Vista interior del tambo en el
cual estuve dietando durante varios días.
El día 2 de la dieta amanecí con mejor humor. Recordé las palabras de Winston el día anterior, que me dijo que solo tenía que acostumbrarme a esta nueva situación. Pensé que, al final de todo, el ser humano es un animal de costumbres. Solo tenía que asumir la situación con entereza y de esa manera todo pasaría más rápido. Como a las 8am me trajeron mi desayuno. Me sentí contento porque habían añadido un tomate a la papa y a la zanahoria que me trajeron ayer. Todo sin sal obviamente, pero igual el sabor del tomate permitía que la comida no se sintiera tan desabrida. Después de comer regresé al mosquitero, pero un par de horas más tarde el sol emergía omnipotente y calentaba todo el sitio. No podía soportar estar más tiempo adentro. Salí a dar una vuelta por el lugar, haciendo una pequeña expedición a través de los muchos senderos que iba encontrando, pasando por numerosos tambos desocupados para dieteros como yo. Sendero abajo, llegué al río, en una zona como a 200 metros al norte del comedor y la entrada a Situlli. Me metí al río y regresé vadeándolo. Estuvo entretenida esa pequeña travesía, que en esos momentos me pareció una gran aventura debido a mi confinamiento. Regresé a mi tambo y me puse a leer, terminando el libro “Soldados de Salamina” del español Javier Cercas. Esta novela hace un homenaje simbólico de aquellos héroes anónimos de guerras pasadas pero recientes en la memoria colectiva, que fallecieron por un país o por una causa. Nadie recuerda sus nombres, ni tampoco sabrán de las empresas que emprendieron y lo mucho que contribuyeron a que el mundo actual sea un poco mejor. Cuando terminé el libro, pensé que mi actual empresa se veía totalmente empequeñecida con el valor y el sacrificio de estos soldados anónimos. Pensar en ellos me generó renovadas fuerzas para seguir adelante. Sentía igual que cada vez me acostumbraba más a este nuevo régimen. En horas de la tarde, después de haberme bañado un buen rato en el río, bajé al comedor a esperar la cena. Winston estaba atravesando de lado a lado el río, desplegando una gran red en todo lo ancho para picar algo. Estaba con su hijo menor Gil Abraham. Me senté en una banca fuera del comedor y me puse a observar como pescaban. Pasado un buen rato, el maestro Winston regresó al comedor. Apenas me vio, se me acercó para decirme que al día siguiente en la noche tendríamos otra sesión de ayahuasca. Me entró una pequeña angustia en esos momentos. La última sesión me había dejado desgastado, y aunque sabía que en algún momento de mi estadía iba a tomar la planta de nuevo, no esperaba que fuera tan pronto. Tratando de ocultar mis miedos, le pregunté si yo también tenía que participar, considerando que estaba dietando. Expresando cierta perplejidad ante mi pregunta, me respondió con un contundente “por supuesto, ¿si no para qué estas dietando?”. Dejé el tema de lado y nos pusimos a conversar de otras cosas. No recuerdo en qué momento comenzamos a hablar de la oferta de tierras que hay en la zona. Le conté de mi interés por adquirir tierras en la selva alta en un futuro (espero) no muy lejano, que tenía planes de construir una especie de eco-lodge. Por su parte, él me expresó su interés de vender el Centro Situlli. Un francés le había ofrecido como 200,000 mil dólares, monto que él había rechazado. Posteriormente estuvo en tratativas con otro europeo para venderlo a 250,000 mil dólares, pero no se llegó a ningún acuerdo. Le pregunté si su intención de vender el Centro Situlli implicaba también su deseo de renunciar a la vida de curandero. Me respondió que no, que estaba planeando comprar un terreno cerca de Tarapoto. De esa manera no tendría que vivir separado de su familia durante el período escolar y podía seguir trabajando. Pero igual tenía sentimientos encontrados. Sin duda, le daba pena vender Situlli. Para él, como para todos los que llegaban a ese lugar, Situlli era una locación hermosa, bucólica; un espacio natural que cada vez resulta más difícil encontrar en este mundo moderno y depredador. Winston es consciente que mucha gente acude solo por el lugar. Inclusive muchos visitantes llegan solo para descansar y bañarse en el río, sin hacer ninguna clase de dieta o tomar ayahuasca. La conversación se derivó hacia expresiones de fastidio por la continua alza de precios de terrenos. Reflexionábamos sobre cómo el “progreso” avanza en la zona, encareciendo todo. La nueva carretera a Chazuta y las torres de electrificación que se están levantando alrededor son una buena muestra de cómo este tipo de innovaciones cambia totalmente las dinámicas económicas y sociales de una zona determinada. Ante mi interés por el tema de tierras, me contó que su vecino pensaba vender su terreno de 5 hectáreas a 10.000 soles (Situlli tiene 25 hectáreas), y que podía interceder ante él para que me lo vendiera. Prefería que lo obtenga alguien de confianza como yo, y no un “serrano”. Le pregunté cuál era el problema con los andinos, y me contó que producto de sus migraciones se había deforestado mucho la zona. Considera que ellos no respetan el bosque como lo hacen los amazónicos. Por ello, prefería vender su terreno a alguien que fuera a trabajar con las plantas de la forma como él lo ha venido haciendo. En ese momento llamaron a cenar a todos los presentes, y me senté junto al francés que venía dietando desde hace varias semanas. Ahí me enteré que ya había terminado su dieta de 40 días. Por eso su comida era normal, con sal, acorde a la post-dieta. Me tuve que comer de nuevo esa avena asquerosa que me habían servido el día anterior. No pude terminarla. Luego me fui a mi tambo a oscuras, un poco intranquilo por la sesión del día siguiente. Esa noche no pude dormir bien. Me despertaba y cambiaba de posición en la cama a cada momento. Tuve un sueño largo, que expresaba todos mis miedos a tomar la ayahuasca de nuevo.
A la mañana siguiente me sentía mucho más tranquilo. Después de tomar mis 7 palos y desayunar, me acordé que tenía que llamar a mi madre para decirle que estaba vivo y que no se preocupara si no entraban sus llamadas. Kenji, el hijo de Winston, me había dicho que a Situlli solo llegaba una tímida señal para celulares Movistar. Tenía que agenciarme uno pues el mío es Claro. Bajé al comedor y Winston estaba conversando con su esposa. Sentados al lado, Segundo y su familia terminaban de desayunar. Ante mi inusual pedido, Winston se mostró extrañado. Su primera reacción fue decirme que, mientras uno está dietando, no puede comunicarse con nadie del exterior. Le narré mi particular situación y que no había planeado estar tantos días incomunicado. Al final aceptó, indicándome que para coger señal tenía que ir sendero arriba hasta llegar a las cabañas donde duerme él con su familia. Llegado a ese sitio, solo después de un rato pude coger señal y comunicarme con mi madre. Le conté de mi cambio de planes y lo que había estado haciendo los últimos días. Ella contestó que me sentía sosegado, mucho más pausado al hablar. Le dije la quería mucho y ella también. Mucho más tranquilo luego de esta llamada, me fui a bañar al río. Caminando río arriba, hacia el norte, encontré un lugar donde las piedras forman una especie de hidromasaje con la corriente del río. Me quedé largo rato sentado dándole la espalda a la corriente. Sentía mucho menos ansiedad por la inminente sesión que me esperaba en horas de la noche. Sentir cerca el amor de mi familia me daba fuerzas para afrontar de la mejor manera este nuevo desafío.
Después del almuerzo, me encontré nuevamente con el maestro Winston cerca del comedor. Me senté a su lado y nos pusimos a charlar un buen rato. Me interesaba conocer algo de sus orígenes (en esos momentos ya tenía la idea de escribir algo sobre esta experiencia). Le pregunté a qué etnia amazónica pertenecía. Me contó que él era originario de la etnia quechua-lamista, ubicada en distintas zonas de la Región San Martín, principalmente cerca de la provincia de Lamas. El devenir histórico de este pueblo es sumamente particular, pues le fue impuesto el quechua como lengua franca durante la Colonia (difundida desde las misiones religiosas católicas) pero han podido mantener hasta la actualidad prácticas ancestrales de origen propiamente amazónico. El chamanismo es uno de aquellos usos que se han transmitido por muchas generaciones. En el caso de Winston, él heredó sus conocimientos de su abuelo, el reconocido curandero Aquilino Chujandama. El adiestramiento de Winston comenzó cuando él tenía 14 años. Su abuelo lo llevaba al monte durante largos períodos de tiempo (meses), dejándolo solo para que tomara plantas, reflexionara y se preparara para tomar su posta en el futuro. Como Winston narra, él no sentía deseos de volverse curandero a esa corta edad, tenía otros planes en su vida. A sus 17 años ya conocía al detalle las propiedades de muchas plantas medicinales, y numerosas personas iban a buscarlo directamente a él y no a su abuelo para que les curara dolencias u otro tipo de males. Winston no quería seguir la senda de su abuelo, pero el proceso de aprendizaje que siguió durante todos esos largos años le fue mostrando -a través de sucesivos sueños y visiones- que su futuro como curandero se encontraba trazado. Se convenció de que su misión en la vida consistía en ayudar a las personas a través de las plantas medicinales. Un curandero, relata, puede ser bueno o malo. Cuando el curandero comienza a tomar plantas, visualiza los senderos que puede tomar, el del bien o el del mal. Uno decide si quiere hacerle bien o mal a la gente, por eso existen brujos buenos y brujos malos. Él optó por el primer camino.
Cuenta que recién a los 27 años comenzó a perder la timidez en el trato con otras personas, empezando a tomar en serio lo que vendría a ser su oficio hasta la actualidad. Ahora tiene 44 años, y en marzo próximo cumplirá 45. Sin embargo, en sus propias palabras, no hay nada que celebrar, pues no se gana un año más sino que se pierde un año de vida, se está un año más cerca de la muerte. No entendía entonces por qué la gente lo saluda y lo felicita a uno por esa razón. Luego me contó que el francés que dirige Takiwasi, probablemente el centro de curación con plantas medicinales más grande de San Martín, también había sido discípulo de su abuelo. Con cierto desdén me contó que este europeo se creía curandero porque estuvo 2 años dietando. Pero igual reconoció el esfuerzo que él hacía por ayudar a otras personas. Del tono usado en sus palabras me pareció que existía alguna suerte de conflicto o rencilla entre ambos (Winston también había trabajado como curandero en Takiwasi), pero no quise ahondar más en ese tema. Le pregunté más bien si un extranjero (o un no-nativo) también podía ser curandero. Se quedó pensando un par de segundos y me respondió que sí, que cualquier persona, sea de donde sea, podía llegar a ser un buen chamán. Lo fundamental es tener un buen maestro. Además, una cuestión muy importante para llegar a ser un buen curandero es nunca ser/estar orgulloso de tus dones. Uno tiene que aprender a compartir, ser humilde ante todo. Pero resaltó que todo curandero debe tener “mano para curar”, para lo cual debe estar sintonizado con la naturaleza. Por ello, cualquier persona no puede curar. Se debe estar sano de mente y cuerpo, ser estricto con las dietas y abstenerse de sexo cuando se está curando. Se me ocurrió preguntarle si no estaba cansado de tener tantas sesiones seguidas, de tomar ayahuasca casi 2 o 3 veces por semana y tener que soportar el karma de todos los junkies, loquitos y desadaptados que se iban a tratar ahí. El trabajo de un chamán no es físico sino mental, fue su breve respuesta. ¿Te ves como curandero toda tu vida?, repliqué. Señaló que en el corto plazo todavía no quería dejar el oficio, pero que una de sus principales preocupaciones latentes tenía que ver con su familia. Quería dedicarles más tiempo a sus hijos, pues la mayor parte del tiempo ellos viven en la ciudad. Le preocupaba también sentirse cada vez más alejado de sus vidas. Ellos ahora tienen otras cosas en mente, viven más el tema de la modernidad, el internet, el celular, las nuevas tecnologías. En cambio, él es un hombre de campo, tal como lo fue su abuelo. Esto lo motivaba más a vender el Centro Situlli y trasladarse cerca de Tarapoto, cerca de sus hijos. Al final de nuestra charla me dijo que vaya a mi tambo y descanse, que me concentre en lo que buscaba alcanzar en la sesión de la noche.
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Maestro Winston Tangoa. Fuente de la foto: página de Facebook del Centro Situlli. |
Almorcé un plato de lentejas con arroz y pepino picado. Como sabía que en la noche no iba a cenar debido a la sesión, le pedí repetición a la señora Marta. Luego regresé a mi tambo a esperar que pasen las horas. Pasó un buen rato y me aburrí de estar metido en el mosquitero. Decidí bajar al río, permaneciendo un largo rato sentado en una piedra en la orilla y mirando como chapoteaban los patos. A unos pasos la señora Marta y sus hijas lavaban sus ropas en el río. Un poco más allá, Segundo regresaba de algún lugar fuera del fundo con varias matas de plátanos a sus espaldas. Así transcurrió la tarde, como casi todos los días transcurren en el Centro Situlli.
Cuando comenzó a oscurecer, me alisté y fui a la maloca grande para esperar el inicio de la sesión. No podía estar menos tranquilo. Tenía mucha ansiedad, un poco de miedo, algo de nerviosismo. Era una mezcla de varias sensaciones. Inclusive fui a pedirle a Anatol que me invitara un cigarro (tabaco sin filtro, como los fuman allá), a pesar de que no fumaba desde hace varios días. No me hizo sentir mucho mejor el olor del tabaco. Tenía la sensación de que no iba a asimilar bien la planta, que me iba a sacar la mierda. Pasaron los minutos y comencé a sentir un calambre en mis dos brazos, un estremecimiento que aumentaba cada minuto. Creo que había somatizado todo mi miedo y nerviosismo de esa manera. Winston entró en la maloca y comenzó a llamar a cada uno para darle su shot de ayahuasca. Después de tomar la dosis, el calambre en mis brazos aumentaba cada vez más. Pasaron los minutos y comencé a percibir que mis latidos se aceleraban y que la corriente que atravesaba mis brazos se extendía a otras partes de mi cuerpo. Simultáneamente comencé a sudar a chorros, creo que nunca antes había sudado tanto. Sentí en un momento que mi cuerpo no iba a aguantar más y que iba a desmayarme en cualquier momento. Estaba totalmente empapado en sudor, con el corazón a mil y casi totalmente “electrificado”. De repente, a punto de desfallecer, todo cambió. La conmoción física que me embargaba se desvaneció. A partir de esos instantes entré en un estado de trance que nunca antes había experimentado. Creo que fue la sensación más hermosa que he tenido en toda mi vida. El calambre que segundos antes se había apoderado de todo mi cuerpo, se había transformado en una energía benigna que me producía un placer inconmensurable. Sentía mis poros totalmente abiertos y cómo esa energía que me atravesaba había tomado la forma de unos diminutos duendecillos o bichitos que revoloteaban todo mi cuerpo y chupaban los líquidos que salían de cada uno de mis poros. Me resulta muy difícil poder describir con palabras lo que sentí en esos momentos. Estaba totalmente mortificado, y solo atiné a sonreír y mirar hacia arriba. Todo a mí alrededor se había tornado de un color verde turquesa muy claro, mucho más luminoso que en la sesión pasada. En ningún momento abrí los ojos. De alguna manera, parecía como si estuviera en el mundo de la película “Avatar”, comunicándome con el árbol de la vida. Estaba en una especie de burbuja, totalmente suspendido. No percibía ningún sonido, ningún movimiento. El mundo comenzaba y terminaba en rededor mío. Todo el miedo y la ansiedad que había experimentado previamente se habían desvanecido. Creo que nunca había percibido de forma tan elocuente y pura el hecho de estar vivo, solamente vivo; respirar hondo, sentir como el aire entraba y salía de mis pulmones, escuchar el latido de mi corazón, sentirme conectado con la naturaleza. De mi cuerpo surgían raíces que se extendían y entrelazaban con todos los demás seres que se aparecían ante mí, animales, plantas, árboles, y que me hacían sentir parte de algo mucho más grande. Yo era un ser más entre todos los que habitan la madre tierra, aves, lluvia, ícaros. Lo esencial es invisible a los ojos. Creo que nunca me había sentido tan tranquilo, tan en paz, como en esos momentos. No pensaba en nada, no trataba de racionalizar nada de lo que me estaba pasando. Solo respiraba, y me sentía intensamente vivo.
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Este dibujo que encontré en el libro de agradecimientos del Centro Situlli y que corresponden a la visión de otra persona a través del ayahuasca, ilustra de alguna manera la alucinación que tuve en el período cenit de mi trance. En vez de ojos, las raíces que emergían de mí, se enlazaban con animales, plantas, y diversos seres vivos y ánimas que ya casi no recuerdo su imagen.
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Pasaron no sé cuántos minutos y esta sensación comenzó a diluirse. Todo se tornó un poco más oscuro y pude percibir de nuevo mis extremidades. La energía que me recorría disminuyó su vigor y rápidamente se desvaneció. Inmediatamente comencé a vomitar de forma compulsiva. Era un espasmo incontrolable. Cuando terminé de vomitar me quedé casi inmóvil, temblando. No podía reaccionar. Luego de un instante me sentí mucho mejor, como si me hubiera liberado de una energía muy fuerte, muy pesada. A partir de ahí, el trance que estaba pasando entró en una siguiente fase, mucho más racional y analítica. Comencé a pensar en muchas cosas, pero mis pensamientos ya no se cruzaban con otras ideas y sensaciones negativas como en la última sesión. Ahora me sentía totalmente en paz conmigo mismo. Estaba muy concentrado, meditando, mientras escuchaba los ícaros de Winston. Sentía como la planta reaccionaba físicamente ante esos cánticos, como si ésta tuviera un espíritu. Y es que, de acuerdo a la cosmovisión amazónica, todas las plantas tienen su propia ánima. La planta respondía ante el canto de los ícaros, mi estómago se revolvía, eructaba, tenía arcadas, vomitaba un poco, limpiaba mi organismo. Percibí como nunca antes que la planta se había conectado conmigo y yo con ella; que la planta respondía a los llamados de Winston y que los 3 estábamos totalmente enlazados. Un pensamiento le seguía a otro, siempre acompañado del amor de mi familia, de mis amigos, respondiendo a mis llamados, riéndose conmigo. Reflexioné sobre la muerte, reafirmándome en mi convicción de perderle el miedo, tal como lo había vislumbrado en mis experiencias previas de ayahuasca. Vi a la muerte ante mí ojos como una entidad difusa, como una presencia lejana, incorpórea, y le sonreí, sonreí al vacío, a la nada, y le dije que estaba listo cuando ella quisiera. Pensé también en cómo quería ser recordado, simplemente como una buena persona que pudo ayudar a los demás cuando lo necesitaban, tal como Winston lo hace. El resto de la sesión fluyó de manera muy tranquila, sin mayores sobresaltos. Mi cuerpo pudo sobrellevarlo de la mejor manera. Reflexioné sobre muchos temas personales, reafirmando metas y objetivos personales que ya había trazado previamente. Estuve casi todo el tiempo sentado, en posición de meditación. Solo cuando la sesión hubo terminado totalmente y el efecto de la planta casi se había desvanecido, me recosté sobre la colchoneta. Después de un rato decidí irme a descansar a mi tambo. Antes pasé por el comedor para robarme un par de plátanos y engañar al estómago por algunas horas.
Esa noche no pude dormir mucho, como en todas las anteriores noches. Pero a diferencia de los demás días, me levanté de muy buen humor. Me sentía muy tranquilo, muy relajado. Inclusive el desayuno sin sal se mi hizo muy apetitoso (igual me moría de hambre). Aprovechando que salió un sol hermoso, me fui a caminar río arriba, al norte, vadeando el río por la mitad, sorteando las piedras y la corriente que iba en mi contra. Descubrí varios hidromasajes naturales, y también llegué a un punto en el cual el río se dividía en dos vertientes y formaba una especie de piscina natural. En ese lugar el río se había ensanchado, permitiendo tener ante mí un cielo abierto y un sol esplendoroso. Me quedé un buen rato chapoteando en ese lugar, nadando contra la corriente, tirando piedritas, mirando cómo se trasladaban las nubes, metiendo la cabeza dentro del agua para escuchar el sonido del río. Era un gran día sin duda.
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Vista del río Llucanayacu, que atraviesa el Centro Situlli y desemboca en las aguas del río Huallaga. |
Pasó un buen rato hasta que decidí salir del río. Fui al comedor y saludé a todos los presentes. Estaba Winston, su esposa Sonia y su pequeño hijo. También estaban Segundo y su familia. Cuando saludé a Winston me preguntó qué tal la sesión de anoche. Lo miré como diciendo, “sí, tenías razón”, y le dije que lo de ayer había sido “otra cosa”, que no tenía punto de comparación con las experiencias de ayahuasca que había tenido previamente. Él asintió con la mirada, sonriendo complacido, y me dijo que eso era por la dieta. La ayahuasca es solo un complemento, remarcó, pero por sí sola no basta. En cambio la dieta te permite pensar tus cosas, reflexionar, plantear objetivos y proponerte alcanzarlos. La dieta es lo más importante dentro de todo.
En horas de la tarde estaba sentado en una roca a la orilla del río. A unos metros de distancia, Winston, su pequeño hijo y Segundo, acompañados por los perros de la casa, tiraban la enorme red de pescar (para el ancho de ese río) de un lado a otro, enganchándola con las ramas de los árboles que sobresalían de los bordes. Mientras los miraba, sentí de alguna manera que ya era momento de partir de Situlli, que lo que había venido a buscar ya lo había conseguido de algún modo. Es cierto, podía quedarme unos 3 días más, y probablemente podía trabajar un poco más en ajustar algunas clavijas. Pero también pensaba que mi plan inicial había sido quedarme no más de 2 días ahí, y que el resto del tiempo había planeado visitar ciertos lugares de San Martín y Amazonas. Quería trasladar la sensación de total sosiego que tenía en esos momentos a un lugar en el que pudiera caminar y conocer cosas nuevas, que es lo que más me gusta hacer. Así como de manera imprevista decidí quedarme a dietar, de igual forma decidí partir.
Esperé a que Winston regresara al comedor y me acerqué a él. Le dije que quería cortar la dieta por las razones descritas. Me miró un poco extrañado al comienzo, pero luego respondió que no había problema, que era mi decisión. Me daba un poco de pena la situación, pues sentí que de alguna manera lo había decepcionado un poco. No sé si esperaba algo de mí, y no lo creo ahora que escribo estas líneas, pensándolo un poco más en frío. Pero en Situlli, todo visitante decide por cuenta propia cuándo llega y cuándo se va. Entonces no había nada que reprochar de su parte. Igual me sentí bien de poder hablar con él con total sinceridad. Comenzamos a hablar de otros temas, y le pregunté qué peces podía sacar del río. Me dijo que varios, y que ayer él había sacado dos carachamas. Sacó uno de los 2 pescados que estaban en un balde a su lado. Era bastante feo y grande, como de 15cm. (no pensé que se podían sacar peces tan grandes de ese río), y dijo que los iban a cocinar en la noche. Al final de nuestra charla, quedamos en que el día de mañana iba a hacer mi post-dieta y que el lunes temprano en la mañana podía marcharme de Situlli.
Durante la noche del sábado, cuarto día de dieta, sentí una intensa picazón por todo el cuerpo. Pero no se sentía como una picazón producto de ataques de mosquitos. Era algo diferente. Me sentía mareado en ciertos momentos. Ciertamente no podía dormir. Tenía muchos pensamientos en la cabeza, lo cual no es muy usual para mí a esas horas del día. No puedo explicar por qué, pero centré mis pensamientos especialmente en el tema del poder. Imaginé a un alter ego mío con mucho poder, como una persona que era muy poderosa y cuya alma fue corrompida. Me quedó el mensaje, como si alguien me lo hubiera querido transmitir, de que el poder te corrompe y al final destruye tu espíritu.
A la mañana siguiente desayuné una sopa con sal bastante sustanciosa. Me pareció lo mejor que he comido en mucho tiempo. Bajé al comedor y me encontré con el francés Anatol. Nos pusimos a conversar un poco. Era bastante complicado comunicarse, pues solo recuerdo unas pocas palabras en francés, y en el caso de Anatol, no tenía idea de cómo había llegado a Situlli con su nivel de español. Igual me entendía algunas cosas, hablando muy lento y repitiendo casi todo. Fuimos a su tambo para fumar un cigarro. Su cabaña estaba sendero arriba, en lo alto, y tenía una espectacular vista de buena parte del valle que formaba el Río Yucanayaku. Anatol partía de Situlli en dos días. Luego tomaba un vuelo hasta Lima, otro hasta Madrid, otro a Paris, y por último un tren hasta su tierra Bourges. Había permanecido como 40 días en Situlli. Le pregunté cuánto estaba gastando en todo su viaje, incluyendo los pasajes y su estadía en Situlli, y respondió que como 4.000 euros. Se sonrío y me contó que otros amigos suyos de Francia también querían venir pero no tenían el dinero suficiente.
Mi última cena en Situlli la pasé con la familia de Winston y Segundo, incluyendo al buen Anatol. Mientras comíamos, la señora Marta hizo mención, con cierta nostalgia, de que nosotros dos ya nos estábamos yendo y que Situlli se iba a quedar vacío. En realidad, habían dos personas más dietando, una francesa y un español transexual. Pero ellos casi nunca salían de su tambo, por lo menos nunca los vi deambulando por ahí o comiendo con el resto. Winston, con un tono despreocupado, dijo que hace pocos días soñó que próximamente iba a llegar un nuevo grupo a Situlli, y que se le han cumplido varios sueños así. Luego comenzó a contarme que dentro de poco iba a viajar a Lima para tramitar una visa a Suiza, para él, su esposa y su hijito. Tenía planeado iniciar en mayo una gira “ayahuasquera” por ese país, y que probablemente también abarcaría España y Francia. En ese momento recordé que, en otra oportunidad que acudí a Situlli, Winston me había contado que hace unos años hizo una gira por varios países de Europa para hacer sesiones de ayahuasca con numerosos grupos de personas, pero que los promotores europeos que lo habían enviado lo estafaron con sus ganancias. Al hacerle mención de ese suceso, él esbozó una sonrisa desprendida, hizo un gesto que parecía asumir con tranquilidad un hecho que estaba totalmente superado. Comenzó a narrar aquella experiencia, contando que todo aquél que quería participar en una de esas sesiones grupales tenía que pagar como 200 euros. Esto incluía la toma de una purga vomitiva y la sesión de ayahuasca. Además se tenían que pagar como 30 euros adicionales, como una especie de “derecho de admisión”. Todos los ingresos iban directamente a la asociación promotora que lo había llevado. Él considera que en toda la gira se debió haber recaudado como 60.000 euros, y si bien le habían prometido más o menos 10.000 euros de pago, al final le dieron un poco más de 1000. Tras este incidente, Winston rompió palitos con la gente de esa asociación. Pasó algún tiempo y ellos lo volvieron a contactar para proponerle el envío de un grupo de gente a Situlli, como una especie de compensación. Winston los rechazó, pues los considera sus enemigos (en sus propias palabras). Además la gente de esta asociación también había estafado a otros curanderos achuar del Ecuador. Le dije, medio en broma, que había que hacerle un mal de ojo a esta gente por todo el mal que habían hecho. Me contestó que lo había pensado, pero que no quería albergar sentimientos negativos en su corazón. Solo quería voltear la página. Pero, para no tomar ninguna clase de riesgos en su próximo viaje a Europa, había pedido que se le deposite el 50% de sus ganancias por adelantado. Yo me sonreí y le comenté que esas eran las previsiones inevitables que uno debía tomar para que su negocio crezca y generar más ingresos. Le pregunté qué tal le estaba yendo a Situlli económicamente, y me respondió que los 2 últimos años no han sido tan buenos. Ha tenido que reducir personal, y justamente quería aprovechar su próximo viaje a Suiza para promocionar su negocio y atraer mayor número de visitantes. Resaltó que él no tiene las mismas conexiones en el extranjero que, por ejemplo, tiene el Centro Takiwasi, al que periódicamente le envían grupos de 20 o 30 europeos (principalmente franceses) que llegan a su local para dietar una temporada. Normalmente estos paquetes son de 15 días, e incluyen tomas de ayahuasca, purgas vomitivas, paseos por la zona, descansos y diversas dietas de plantas. Los ingresos que genera Takiwasi gracias a sus conexiones foráneas le permiten mantener un personal de hasta 40 personas. Le pregunté si su intención era crecer tanto como Takiwasi, pues una sensación que siempre tuve respecto a Situlli, y que me había motivado a retornar en 2 oportunidades, era que el trato hacia el paciente era bastante personal, que se podía cultivar una relación amical entre el curandero, el personal a su cargo y los pacientes. En cambio, sentía que en lugares que se habían vuelto más grandes y comerciales como Takiwasi, el trato se había despersonalizado, las relaciones eran más de tipo prefabricadas. El trato familiar, el cariño que uno puede recibir en Situlli, difícilmente se podría encontrar en otro sitio más grande. En realidad, eso es lo que comúnmente pasa en todo tipo de negocio que crece y deja de lado su carácter “familiar”.
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Al lado izquierdo, la señora Marta se encarga de preparar el almuerzo. Atrás de ella permanecen abrazadas Yuli y Yaritza, y al lado se encuentra la señora Sonia.
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Segundo luce sonriente al lado de su pequeña hija Yaritza. |
Tal como había acordado con Winston durante la cena, al día siguiente me levanté a las 6am para partir con tiempo a Llucanayacu y coger el peke-peke colectivo que sale a Chazuta. Había llovido durante casi toda la noche (tampoco había podido dormir casi nada), aunque a la hora que salí por última vez de mi tambo ya había amainado un poco. Igual el suelo estaba súper fangoso, y tuve que hacer malabares para trasladarme con mi mochila a través del sendero empinado que dirigía al comedor. Una vez ahí me encontré con Segundo, quién también se alistaba para ir a Chazuta a realizar algunas gestiones. Algunos minutos después apareció Winston. Estaba de buen humor y me preguntó si estaba listo para mi regreso. Le dije que le agradecía mucho por todo el apoyo que me había dado durante esos días; que había aprendido mucho de él, de su familia, de sus vidas, de las plantas, de todo. Le consulté si me daba permiso para escribir una crónica sobre mis días en Situlli y que incluyera información de primera mano que él me había dado. Se sonrió y respondió que no había ningún problema, que le pasara una copia después. Antes de despedirnos, me acordé de preguntarle que restricciones tenía para mi post-dieta. No podía tener sexo ni tomar alcohol por dos semanas. Tampoco podía comer chancho o frituras durante una semana. Además debía evitar toda comida muy condimentada, así como también los azúcares. Le di un abrazo fraterno y me marché, caminando detrás de Segundo por el mismo sendero que hace una semana me había traído a Situlli por tercera vez. Mientras me iba y volteaba por última vez para ver a Winston levantarme la mano en señal de despedida, supe muy claramente que más temprano que tarde volvería a Situlli. Y es que, los avatares de esta vida moderna en la cual todos luchamos encarnizadamente por ubicarnos y encontrar nuestro espacio, me llevarán a enfrentar nuevas dudas, nuevos problemas, nuevos demonios. Lo fundamental es que en el devenir de mi existencia nunca olvide que, si bien lo esencial puede ser invisible a los ojos, no es ni puede serlo para mi corazón. Tener siempre presente ese mensaje y ponerlo en práctica me permitirá mantener un vínculo con el Centro Situlli y el maestro Winston a lo largo de toda mi vida.
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