él considera que en toda la gira se debió haber recaudado como 60.000 euros, y si bien le habían prometido más o menos 10.000 euros de pago, al final le dieron un poco más de 1000. Tras este incidente, Winston rompió palitos con la gente de esa asociación. Pasó algún tiempo y ellos lo volvieron a contactar para proponerle el envío de un grupo de gente a Situlli, como una especie de compensación. Winston los rechazó, pues los considera sus enemigos (en sus propias palabras). Además la gente de esta asociación también había estafado a otros curanderos achuar del Ecuador. Le dije, medio en broma, que había que hacerle un mal de ojo a esta gente por todo el mal que habían hecho. Me contestó que lo había pensado, pero que no quería albergar sentimientos negativos en su corazón. Solo quería voltear la página. Pero, para no tomar ninguna clase de riesgos en su próximo viaje a Europa, había pedido que se le deposite el 50% de sus ganancias por adelantado. Yo me sonreí y le comenté que esas eran las previsiones inevitables que uno debía tomar para que su negocio crezca y generar más ingresos. Le pregunté qué tal le estaba yendo a Situlli económicamente, y me respondió que los 2 últimos años no han sido tan buenos. Ha tenido que reducir personal, y justamente quería aprovechar su próximo viaje a Suiza para promocionar su negocio y atraer mayor número de visitantes. Resaltó que él no tiene las mismas conexiones en el extranjero que, por ejemplo, tiene el Centro Takiwasi, al que periódicamente le envían grupos de 20 o 30 europeos (principalmente franceses) que llegan a su local para dietar una temporada. Normalmente estos paquetes son de 15 días, e incluyen tomas de ayahuasca, purgas vomitivas, paseos por la zona, descansos y diversas dietas de plantas. Los ingresos que genera Takiwasi gracias a sus conexiones foráneas le permiten mantener un personal de hasta 40 personas. Le pregunté si su intención era crecer tanto como Takiwasi, pues una sensación que siempre tuve respecto a Situlli, y que me había motivado a retornar en 2 oportunidades, era que el trato hacia el paciente era bastante personal, que se podía cultivar una relación amical entre el curandero, el personal a su cargo y los pacientes. En cambio, sentía que en lugares que se habían vuelto más grandes y comerciales como Takiwasi, el trato se había despersonalizado, las relaciones eran más de tipo prefabricadas. El trato familiar, el cariño que uno puede recibir en Situlli, difícilmente se podría encontrar en otro sitio más grande. En realidad, eso es lo que comúnmente pasa en todo tipo de negocio que crece y deja de lado su carácter “familiar”. 



Al lado izquierdo, la señora Marta se encarga de preparar el almuerzo. Atrás de ella permanecen abrazadas Yuli y Yaritza, y al lado se encuentra la señora Sonia. 


Segundo luce sonriente al lado de su pequeña hija Yaritza. 

Tal como había acordado con Winston durante la cena, al día siguiente me levanté a las 6am para partir con tiempo a Llucanayacu y coger el peke-peke colectivo que sale a Chazuta. Había llovido durante casi toda la noche (tampoco había podido dormir casi nada), aunque a la hora que salí por última vez de mi tambo ya había amainado un poco. Igual el suelo estaba súper fangoso, y tuve que hacer malabares para trasladarme con mi mochila a través del sendero empinado que dirigía al comedor. Una vez ahí me encontré con Segundo, quién también se alistaba para ir a Chazuta a realizar algunas gestiones. Algunos minutos después apareció Winston. Estaba de buen humor y me preguntó si estaba listo para mi regreso. Le dije que le agradecía mucho por todo el apoyo que me había dado durante esos días; que había aprendido mucho de él, de su familia, de sus vidas, de las plantas, de todo. Le consulté si me daba permiso para escribir una crónica sobre mis días en Situlli y que incluyera información de primera mano que él me había dado. Se sonrió y respondió que no había ningún problema, que le pasara una copia después. Antes de despedirnos, me acordé de preguntarle que restricciones tenía para mi post-dieta. No podía tener sexo ni tomar alcohol por dos semanas. Tampoco podía comer chancho o frituras durante una semana. Además debía evitar toda comida muy condimentada, así como también los azúcares. Le di un abrazo fraterno y me marché, caminando detrás de Segundo por el mismo sendero que hace una semana me había traído a Situlli por tercera vez. Mientras me iba y volteaba por última vez para ver a Winston levantarme la mano en señal de despedida, supe muy claramente que más temprano que tarde volvería a Situlli. Y es que, los avatares de esta vida moderna en la cual todos luchamos encarnizadamente por ubicarnos y encontrar nuestro espacio, me llevarán a enfrentar nuevas dudas, nuevos problemas, nuevos demonios. Lo fundamental es que en el devenir de mi existencia nunca olvide que, si bien lo esencial puede ser invisible a los ojos, no es ni puede serlo para mi corazón. Tener siempre presente ese mensaje y ponerlo en práctica me permitirá mantener un vínculo con el Centro Situlli y el maestro Winston a lo largo de toda mi vida.

2 comentarios:

  1. ¡Buenísima crónica! gracias. Uno de mis deseos de esta vida es conocer y dietar, algún día, en el Centro Situlli. Ojalá pueda. Saludos desde Argentina.

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  2. Gracias por la narrativa de este hermoso viaje de sanación.

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