Todos buscamos continuamente
respuestas que -de alguna manera- den sentido a nuestra vida. Respuestas que
nos permitan encontrar nuestra estrella, el sendero correcto a cruzar. Las
vicisitudes de esta agresiva vida moderna nos generan dudas, miedos, nublan
nuestro corazón y nos alejan de nuestra senda. Vivimos al acecho de numerosos demonios, y algunos los creamos nosotros mismos. Muchos no son conscientes de ello, pero
al igual que todos los demás, no dejan de buscar respuestas.
Respuestas buscaba la primera vez
que decidí ir al Centro Situlli para probar ayahuasca, hace más de 2 años y
medio. Esa primera sesión fue sumamente esclarecedora respecto a lo que venía
buscando, y puedo decir con seguridad que marcó un antes y un después en el desarrollo
de mi vida. Tras esta primera experiencia pasó un tiempo durante el cual la planta
madre jamás dejó de acompañar mi camino, hasta que decidí retornar a Situlli
casi un año después. En esta segunda prueba pude reforzar muchas certezas que
había alcanzado la primera vez, así como también purgarme de sentimientos
negativos y sanar algunas heridas. Pero el devenir de la vida misma nos coloca
siempre ante nuevos cuestionamientos, dudas, y de esa forma, ante nuevas preguntas
por responder. Así, un año y medio después de mi segunda visita a Situlli, sentía
que ya era hora de regresar una vez más...
Tarapoto es la primera parada
antes de llegar al Centro Situlli. Al aeropuerto de esa ciudad llegué un lunes
en horas de la noche con mi amiga Helen, quién a última hora decidió
acompañarme para participar de la sesión y probar por vez primera la ayahuasca.
Afuera del aeropuerto nos esperaba Jhon
Bautista, quién apoya a Winston Tangoa, curandero de Situlli, recibiendo a los continuos visitantes
que llegan a Tarapoto y embarcándolos al Centro. También apoya en la logística,
llevar las cuentas y cobrar los costos de las dietas y las sesiones.
Luego me enteraría que Jhon es hermano de Sonia, la esposa de Winston.
Como era tarde, ese día no pudimos
trasladarnos al Centro Situlli. Temprano en la mañana fuimos con Jhon a la casa
de Winston Tangoa en las afueras de Tarapoto. Ahí, sin la presencia de Winston
(quién nos esperaba en Situlli), Helen y yo llenamos nuestra historia clínica,
pagamos la sesión de ayahuasca y respondimos una serie de preguntas que Jhon nos
hizo respecto a los propósitos que buscábamos alcanzar durante nuestra visita. Como
él nos explicó, la idea con esta entrevista introductoria es evaluar cuáles son
las reales intenciones de las personas que acuden a Situlli a hacer ayahuasca o
dietar, pues muchos no toman con la debida seriedad el asunto y quieren probar
ayahuasca porque buscan algo más intenso para alucinar de lo que han probado
antes. Por ello se trataba de evitar a aquellas personas que no reflejaran un
real compromiso con el trabajo de introspección personal y limpieza energética
que conllevaba el internamiento en Situlli.
En lo que a mí respecta, le conté
a Jhon que mis 2 experiencias anteriores tomando ayahuasca me habían servido
mucho en mi desarrollo personal, en cerrar conflictos internos, vencer miedos,
disipar algunas dudas y alejar sentimientos negativos que albergaba y que me
impedían vivir en total tranquilidad conmigo mismo. Pero el paso del tiempo
(hace más de un año y medio que no había tomado la planta) y la asunción de
nuevas responsabilidades, presiones y cargas, habían reavivado ciertas
incertidumbres sobre el sentido de mi existencia, lo que me deparaba el futuro,
lo difícil que es hacerse una vida y encarar esta dura realidad, entre otros
sentimientos turbadores. De esta conversación con Jhon surgió el tema de la
dieta de plantas medicinales. Me inquietaba saber cuál era la diferencia entre
lo que yo pretendía hacer (que era hacer una sesión de ayahuasca y luego irme
al día siguiente) y la otra opción de la dieta, que implicaba quedarme varios
días en Situlli tomando diversas plantas medicinales (en complementación con la
toma de ayahuasca). Jhon me contó de su experiencia personal que la dieta es
muy importante para encontrarnos con nosotros mismos y para afianzar nuestros
objetivos personales. El ayahuasca es una parte de, pero la dieta entraña un
trabajo integral a nivel energético. Por tanto, requería un mayor tiempo de
internamiento y un firme compromiso personal, pues demandaba de uno el
aislamiento, tomar alimentos especiales y privarse de muchas cosas. La opción
de hacer una dieta me quedó flotando en la cabeza, a pesar de que modificaba
mis planes iniciales. Pensé en esos momentos que todavía tenía tiempo para
tomar una decisión sobre lo que iba a hacer en los siguientes días.
Culminada esta entrevista con
Jhon, nos embarcamos para el Centro Situlli. Primero fuimos a un paradero de
autos que se dirigía al distrito de Chazuta, ubicado a 50km de Tarapoto en
dirección noreste. Chazuta es un distrito contiguo al río Huallaga, que mucho
más al norte confluye con el gran río Amazonas. Ahí tomamos una peke peke y nos
dirigimos en dirección noreste siguiendo la corriente del río, atravesando diversos
caseríos y cabañas que han crecido de forma aledaña a sus riberas. Una media
hora después entramos en una vertiente angosta del río en su margen izquierda, llegando
al centro poblado de Llucanayacu. Descendimos del bote y comenzamos a caminar
selva adentro, alejándonos del curso del río. Caminamos cerca de media hora por
un sendero que atraviesa los linderos de numerosas chacras (donde se cultiva
café, cacao, maíz, yuca, entre otras cosas), y también tuvimos que vadear el río
Llucanayacu un par de veces con cierta dificultad. Nos encontrábamos en plena
temporada de lluvias y el caudal del río había aumentado. Finalmente llegamos al
Centro Situlli. Ahí fuimos recibidos por Winston Tangoa y Segundo, su ayudante
y mano derecha, el cual nos llevó a nuestra habitación en una gran cabaña de
dos pisos que se había levantado recientemente.
Vista de la ribera del
río Huallaga camino al centro poblado Llucanayacu.
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El Centro Situlli comprende un
terreno de 25 hectáreas aproximadamente (según me contó después Winston), por
cuyos linderos corre el río Llucanayacu, dándole un cariz sumamente especial. En
la zona más próxima al río se ubica el comedor principal y la cabaña de dos
pisos donde me estaba hospedando, que al parecer se utiliza para los huéspedes
transitorios que no van a dietar o quedarse muchos días. En la parte de atrás
se encuentran las cabañas habitadas por Winston, Segundo, y sus respectivas familias,
además de una gran maloca circular recién construida donde actualmente se hacen
todas las sesiones de ayahuasca. En ella pueden entrar más de 25 personas. A su
lado se ubica una pequeña maloca rectangular donde se solían hacer estas ceremonias,
y en donde yo había experimentado la planta las dos primeras veces que acudí a
Situlli. Ahora esta maloca se usa como tendedero de ropa. El terreno se
extiende a lo largo y ancho monte arriba, encontrándose numerosos tambos
desperdigados en toda el área. Estos tambos consisten en unas pequeñas cabañas donde
se hospedan las personas que van a hacer dieta de plantas medicinales y que por
lo tanto van a permanecer en Situlli un mayor número de días (como mínimo 5
días por lo general). Cada tambo se encuentra aislado del otro, de modo que las
personas que dietan están incomunicadas. Como me comentó Winston días después, Situlli
puede acoger hasta 50 dietistas aproximadamente, lo que significa que existe un
número significativo de tambos alrededor (yo no llegué a ver más de 15).
Apenas llegué me instalé en uno
de los cuartos de la cabaña y bajé a almorzar. Ahí estaban Winston y su
familia: su esposa Sonia, su segundo hijo Kenji (su viva imagen) y el más
pequeño de unos 7 u 8 años, Gil Abraham. La hija mayor de Winston se encontraba
en Tarapoto, siguiendo sus estudios de Derecho en la universidad. También se
encontraban Segundo con su esposa Marta, su hijo Alexis, y sus hijas Yuli y
Yaritza. Todos ellos conformaban por el momento la familia Situlli, por lo
menos hasta que los chicos tuvieran que retornar a Tarapoto a mediados de marzo
para el inicio de las clases. Las vacaciones de verano eran un buen momento
para que ambas familias pudieran reunirse y pasar una temporada juntos en
Situlli, lo cual no sucede durante el resto del año. Almorcé un par de huevos
fritos con arroz y un poco de ensalada fresca. Luego me senté a charlar un rato
con Winston. No puedo decir que fuéramos grandes amigos. Mis visitas al Centro
habían sido muy cortas y esporádicas. Pero sí sentía que perduraba un vínculo
amical debido a la empatía que habíamos alcanzado en nuestros primeros
encuentros. Lo felicité por los buenos cambios que se respiraban en Situlli,
con la construcción de la gran maloca y la cabaña de dos pisos. Le pregunté
también cómo había estado la carga de trabajo últimamente. Dijo que por el
momento había dos franceses dietando, pero hace pocos días se había ido un
grupo grande de europeos que había permanecido un poco más de un mes. Este
grupo había pasado año nuevo y navidad aislados en sus malocas y comiendo sin
sal. Pero ahora todo estaba mucho más tranquilo.
Vista del comedor del Centro Situlli en primer plano, y al fondo la cabaña de dos pisos que recientemente se ha construido para hospedar a visitantes. |
En esos momentos todavía no
estaba seguro que iba a hacer, si quedarme varios días o irme al día siguiente
luego de la sesión de ayahuasca. Había pensado un poco en el camino a Chazuta la
posibilidad de cambiar mis planes iniciales, pero no estaba seguro, necesitaba
un empujoncito más. Le pregunté a Winston por el tema de las dietas, como lo
veía él y en qué medida se diferenciaba de solo tomar ayahuasca. Respondió que
no tenía nada que ver una cosa con la otra. La ayahuasca te ayuda, es buena,
pero solo representa una parte de todo el proceso de sanación espiritual. En
cambio, la dieta te “desahueva”. La dieta permite a uno trazar sus objetivos y
dar el paso necesario para cumplirlos, te permite tener las ideas y los sentimientos
muchos más claros, alcanzar una mayor convicción y seguridad en lo que uno
busca hacer y tener en su vida. La ayahuasca es un complemento necesario de la
dieta, pero por sí sola no permite un trabajo de introspección y curación
integral. De alguna manera, solo tomar ayahuasca te permite ver el umbral.
Hacer la dieta te permite, además de verlo, dar el paso y cruzarlo.
Sentí en esos momentos que las
palabras de Winston encajaban perfectamente con los pensamientos (conscientes y
subconscientes) que me habían motivado a pegar la vuelta a Situlli. Ahora
estaba convencido. Le pregunté a Winston si podía quedarme unos días y hacer
una dieta. Se quedó pensando unos segundos y me dijo que ya, que iban a
preparar mi tambo para que comenzara mi dieta al día siguiente, después de la
sesión de ayahuasca. Luego él se retiró a su cabaña y yo me quedé bastante
intranquilo, pensando en la decisión que había tomado. Era sin duda, una
decisión que no había sido muy meditada. Tenía una sensación de total
incertidumbre y un poco de temor, que se mezcló con la ansiedad que ya tenía por
la inminente sesión en algunas pocas horas. No sabía que iba a ser de mí, pues
no sabía cuál era la real dimensión de hacer una dieta. Pero, otra parte de mí sentía
que esta era una gran oportunidad para experimentarlo. Pensaba que si el tema
de la dieta y mi interés por ella surgieron espontáneamente, tal como de
imprevista fue mi decisión, era por algo,
porque a veces las cosas pasan por algo.
Tal vez era parte de un destino inexorable haber llegado en esos momentos a
Situlli, que haya surgido el tema de la dieta, que me haya interesado en ella y
que finalmente haya decidido quedarme y cambiar mis planes iniciales. Pero en
esos momentos la sensación de desasosiego me embargaba más. Era temprano
todavía, así que decidí ir a bañarme al río. Como el cielo estaba un poco
nublado, no me quedé mucho rato en el agua. No pasaron muchos minutos antes de
que los multiformes insectos y mosquitos locales me dieran la bienvenida con
sus primeros ataques. Me eché un poco de repelente y me recosté en una de las
hamacas del segundo piso de la nueva cabaña. Ahí me puse a leer un rato,
escuchando los variados ritmos y melodías de la selva, con las chicharras
cantando al unísono y generando una vibración estruendosa que emanaba de todos
los rincones. A pesar de que me sentía un poco cansado por el viaje y la
caminata, no pude dormir nada. No me sentía del todo tranquilo para la
ceremonia de la noche. A pesar de que esta era la tercera vez que iba a tomar ayahuasca,
cada experiencia es distinta de la anterior. Pero más allá de eso, sentía un
temor indescifrable frente a lo que podía ver o experimentar.
Como llegamos a Situlli pasado el
mediodía, Winston decidió que Helen y yo no tomáramos la purga vomitiva que
había ingerido antes de mis dos primeras sesiones de ayahuasca. Esta purga
consistía en tomar un tabaco concentrado, más o menos 100ml o 200ml. Apenas
ingerido el tabaco, se debía tomar un balde de 3 o 4 litros de agua caliente
que te obligaba a vomitar de forma inmediata. La idea con esta purga es limpiar
el estómago y eliminar energías negativas que dificultarán el trabajo de la
ayahuasca en tu cuerpo. Sentir el ardor del tabaco en tu estómago, tomar tanta
agua caliente y luego vomitar compulsivamente, habían sido experiencias muy
desagradables para mí. En esta nueva oportunidad ya no tuve que volver a pasar
por lo mismo. A eso de las 5pm, Winston me suministró medio vaso de una planta
llamada mucura. Ésta tenía un sabor a kion concentrado, bastante feo, y me dejó
un mal gusto en la boca por varias horas. De acuerdo a Winston, la mucura sirve
para alejar los sentimientos negativos, permitiendo así asimilar mejor la
ayahuasca. De todas formas, tomar esta planta era mucho mejor que pasar de
nuevo por la experiencia del tabaco. Antes de irse, el maestro Winston nos dijo
que nos fuéramos a bañar en el río y que estemos listos a las 7pm para el
inicio de la ceremonia.
Apenas anocheció por completo,
Segundo se nos acercó a Helen y a mí para indicarnos que debíamos ir a la
maloca circular para iniciar la sesión. Dentro de ella se habían desplegado
unas siete colchonetas en el suelo pegadas a la pared, una al costado de la
otra. Había un espacio de separación de un metro entre cada una. Las
colchonetas se habían distribuido de tal forma que casi llegaban a formar un
semicírculo. Junto a cada una de las colchonetas, un balde de plástico vacío se
encontraba listo para recibir todas las emisiones físicas durante el trance. Al
medio del semicírculo formado por las colchonetas se encontraba el sitio del
maestro Winston. Ahí se podía ver una silla de madera con respaldar, y frente a
ella una pequeña mesa con varias botellas de plástico con brebajes de diversos
colores, asumo que con ayahuasca y otras plantas preparadas. También se podían
ver algunos cigarros sin filtro, y una maraca para acompañar el canto de los
ícaros. En el punto central del círculo que formaba la maloca se había erigido un
pequeño altar, formado por un conjunto de piedras colocadas de forma tal que
componían un círculo asimétrico. Al medio de este círculo sobresalía una piedra
más alargada, colocada en forma vertical y coronada por un sapo de piedra que
miraba hacia la posición de Winston. Un par de velas encendidas, una en la mesa
de Winston y otra en el tótem en el centro de la maloca, eran las únicas luces
del lugar. La sombra que formaba la vela sobre el sapo de piedra proyectaba una
enorme criatura al otro lado de la pared de la maloca. No se podían ver bien
los rostros de las personas presentes, salvo de aquellos que estuvieran
sentados a tu lado. Todos estaban sentados en las colchonetas en una posición
de meditación, apoyando la espalda contra la pared. En esos momentos, Winston entró
en silencio. Tomó asiento en su silla y prendió un cigarro, comenzando a
enunciar unas palabras ininteligibles en voz baja. Parecía ser una especie de
oración introductoria. Luego llamó a cada uno de los presentes para que se
acerquen a la mesa y recibir su dosis de ayahuasca respectiva. La planta era
servida en un pequeño vaso de trago corto hecho de metal; lo que se conoce como
un “shot”. Cuando llegó mi turno, sentí nuevamente ese sabor amargo y dulzón a
la vez, que me hacía recordar a algún jarabe para la tos súper cargado. Culminada
la repartición de dosis, todo quedó en absoluto silencio. Recordaba que los
efectos se iniciaban en unos 20 minutos, así que cerré mis ojos, tratando de
respirar pausadamente y dejar mi mente en blanco hasta que comenzara el trance.
Alguien (imagino que Winston o tal vez Segundo, quién también estaba presente)
apagó las velas, y todo quedó en penumbras. Pasaron los minutos y poco a poco
comencé a sentir cómo los latidos de mi corazón se aceleraban. Es más, podía
escucharlos claramente. Tenía la extraña sensación de que el espacio físico en
el que me encontraba comenzaba a contraerse hacia mí, como si en realidad estuviera
en un espacio pequeño y cerrado, dejando de percibir la presencia de las
personas sentadas a mi lado. A pesar de que estaba con los ojos cerrados, de
alguna manera todo el espacio circundante se tornó más claro y luminoso alrededor
mío, de un color verde con matices turquesas. Recuerdo que a partir de ahí
comencé a pensar muchas cosas sobre mí, mi vida, mi familia, las personas que
conozco y que me rodean. Un pensamiento seguía a otro, se mezclaban entre sí,
se confundían y se superponían. Algunos eran inconexos, otros seguían una
secuencia lógica y clara, llegando en muchos casos a desentrañar la causalidad
última de ideas y sentimientos íntimos que antes no les había encontrado
sentido alguno. Por momentos tenía visiones muy bonitas, imaginándome en medio
de la selva y rodeado de diversos animales y vegetación que me acompañaban y
con los que compartía la dicha de vivir. Pero en medio de algunas de esas
imágenes se me cruzaban pensamientos negativos que me hacían perder el flujo de
la hermosa ilusión que estaba teniendo. Ocurría también que de forma
subconsciente trataba de encontrar una lógica a las visiones que tenía, lo cual
también me cortaba la viada y me hacía perderme en razonamientos sin sentido.
Sentía que la planta me pedía que me dejara
llevar, que solamente respirara hondo, que sintiera, y que no tratara de racionalizar todas las visiones que
se me presentaban. Por momentos pude hacerlo, pero tampoco podía alejar del
todo mi ser racional. Pensé en muchas cosas de mí y de mi vida, de las personas
que me rodeaban, y qué cosas me faltaban trabajar para poder alcanzar una paz
de mente y de corazón. Pude identificar aquellos problemas, complejos y taras
que me impedían lograrlo, muchos de los cuales ya había vislumbrado en mis dos experiencias
anteriores con la ayahuasca, pero que no había podido purgarlos de mi organismo.
En esta oportunidad tampoco sentí que lo pude hacer completamente. No sentí que
asimilé del todo bien la planta. Estaba muy mareado, y después de un tiempo en
trance (que no puedo precisar) comencé a sentir que físicamente me sentía agotado,
que la planta había consumido todas mis energías y cada vez me era más difícil
sobrellevarla. En esos momentos decidí recostarme en la colchoneta, lo cual fue
una mala idea pues me sentí aún más mareado. Cuando Winston comenzó a cantar
sus ícaros sentí arcadas, pero la posición en la que estaba me impedía vomitar.
Traté de sentarme nuevamente, pero me sentía muy cansado y mareado. Instantes
después ya solo quería que los efectos se diluyeran y descansar. No sé cuánto
tiempo después la sesión terminó “formalmente”. Winston dejó de cantar y todo
quedó en silencio. Luego él se retiró a su cabaña a dormir, deseando buenas
noches a todos. Poco a poco cada uno de los presentes se retiró a sus tambos.
Yo seguía mareado y sin muchas ganas de levantarme. Abrí los ojos y el pálido
reflejo de la luna dejaba ver los contornos del exterior de la maloca y la
selva que se perdía arriba en el monte. Después de un buen rato en que
permanecí echado y esperando a que los efectos se pasen del todo, me paré y me
retiré a mi habitación. Casi no pude dormir esa noche.
Vista de la nueva maloca circular del Centro Situlli, dónde actualmente se llevan a cabo todas las sesiones de ayahuasca |
Vista interior de la maloca circular. Al medio se observa el altar de piedras. Al fondo se encuentra la silla que ocupa el maestro Winston durante la ceremonia. |
Temprano en la mañana, Segundo se
acercó a mi habitación para avisarme que era hora de hacer mi traslado al tambo
para iniciar la dieta. Vi mi IPod y eran las 8am. Guardé mis cosas
apresuradamente y comencé a caminar detrás de Segundo. Para llegar a mi tambo se
debía atravesar un sendero que se iniciaba al costado del comedor y que
atravesaba un pequeño arroyo. El tambo consistía en una pequeña cabaña abierta
a la selva, rústicamente construida. En un extremo se había levantado una
plataforma de madera que fungía de cama, con un pequeño colchón encima y
cubierta totalmente por un mosquitero (pasaría la mayor parte de mi estadía en
Situlli ahí metido). Una hamaca desplegada en medio de la cabaña y una pequeña mesa
al lado, completaban todo el mobiliario del tambo. En el suelo había una
botella de 2 litros totalmente llena, que contenía un líquido de color marrón.
Encima de la botella habían colocado un vaso hecho con la cáscara de un coco
cortado a la mitad. Segundo me indicó que tenía que tomar tres vasos al día de
ese brebaje, a las 7am, 11am y 5pm. Le pregunté qué era eso que tenía que
tomar, y me dijo que se llamaba 7 palos. Es una variedad de varias plantas,
precisó, y tenía que tomarlo antes de cada comida. Me mostró también el “baño”
que me habían acondicionado, que consistía en un pequeño hueco hecho en la
tierra ubicado a dos metros de mi tambo. Así ya no tenía necesidad de acudir al
baño regular de Situlli (que tenía wáter y lavadero) y podía estar
perfectamente incomunicado, tal como lo exigía el régimen de dieta. Cuando salí
a ver mi baño personal, pude percatarme que una araña del tamaño de mi mano se
columpiaba en una enorme telaraña tendida al lado del tambo. Pensé que por lo
menos no estaría tan solo en ese lugar. Antes de irse, Segundo me dijo que
descansara, y que en un rato me iban a traer el desayuno. Apenas se fue, me
serví un vaso lleno de 7 palos. No podría describir bien el sabor. No se parece
a algo que haya probado antes. Lo que sí recuerdo fue una sensación de asco
mientras ingería el líquido. Tuve que darme un segundo y hasta un tercer impulso
para poder terminar todo el vaso. Después de tomarlo no pude dejar de
pronunciar un sonoro “aghhh!!!”. Repetiría esa expresión en las siguientes
horas y durante los siguientes días, cada vez que tomaba esa combinación de
plantas.
Me eché en la hamaca y me puse a
pensar qué sería de mí durante los siguientes días que iba a estar metido en ese
tambo, aislado de todo y de todos. Me sentía muy intranquilo y hasta comencé a
cuestionarme por la decisión que había tomado. No me había mentalizado del todo
para pasar varios días en ese estado, 8 días en principio. También reflexionaba
sobre la sesión del día de ayer, que creo era la más intensa que había tenido. Dos
temas no dejaban de darme vueltas en la cabeza producto de mi experiencia de la
noche anterior. Uno tenía que ver con la relación entre lo racional y lo emocional,
entre la conexión de lo que expresa tu mente y tu corazón, si se les puede llamar de esa manera. Durante muchos períodos de la sesión me dejé llevar a
través de las visiones y alucinaciones que fluían continuamente, sensaciones
puras sin un sentido lógico o racional. Pero súbitamente, de forma
inconsciente, en muchos de esos momentos comenzaba a racionalizar esas emociones,
perdiendo instantáneamente las imágenes que mi mente creaba y que me llevaban a
realidades nunca imaginadas. Sentía en esos instantes que la planta me pedía
que tratara de pensar menos y dejarme llevar por mis instintos, por mis impresiones
psíquicas. Pero sin duda muchas de esas visiones tenían un sentido, y para
entenderlas, para trabajar en ellas, tenía que racionalizarlas. Pensaba en el
equilibrio necesario entre estas dos dimensiones de mi ser. En esos momentos me
acordé de una frase de Tolstoi en “La Guerra y La Paz” que siempre se me había
quedado marcada, y que decía: “toda conciencia no es más que adaptación de la
esencia de la vida a las leyes de la razón”. Otro tema que rondaba mi cabeza
tenía que ver con nuestra irrenunciable humanidad en relación con los objetivos
que uno busca alcanzar con las dietas y la toma de ayahuasca, orientados a
alcanzar la paz espiritual y eliminar los sentimientos negativos que envenenan
nuestra alma. La primera vez que tomé ayahuasca pude ver claramente esa
división que hay en nuestro ser entre lo positivo y lo negativo, entre nuestras
bondades y nuestros defectos, nuestras virtudes y nuestros demonios. Pude
visualizar y analizar de forma muy clara que, como seres humanos, estamos
hechos de esa dualidad y no podemos escapar de ella. Incluso en esa oportunidad
tuve la oportunidad de reconciliarme con Jesucristo, y lo recuerdo emergiendo
del medio de aquellos dos polos de energías opuestas que componen nuestro ser.
Por eso ahora me preguntaba hasta qué punto podemos eliminar aquellos aspectos
negativos, aquellos demonios que habitan nuestra alma, si es que éstos forman
parte de nuestra propia naturaleza humana, de la dualidad que compone nuestro
ser humanos.
No pude resistir estar más tiempo en la hamaca. Los mosquitos comenzaban a hacerme estragos, problema que se agravaría en los siguientes días. Decidí entrar al mosquitero y recostarme hasta esperar que llegue el desayuno. Pasó un cuarto de hora y llegó la señora Marta (la esposa de Segundo) con mi primer desayuno de dieta. Éste consistía en una papa y una zanahoria sancochada, ambas sin sal. La dieta exigía que no comiera absolutamente nada salado. La señora Marta me preguntó cómo iba, a lo cual le respondí que “ahí”, “pasándola”, con una expresión un tanto cabizbaja. Me dijo que tenía que tener valor y se fue. Comí con bastante desgano mi desayuno y luego bajé al comedor para preguntarle a Winston si podía lavarme los dientes. Lo encontré afuera del comedor, descansando en una banca. Le pregunté qué restricciones tenía, si podía usar pasta dental o repelente. Me miró con incredulidad y respondió que ni hablar, que no podía usar ni champú, ni repelente, ni pasta dental (ahora tengo la duda de si también se refería al jabón, que nunca dejé de usar), porque de lo contrario me podía “loquear”. De acuerdo a lo que le entendí, usar productos químicos en tu cuerpo se cruzaba de alguna manera con la dieta. Recordé en esos momentos que durante mi segunda visita a Situlli, había conocido a un suizo que llevaba varias semanas dietando. El tipo era un ex drogadicto que había recorrido casi todo Latinoamérica durante fines de los setenta y los ochenta, consumiendo cuánto químico y alucinógeno le habían puesto al frente. En el tiempo que lo conocí tenía casi 50 años, y el único vicio que conservaba era fumar cigarros compulsivamente (que le generaba una tos de perro). Cuando Winston nos presentó le extendí la mano para saludarlo, lo cual el suizo rechazó un tanto fastidiado. Se justificó diciéndome que cuando uno está dietando debe evitar todo contacto físico, porque la ingesta de plantas te vuelve muy sensible a todo tipo de energías que otras personas te pueden transmitir. No se puede negar que un buen apretón de manos ayuda mucho a identificar el aura de una persona, qué tan transparente o turbio se muestra ante ti. Le dije a Winston que aún me costaba acostumbrarme a este nuevo régimen. Él me miró con cierto desdén y respondió que no era nada, apuntando con su dedo a un hombre que estaba sentado en esos momentos en el comedor y que -según después supe- era un francés que estaba dietando desde hacía 30 días. Winston me dijo que pensara en los héroes de las películas hollywoodenses para armarme de valor. Regresé a mi tambo pensando en la última película de Batman, en la parte donde el hombre murciélago se entrenaba para escapar de la prisión a la cual lo había confinado Bane. En el camino me encontré con mi amiga Helen, que partía de Situlli en el transcurso del día. Decidimos despedirnos en ese momento, pues probablemente ya no iba a verla después debido a mi confinamiento. Me pidió que sobreviva a la dieta. Llegué a mi tambo e inmediatamente entré al mosquitero para guarecerme de la variedad de bichitos que comenzaban a rodearme amenazantes. Si salía del mosquitero estaba totalmente desprotegido. No podía dormir, a pesar de que debía estar totalmente agotado producto de la sesión de anoche. Me sentía muy aburrido y solo. Salía por momentos a caminar, bañarme en el río o buscar algo de contacto humano. Con el pretexto de recoger agua, bajé un par de veces al comedor durante la tarde. Ahí Sonia y Marta se encargaban de la cena de la noche, mientras la pequeña Yaritza coloreaba un libro de figuras de animales. A unos pocos pasos, Winston y Segundo recogían maderos para encender la cocina. Acariciar a los 3 perros de Winston fue el único contacto físico que tuve con seres vivos durante ese día, a excepción de los mosquitos, claro. Entre las 6 y 7 de la noche bajé nuevamente al comedor, habiendo tomado mis 7 palos previamente. Me sirvieron una avena horrible, totalmente insípida. A la hora del almuerzo había comido una sopa de verduras casi igual de desagradable. A las 8pm estaba de vuelta en mi tambo y metido en mi mosquitero, esperando que la noche pase rápido, que los días pasen rápido. Quería escuchar música de mi IPOD, pero me inquietaba que el aparato se descargue y quedarme sin música durante los siguientes días (considerando que iba a pasar más de una semana en Situlli). Decidí escuchar solo media hora por día, 45 minutos para ser más preciso. También quería leer un rato, pero el mismo problema se presentó con la luz. Solo tenía un juego de pilas para mi linterna de la cabeza. La linterna era la única luz que uno tenía de noche, a no ser que hubiera cielo despejado y con una luna de buen tamaño. Igualmente decidí dosificar el uso de mi linterna. Así, estuve escuchando música como una hora, y luego me puse a leer otro similar período. No podía conciliar el sueño. Luego, no sé en qué momento me quedé dormido, y aunque me desperté más de una vez durante la noche, ésta no fue mala del todo. Tuve un par de sueños muy raros que ya no recuerdo.