Resumen
Ad portas de conocerse
la resolución del Tribunal de La Haya, se han reunido un conjunto de
condiciones que favorecen que chilenos y peruanos puedan mirarse más
constructivamente. ¿Es posible ello? La finalización del contencioso jurídico
culminará todos los temas fronterizos pendientes entre ambos países, y el
camino a seguir a partir de ahí, debe ser el de una profundización de la
integración económica y comercial, que permita afrontar de manera conjunta, los
desafíos del mundo global. Pero la complementariedad económica solo tendrá
sentido si se da vuelta a una historia de pueblos enfrentados.
En este ensayo se
contrastan diversos hitos en las relaciones entre ambos países, hechos,
declaraciones e interpretaciones. A estas fuentes se suma un medio moderno de
aproximación al sentir de los pueblos, las encuestas de opinión pública. En
conjunto, todas permiten apreciar que las relaciones de vecindad, habiendo sido
difíciles y enraizado una estructura de desconfianzas entre ambos pueblos, se han ido modificando en el tiempo. Estos
cambios han sido especialmente importantes en el caso específico de los
peruanos. De percibir a sus vecinos como una amenaza permanente, ahora se les
ve más como rivales, en una competencia de méritos. Para los derrotados en la
Guerra del Pacífico significa sacudirse de algún complejo de inferioridad y
asumir con mayor confianza su potencialidad como país.
Así, tras más de un
siglo de desencuentros y roces diversos, el escenario actual ofrece nuevas
perspectivas de análisis y reflexión que superen la visión de la historiografía
tradicional en ambos países, que percibe a Perú y Chile como enemigos naturales
sin mayores puntos de encuentro.
Índice:
1.
¿Nos habíamos odiado tanto?
2.
El punto de quiebre
2.1.
“Cruzada civilizadora”
3.
Vencedores y vencidos
4.
Suenan los tambores de guerra
5.
Una nueva etapa en las relaciones bilaterales
5.1.
Las relaciones entre las personas
5.1.1.
El fenómeno migratorio a Chile
5.1.2.
La conexión Tacna - Arica
5.2.
Integración de capitales y agentes económicos
5.3.
La relación a nivel de gobiernos
5.3.1
A nivel político
5.3.2.
A nivel económico
5.3.2.1. Complementariedad económica y perspectivas
6.
La opinión pública expresada en las encuestas
7.
De la amenaza a la rivalidad
Reflexiones
finales
Bibliografía
Perú y Chile, de enemigos a rivales
Asistí recientemente a un encuentro sobre la vida de O'Higgins, organizado por la denominada
Cátedra Binacional Perú-Chile, creada
por el Instituto Riva Agüero (IRA) y el Programa de Estudios Iberoamericanos de la Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso (UCV).
El objetivo de esta cátedra es promover encuentros académicos que fomenten las
relaciones entre Perú y Chile. Estas actividades buscan además, acercar a nivel
político y cultural, a diversas organizaciones y personalidades de ambos
países. Ésta es una de ellas. Chilenos, especialmente militares y diplomáticos,
estaban presentes; lo mismo diplomáticos, historiadores, abogados, entre otros,
por el lado peruano. Todos los panelistas trazaron pasajes de la vida de O'Higgins, especialmente su
vinculación con el Perú.
La última ponencia estuvo a cargo del historiador peruano
José De la Puente Candamo, el cual hizo una reflexión sobre lo que denominó el “americanismo
puro” de O'Higgins, una persona
que quiso a ambos países; que tenía como sueño el desarrollo y la integración
de Perú y Chile.
La ponencia de De la Puente conmovió a la audiencia que
aplaudió larga y emotivamente; peruanos y chilenos, rindiéndole homenaje a O'Higgins. Un observador externo no hubiera
podido imaginarse que ambos países se han percibido históricamente como
antagonistas, como enemigos.
Al retirarme del evento y caminando por el Centro de Lima,
como Zavalita lo hiciera al salir del diario La Crónica en el relato de
Conversación en la Catedral, aún embargado por la emoción que me produjo el
recuerdo de O'Higgins en las palabras
de De La Puente, me pregunto: ¿en qué momento se jodieron las relaciones
chileno-peruanas? ¿Es que acaso siempre nos hemos llevado mal con los chilenos?
1. ¿Nos habíamos odiado tanto?
Resulta inevitable que estos pensamientos me remitan a la
Guerra del Pacífico, aquella conflagración que redefinió las relaciones entre
dos Estados que no eran fronterizos, los convirtió en vecinos recelosos y,
especialmente, contribuyó a cimentar una reconocida rivalidad entre ambos
pueblos. A partir de esa infausta guerra, toda la historiografía de ambos
países desarrolló una visión de la historia en que se veía a ambas como
naciones antagónicas. Esto se plasmó en textos escolares y enraizó una mutua visión
negativa entre chilenos y peruanos, una imagen estereotipada de vencedores y
vencidos, sobreestimándose uno y victimizándose el otro.
Pero antes de la Guerra del Pacífico, ¿nos llevábamos mal
con los chilenos?; ¿siempre hemos sido antagónicos? El legado de O'Higgins pareciera negar ello, pero
las historiografías nacionales se han encargado de marcarlo a fuego. No
obstante, un repaso a la interrelación de ambos territorios a lo largo de la
historia, no permite derivar una enemistad o antipatía natural entre ambos
pueblos.
Lo que sí resulta claro es que la formación nacional de ambos
países se encuentra entrelazada. En el período pre-hispánico, la alta cultura
andina en el actual territorio del Perú, prevaleció sobre las tribus más bien
primitivas aunque belicosas de Chile. En el período colonial, el Virreinato del
Perú fue uno de los más importantes y opulentos del Nuevo Mundo, sitio desde el
cual partieron las tropas para conformar la capitanía de Chile. Por largo
tiempo, sus autoridades locales dependieron de Lima. Era en esta capital
virreinal donde los chilenos cursaban estudios superiores, y donde se los
sistemas administrativos y económicos tenían su centro de decisiones. El
predominio del Virreinato se plasmaba también en las relaciones comerciales.
Chile entregaba trigo y el Perú azúcar, pero el negocio estaba en manos de los
grandes comerciantes de Lima (O’Phelan & Guerrero L, 2006).
Para muchos historiadores chilenos, su emancipación no solo los liberó del
Reino de España, sino también del dominio económico del Perú.
No obstante, las reformas borbónicas debilitaron al
Virreinato peruano, aumentando el poder de los territorios en contraposición con
la mayor autonomía lograda por los espacios territoriales que habían estado
bajo su control. Uno de ellos, la Capitanía chilena, optó por estrechar
vínculos con el recien creado Virreinato de La Plata. El crecimiento del
comercio trasandino entre ambos territorios, afectó el tráfico marítimo en
desmedro de los puertos peruanos (O’Phelan & Guerrero L, 2006)
Un aún joven ejército chileno acompañó a San Martín en su
expedición al Perú, en un momento en que su élite criolla no había terminado de
decantarse entre la independencia y su lealtad a la corona española. En ese
período de formación nacional en esta parte del hemisferio, no se habían
desarrollado identidades en los territorios emancipados. Era el americanismo lo
que primaba, una de cuyas expresiones fue la vida de O'Higgins. Como él, en los convulsos años que siguieron a la
capitulación española en Ayacucho, peruanos ilustres se exiliaron en Chile y
chilenos en Perú.
El período inicial de formación de los dos Estados tuvo
características comunes. Ambos países siguieron los mismos paradigmas: un
régimen republicano criollo excluyente de sus pueblos originarios, y un modelo
económico de apertura y comercio con las grandes potencias occidentales. Pero
el mayor desafío era erigir un sentimiento de cohesión nacional. En gran medida,
esa fue la historia de cada país en el siglo XIX, problemas similares afrontados
desde sus propias particularidades.
La guerra de 1866 contra las pretensiones españolas
significó la recuperación del discurso americanista de las guerras de
independencia, que unió a Perú y Chile frente a un enemigo común.
La Guerra de la Confederación exige un análisis especial.
Una forma de percibirla es como un primer capítulo de la Guerra del Pacífico.
El pensamiento de Diego Portales habría terminado por imponerse al proyecto de
unificación del Alto y Bajo Perú liderado por Santa Cruz.
Sin embargo, la guerra de la Confederación fue esencialmente
una guerra civil del Perú que involucraba a Bolivia. El proyecto del entonces gobernante
boliviano tuvo una gran oposición, sobre todo en el norte peruano. Chile y Argentina
presionaron contra la presunta amenaza al equilibrio regional que significaba
la Confederación. El ideario hegemónico de Chile sobre el Pacífico, inspirado
por el ministro Diego Portales, se veía amenazado con el proyecto de Santa
Cruz, por lo que decidieron intervenir activamente. Con la unión y el apoyo de
los opositores peruanos, Gamarra y Salaverry, el ejército chileno invadió Perú
y derrotó a Santa Cruz en segunda instancia. Difícilmente hubieran podido
triunfar sin el apoyo de militares y tropas peruanas.
Debe resaltarse que la entrada del ejército chileno al Perú
casi ni se menciona en la historiografía peruana. La falta de definición
valorativa en la historiografía nacional respecto del proyecto de Santa Cruz ha
generado que este hecho se diluya en la memoria histórica.
No obstante, más allá de las intenciones chilenas de
hegemonía, que tampoco tienen nada de particulares si se repasa la historia y
se analizan las distintas guerras que se produjeron buscando el equilibrio
entre Estados en formación, no se puede inferir inequívocamente que hayan
existido recelos o antipatías entre peruanos y chilenos en el período previo a
la Guerra del Pacífico.
2. El punto de quiebre
Entre 1860 y 1870 se produjo un punto de quiebre. Los
gobiernos peruanos comenzaron a mirar con creciente recelo a Chile, percibiendo
que se estaba configurando un desequilibrio en el armamento (principalmente
naval), base del dominio sobre el Pacífico sur. Es este cambio en la
perspectiva lo que condujo al Perú a firmar el Tratado Secreto con Bolivia,
propuesto también a Argentina pero nunca firmado por esta última nación.
En esa crucial década, el Estado peruano se había
modernizado con los ingentes beneficios que le había deparado la explotación
del guano de islas. Cuando este recurso comenzó a declinar, el Perú volteó los
ojos al salitre enterrado en los desiertos de Tarapacá. Esa misma riqueza se
extendía a los desiertos de Antofagasta, el abandonado litoral boliviano. Sin
embargo, para entonces Chile ya venía desarrollando intereses propios en este
mineral, fomentando la movilización de sus empresarios y trabajadores al
territorio boliviano. Los chilenos aprovecharon la desidia de los gobernantes
bolivianos para expandir su presencia económica.
Por su posición e historia, Perú podía sentirse como la
nación dominante del Pacífico sur. Las élites peruanas venían disfrutando de
una nueva época de prosperidad y en muchos sentidos podían imaginarse aún como
el centro político, social y económico de Suramérica, lo que se correspondía a
la imagen añorada que se tenía del Virreinato como a la sublimación del
Tahuantinsuyo. Eso les permitía aún mirar por encima del hombro al pujante y
pleitista Estado del cono sur que había sido una capitanía fronteriza.
Esta visión pudo ser fatal para el Perú, y de alguna manera
determinó la formación y el proceso histórico de ambos países. Mientras Chile
no tenía historia que reivindicar, ni prehispánica ni colonial, tuvo la
capacidad de mirar hacia adelante, construir una imagen objetivo ignorando su
pasado.
En el caso peruano, la mayor riqueza y densidad de su pasado
colonial y prehispánico, redujo los incentivos para una transformación
acelerada de la sociedad y sus estructuras. La mayor diversidad y fragmentación
de su sociedad y del espacio, hizo que la tarea de construir una nueva
identidad nacional no avanzase. El resultado fue que fenómenos propios de la
disolución del antiguo régimen, como el caudillismo, se prolongaran en el
tiempo. En cambio, en Chile diversos factores como la concentración del poder político
y económico en una reducida élite, la ausencia de fracturas regionales, una muy
limitada población originaria y una temprana reinserción capitalista, permitieron
resolver más rápidamente el tema del Estado y la construcción de una identidad
nacional. Chile construyó un cierto orden institucional, aunque manteniendo
muchos rasgos autoritarios y excluyentes (O’Phelan
& Guerrero L, 2006).
El gobierno de Prado no tuvo tiempo, los medios ni la
capacidad para levantar el espíritu de guerra contra Chile cuando el conflicto
estalló. Esto podría explicar por qué, cuando comienza la ocupación del
territorio peruano y Bolivia se pone al margen de la guerra, muchas zonas en
Perú no se involucraron.
La Guerra del Pacífico expresó claramente la falta de unidad
que afectaba al Perú. Por ello, algunos intelectuales posteriores llamaron a
una refundación. Para la élite el “problema indígena”, la “deslealtad” de
descendientes de chinos y esclavos traídos de Africa, emergió como una de las explicaciones
de la derrota. Alentados por un darwinismo social, elogiaban a la sociedad
chilena que había sido capaz de “mejorar su raza” promoviendo masivas
migraciones europeas. Por cierto, que tal explicación era injusta si se
considera la importancia de la población indígena en los ejércitos de Cáceres.
Un país asolado por sus luchas internas (incluso durante la
guerra: primero los chilenos, luego
Piérola), desarticulado territorialmente, con un abismo social sobre el que
reposaba un Estado hecho para gobernar Lima, soportado por las élites y grandes
propietarios del interior. No por gusto se dice que, durante la Campaña de la Breña, los
indígenas andinos percibían a la Guerra del Pacífico como la lucha entre el
“General Chile” y el “General Perú”, lo que mostraba la distancia entre estas
poblaciones y el aparato oficial del Estado.
Del otro lado, la estabilidad política y el orden administrativo chilenos, su mayor capacidad de conformar un ideario nacional. Estos habrían sido los factores determinantes en el resultado de la Guerra.
2.1. “Cruzada civilizadora”
Como describe la historiografía tradicional chilena, ellos se
vieron obligados a defender sus intereses frente a la arbitrariedad de las
autoridades bolivianas y su complot con el gobierno peruano. Ello los habría
empujado a una guerra indeseada que se prolongó hasta la invasión de Lima debido
a la intransigencia de algunos dirigentes peruanos reacios a una capitulación
total.
Pero si no hubo una animadversión especial entre ambos
países antes de la Guerra, salvo aspiraciones hegemónicas, sorprendió la
agresividad de las tropas chilenas ocupando la capital y humillando a los
peruanos (quema de Chorrillos). Así, la actuación de los chilenos durante la
Guerra y en la fase posterior, desdijo el rol que los historiadores
tradicionales chilenos se han atribuido, como obligados por las circunstancias
y con una misión civilizadora.
Los abusos del ejército chileno parecieron demostrar que
querían “sacarse el clavo” por haber sido una capitanía humilde frente al gran
virreinato, alimentando los argumentos que trazó en los años siguientes la
historiografía peruana. Difícil imaginarse el papel civilizador que se
atribuyeron las élites chilenas.
El cautiverio de Tacna y Arica otorga mayor sustento a esa
imagen de vencedores mezquinos e indignos que le reprochan los peruanos. La “chilenización”
de estos territorios (como también el de Tarapaca) consistió en una
hostilización implacable a la población
nacida y residente.
Las iglesias peruanas fueron cerradas, sus sacerdotes deportados,
las escuelas clausuradas, se obstaculizaron las celebraciones patrias peruanas;
en última instancia, se “invitó” a las familias peruanas a que se muden al Perú
(Zapata, 2011). Se debe tomar en cuenta también, el papel de las denominadas
Ligas Patrióticas de Chile, organizaciones de derecha radical que cometieron innumerables actos de
vandalismo y acoso contra los peruanos de estos territorios. La anuencia a
dichos actos era frecuente entre las autoridades chilenas (Iturra Gamarra, 2007).
Deben destacarse
también, los innumerables obstáculos impuestos por el gobierno mapocho a la
realización del plebiscito que debía definir el estatus de Tacna y Arica. No
fue la actitud de un vencedor magnánimo que buscara la restauración del país
vencido.
Las relaciones entre ambos países fue muy hostil en el
período entre el fin de la Guerra y la firma del Tratado de Lima en 1929. Como
señala Zapata (2011), en dicha etapa no había peligro de guerra porque el Perú
estaba militarmente inerme, pero se agravó sustancialmente la imagen antagónica
entre Perú y Chile surgido por la Guerra. El aplazamiento en la resolución de
los asuntos del Tratado de 1883 dejó un importante pendiente que magnificó los
recelos entre ambos países, y redefinieron sus relaciones hasta la actualidad.
3. Vencedores y vencidos
A partir de estos sucesos, la sola idea de amistad entre
peruanos y chilenos quedaba borrada de la historia oficial. Ambas naciones
estaban llamadas a ser antagónicas y su imagen objetivo, especialmente para los
peruanos, se erigió en contraposición al de la otra.
Para los peruanos, como señala el analista chileno Rodríguez
Elizondo (2004, págs. 23): “la Guerra de 1879 sería apreciada como un bofetón
especial, en cuanto fue propinado por los remotos provincianos del sur, por los
descendientes de quienes habían recibido con temor o respeto a los chasquis del
inca, los curacas del conquistador y los enviados del virrey (…) las armas
chilenas fueron el factor maligno absoluto de la historia del Perú. Desde tal
enfoque, la Guerra del Pacífico emergía como la madre de todas las guerras -la guerra infausta por antonomasia- y los
chilenos asumían el rol de el enemigo de
siempre” (2004, pág. 24).
En el caso de los chilenos, siguiendo a este autor (2004,
pág 25), su victoria dio inicio a una especie de transmutación nacional. Se
liberaron de su sentimiento de subordinación a los peruanos en lo cultural,
político y económico: “Atrás quedó el tiempo en que Santiago lucía como un
villorrio marginal, dependiente de la Lima virreinal en casi todo. Como otra
ganancia, se sintieron vengados por las que percibían como ingratitudes
históricas”. Adscribieron la idea de que los peruanos añoraban los tiempos
coloniales en los cuales Chile había sido subordinado de Perú. Por ello
envidiaban y no veían con buenos ojos el desarrollo chileno. Las victorias
militares instalaron la noción de unas fuerzas armadas "jamás humilladas y
jamás vencidas" y generó un sentimiento de orgullo nacional desbocado.
Esto se plasmó y fue reforzado por las historiografías nacionales.
Sus currículas escolares crearon y reforzaron en el imaginario colectivo de
cada país, el sentimiento antagónico. Para los chilenos, con la independencia
ingresaron a un período de desarrollo que los volvió “superiores” respecto de
otras naciones que se formaron a continuación, como Perú y Bolivia. Esta
superioridad chilena sentó las bases morales que legitimarían la guerra del
Pacífico. Ésta se presentó como la única opción para contener a enemigos que
pudieran generarles inestabilidad. Sustentó además una hipótesis de conflicto
permanente y gastos sistemáticos en armamento hasta la actualidad. Respecto a
sus élites civiles, la victoria fue atribuida al triunfo de las instituciones
republicanas conservadoras, consolidando la legitimidad de la doctrina
Portales.
En la percepción peruana, Chile envidiaba las glorias pasadas
del Perú y pretendía asumir una posición hegemónica en el Pacífico sur. El país
mapocho siempre habría sido un país expansionista -desde antes de la Guerra del
Pacífico-; interiorizó el proyecto de Portales y desarrolló un plan para expandir
su territorio con la ayuda de los avariciosos capitalistas ingleses igualmente
interesados en el salitre. Frente a esta actitud, la alianza peruano-boliviana
no podía ser más que defensiva.
La historia de ambos países fue redactada como si siempre
hubiera existido antagonismo entre ambos. La Guerra del Pacífico en particular,
se convirtió en clave unívoca para la interpretación histórica; resultaba así
un designio que nacía de una activa y prolongada rivalidad entre peruanos y
chilenos. Inclusive eventos como la gesta de O'Higgins y, particularmente, la Guerra de la Independencia y la
Guerra con España de 1866, que habían unido a chilenos y peruanos frente a un
enemigo común, fueron opacados por la Guerra del 79. Ésta se constituyó así, en
la sombra que nubla la rememoración de aquellas gestas históricas, máximas
expresiones del americanismo.
En la historiografía chilena tradicional, la memoria de la
Guerra de la Independencia y la de 1866, representan una muestra de la
ingratitud peruana frente a su apoyo. De esa manera, la independencia del Perú
no hubiera sido posible sin la presencia de su ejercito. En el conflicto con
España en 1866, también prestaron desinteresadamente su apoyo. En ese sentido,
Perú habría sido desagradecido y se habría confabulado con Bolivia y en algún
momento con Argentina, para agredirlos y afectar su estabilidad política y
progreso. Dicha interpretación contribuyó, a su vez, a cimentar la imagen de
Chile como país superior, civilizado y occidental.
En Perú en cambio, se enraizó un sentimiento de victimización
y subvaloración respecto de su par chileno, que se puede resumir en la conocida
frase “Mamita, los chilenos”. A su vez, esa condición de víctima que desarrolló
la historiografía peruana, limitó su capacidad de analizar el fracaso de la
clase política criolla, que explicaría cómo y por qué marchó a una guerra que
la tenía perdida de antemano. Lo más fácil resultaba expiar culpas propias en
otros, en este caso en Chile, en sus conspiraciones, en su ambición desmedida, dejando
de lado la propia autocrítica. Se enaltecían los héroes de la Guerra del
Pacífico y se recordaban las matanzas ejecutadas por los chilenos, pero a la
vez se ignoraban las divisiones y los propios abusos de las clases dominantes
contra las poblaciones originarias del Perú o incluso entre ellos mismos.
Así, unos asumieron los papeles de víctimas y otros los de
civilizadores, superiores. Las representaciones creadas en el imaginario
popular con respecto al otro país se arraigaron y se transmitieron a través de
la educación y la prensa. Los primeros narradores post-guerra lograron generar
representaciones del pasado que -más allá de su veracidad- calaron
profundamente en la sociedad, creando una imagen-país que subsumía a chilenos y
peruanos en la representación simbólica de cada país y frente al otro. De esta
forma se dio forma académica y estética al antagonismo entre ambos países que
se ha reproducido en el tiempo.
Las élites gobernantes de cada país recogieron
esos discursos, constituyéndose así en la verdad histórica oficial respecto a la
Guerra del 79 y sus tirantes relaciones a lo largo del tiempo. Como
señala el historiador de la economía Carlos Contreras (2009): “Al haberse
erigido la Guerra del Pacífico como nuestra gran guerra patria, la memoria
oficial peruana dirigió hacia Chile el resentimiento interno, pero también
hacia todo aquello que internamente evocase lo chileno, en una reinterpretación
popular de la versión histórica oficial. Esto caló rápidamente en la población,
por la fuerza de los símbolos evocados antes”.
En síntesis, esta percepción mutua ató el futuro de ambos
países a una íntima enemistad, que se expresaría para unos en la obligación de
conservar lo ganado y, para otros, en la necesidad de recuperar lo perdido. A
partir de ahí se generaría una estructura de desconfianzas que fue escalando,
alcanzando en la década de los setenta el momento de máxima tensión.
4. Suenan los tambores de guerra
Con posterioridad a la firma del Tratado de 1929 se
produjeron algunos acercamientos entre los gobiernos de ambos países,
facilitados por acuerdos comerciales y de integración que involucraban a más
Estados. En 1966 se creó el Consejo de Países Exportadores de Cobre (CIPEC), metal en que
ambos países tenían grandes yacimientos, y en 1969 el Pacto Andino que dio
origen a la actual Comunidad Andina de Naciones (de la cual se retiró Chile
posteriormente). Destaca también la reivindicación común por las 200 millas
marítimas que impulsaron ambos países (junto con Ecuador) mediante las
Declaraciones de 1952 y 1954, cuyo contenido y ambigüedades han sido esgrimidos
por Chile en el actual contencioso de La Haya sobre los límites marítimos.
En el plano político se debe resaltar la participación de
Chile como mediador en los conflictos sostenidos por el Perú con Colombia en
1933 (por el control del puerto amazónico de Leticia) y en el conflicto de 1941
con Ecuador, siendo Chile en este último caso, uno de los garantes de la paz
plasmada en el Protocolo de Río de Janeiro.
No obstante, más allá de estos hechos multilaterales, ningún
gobierno impulsó políticas que permitieran cambiar las percepciones antagónicas
entre ambos países; ni tampoco para resolver algunos temas pendientes del
Tratado de 1929. Chile nunca actuó como un buen ganador intentando curar las
heridas y agravios, comportamiento que ha repetido con los otros países
fronterizos. En el caso peruano, tal
vez se tenía la sensación de que todavía quedaba algo pendiente por resolver,
que quedaba una ventana abierta por donde saldar cuentas.
Esto quedó en evidencia con la entrada de un gobierno
militar nacionalista en el Perú en 1968, a poco de cumplirse un centenario de
la Guerra del Pacífico. Con este gobierno se activaron los idearios
revanchistas que habían estado latentes en los poderes del Estado y gran parte
de la ciudadanía peruana por muchos años. Estos sentimientos se acentuaron con
el golpe militar en Chile y la actitud de Pinochet, que tenía un alineamiento
ideológico contrario al peruano en el contexto de la Guerra Fría.
El gobierno militar peruano emprendió un importante programa
de compras de equipos militares y material de guerra de la Unión Soviética con
lo cual obtuvo una temporal supremacía militar sobre Chile.
Para Chile, la compra de armamentos por parte del Perú, su
funcionalidad, y su desplazamiento hacia el frente sur (trasladando el poder
militar desde la conflictiva frontera norte con Ecuador), fue interpretado como
aprestos guerreros. A pesar de su aguda crisis económica, Chile también se vio
en la urgencia de rearmarse (Zapata, 2011) e incluso hoy se conoce que la
dictadura de ese país habría acumulado un importante arsenal químico (El
Comercio, 11/10/13).
De acuerdo al politólogo chileno Heraldo Muñoz (1986, pág.
151): “Si las relaciones entre Chile y Perú se han desarrollado en un marco
histórico negativo de suspicacias y recelos, el golpe militar de 1973 produjo
una inmediata acentuación de estas características. Inicialmente, las
relaciones del gobierno militar chileno con el peruano fueron en extremo frías.
La sola emergencia de un régimen militar en Chile activó los sensibles
mecanismos de seguridad peruanos y generó una dinámica preventiva a ambos lados
de la frontera”.
A pesar de que parecían confluir las condiciones objetivas y
subjetivas necesarias para inducir a una nueva conflagración, lo cierto es que
el golpe de Morales Bermúdez en Tacna el 29 de agosto de 1975, calmó las
tensiones. No obstante, a partir de 1977 los tambores de guerra volvieron a
sonar.
Como antecedente se tiene el denominado “Abrazo de Charaña”,
acta suscrita por Pinochet y el dictador boliviano Hugo Bánzer, mediante la cual
se restablecían relaciones diplomáticas entre ambos países que se encontraban
rotas por 13 años. Chile propuso otorgar una salida al mar soberana para
Bolivia al norte de Arica. Una concesión así requería el previo consentimiento peruano,
como había quedado establecido en la “claúsula candado” del Tratado de 1929. Era
evidente que Pinochet buscaba enfrentar al Perú con Bolivia.
Perú respondió proponiendo un área de soberanía compartida
entre los tres países que fue rechazada por Chile. Estas infructuosas
negociaciones determinaron que Bolivia vuelva a romper relaciones con Chile en
1978. La mala imagen de Pinochet en el exterior permitió que las demandas por
acceso al mar bolivianas formuladas en foros y organismos internacionales
tuvieran mayor acogida, ejerciendo mayor presión sobre la impopular dictadura
chilena.
A ello cabe agregar las crecientes tensiones entre Argentina
y Chile por la cuestión del Canal de Beagle, que estuvieron muy cerca de
explotar y -probablemente- generar un conflicto regional de amplios alcances
debido a la presencia amenazadora de Bolivia y Perú. En esas circunstancias,
Chile quedaba ante el peor escenario bélico de su historia, enfrentado a sus tres
países vecinos.
En el caso peruano, a las exaltaciones antichilenas y
reivindicacionistas por la proximidad del centenario de la Guerra del Pacífico,
se deben agregar las acusaciones de espionaje hacia oficiales de la armada
chilena que se trasladaron a la base militar de Talara, lo que devino en la
acusación de complicidad y ulterior expulsión del embajador chileno en Perú.
Las relaciones diplomáticas entre Perú y Chile fueron rebajadas al rango de
encargados de negocios, restableciéndose a nivel de embajadores recién dos años
después (Muñoz, 1986). Asimismo, se produjo otro incidente relacionado con un
suboficial retirado de la Fuerza Aérea que habría entregado información militar
confidencial a Chile, culminando en su fusilamiento (Rodríguez, 2004).
No obstante, sea por la mediación papal en el caso del
conflicto entre Argentina y Chile, o por la renuencia de los militares peruanos
a involucrarse en una guerra, la tensión regional no pasó de eso, pero siempre
hubo una hipótesis de conflicto durante esa década entre Perú y Chile (por lo
menos a nivel de los mandos militares que conducían cada país). Como herencia
de esa etapa se tienen las miles de minas antipersonales y antitanques que
sembró Pinochet en la frontera con Perú y que hasta la actualidad no se han
desmantelado completamente, generando ocasionalmente la muerte de civiles que
cruzan la frontera.
5. Una nueva etapa en las relaciones bilaterales
Chile y Perú seguirían caminos diferenciados entrada la
década de los ochenta, un período marcado por la distensión en sus relaciones.
Chile, luego de una dura crisis económica que siguió a las profundas reformas
estructurales de corte neoliberal aplicadas (siendo el pionero en la región en
hacerlo), inició un camino ascendente en su desarrollo económico, convirtiéndose
en un referente para los demás países. Para el Perú en cambio, los ochenta
representaron una época de declive sostenido debido a la emergencia terrorista
y la crisis económica, agudizándose a fines de la década, en uno de los
períodos más dramáticos que ha atravesado el país, tal vez solo comparable con
los estragos que dejó la Guerra del Pacífico.
Los 90 marcaron un punto de quiebre en las relaciones entre
ambos países y el inicio de una fase que se extiende hasta el presente. Chile regresaba a la democracia después de
haber derrotado a Pinochet en el referéndum que definía su continuidad, y se
había propuesto reconstruir su dañada imagen internacional asociadas a la
dictadura. En esa línea, reconstituir las relaciones con sus vecinos era muy
importante. Asimismo, significativos capitales se habían acumulado durante los
años previos de crecimiento económico y, ahora, con las reglas de juego
democráticas, comenzaban a mirar a los mercados vecinales como los espacios
para su expansión natural. Por el lado peruano, el gobierno de Fujimori impulsó
las mismas reformas y apertura económica que los chilenos, aunque con años de
diferencia. Es entonces que la élite peruana comenzó a tomar el modelo chileno
como su referente.
Así, la década de los noventa dio inicio a una nueva etapa
en las relaciones chileno-peruanas. Desde la época de Frei y Belaunde en los 60
no convergían dos mandatarios con similares paradigmas, tratando además de insertarse
al mercado mundial. El momento se tornaba propicio para dar un giro a las relaciones
estatales y entre los pueblos, signado principalmente por lo económico.
De esa manera, se dio inicio a un proceso de integración en
varios niveles que se extiende hasta la actualidad. Y con integración no se
quiere señalar (necesariamente) “armonía” o en un sentido amical, pues en buena
parte ha sido producto de la necesidad, primando un interés crematístico. Como
muchos señalan, los países no tienen amigos, solo intereses. Pero en el caso
peruano-chileno esta perspectiva utilitaria se relativizó en muchos casos, pues
la desconfianza estructural entre ambos nunca se alejó del todo, regresando en
cada incidente o entredicho.
5.1. Las relaciones entre las personas
5.1.1. El fenómeno migratorio a Chile
La crisis económica y el azote del terrorismo empujaron a
muchos peruanos a buscar nuevas oportunidades en el exterior, desde fines de
los 80 y comienzos de los 90, teniendo como focos principales los Estados
Unidos, España, Japón y, en el ámbito sudamericano, Argentina y Chile. Este
último era ya un país pujante en esos años, estable política y económicamente y
con una gran perspectiva de crecimiento. Muchos peruanos vieron con atracción a
Chile por su cercanía geográfica, la afinidad en el idioma y cultura, y sus
menores restricciones para migrar.
Así, desde
mediados de los 90 la migración peruana hacia Chile creció de manera exponencial.
De acuerdo a datos del Departamento de Extranjería y Migración de Chile
del año 2010 (OIM, 2011), los migrantes con mayor presencia eran peruanos
(37.1% del total).
Los peruanos residentes en Chile suman más de 140 mil en la
actualidad, los que se ubican principalmente en los sectores de construcción,
comercio, gastronomía y servicios (Astuquipán 2013). En este último rubro
destaca la gran presencia femenina (gran mayoría entre los migrantes peruanos)
dedicada principalmente a trabajos
domésticos. Es la Comuna de Santiago la que alberga el mayor número de
inmigrantes peruanos (centro de la ciudad), seguida del lujoso barrio Las
Condes.
Una cuestión
importante a resaltar en este proceso, es la formación de “barrios peruanos”,
enclaves urbanos en los cuales se recrean las prácticas e idiosincrasia de los
peruanos. También es un punto de concentración de actividades comerciales,
gastronómicas y recreacionales asociadas a estos inmigrantes. Es una suerte de
apropiación del espacio urbano, poniendo en práctica rituales tan peruanos como
la procesión del Señor de los Milagros, que cada año genera mayor convocatoria en
las calles de Santiago (Stefoni, 2007).
No obstante, la llegada masiva de peruanos a Chile generó
cierto rechazo en la sociedad chilena, acentuado por incidentes vanales que
atizaban planteamientos de carácter xenófobo de algunos políticos oportunistas.
Mucho de ello tiene explicación en el propio imaginario colectivo chileno, que percibe
a su país como superior al resto de vecinos, percibiéndose más cercano a Europa
que a Sudamérica. Bajo esa perspectiva, la inmigración peruana en Chile (que
incluiría también a la boliviana y la ecuatoriana) enfrenta a los chilenos con
su propia identidad mestiza y los retrotrae a aquello que sus clases medias y
altas consideraban ya superado. En los migrantes peruanos, perciben la
reproducción de algunos comportamientos populares que no son sino expresión de
las aún fuertes desigualdades sociales que persisten en ese país.
Asimismo, la
masiva presencia peruana en Chile refuerza los sentimientos de superioridad del
país mapocho, al ver como su envidioso vecino exporta población que ocupa los
oficios de menor categoría de la sociedad. Todo ello se traduce en un círculo
vicioso de discriminación y menosprecio a la población peruana migrante,
reproducida en pequeños espacios y en muchos casos, de forma encubierta.
Una forma
muy interesante de analizar estas percepciones es a través de las redes
sociales o en los foros de noticias, cuando aparece alguna nota que pone en
entredicho las relaciones peruano-chilenas. La impersonalidad (y en muchos
casos anonimato) de las relaciones en estos espacios permite altos grados de
sinceramiento y transparencia en las opiniones, dejando de lado la presión por
lo “políticamente correcto”. Lo común es que en esos comentarios se reproduzcan
los estereotipos negativos de chilenos y peruanos; una minoría de ellos busca
la armonía entre ambos países o desligar los problemas políticos de la relación
entre los pueblos.
Así, ante
una noticia que pueda generar resquemores en la sociedad chilena, como por
ejemplo que Humala solicite a Piñera que ejecute el fallo de La Haya de
inmediato, aparecen expresiones destempladas de chilenos contra los migrantes
peruanos, tildándolos de “cholos atrasados” o “come palomas”, siendo esta
última imagen muy arraigada en el lenguaje popular. Probablemente tenga su
origen en el disgusto de los chilenos al ver a los peruanos comiendo en la
calle o habitando las plazas, con un estilo de vida al decir de ellos, similar
al de las palomas.
Un resultado al googlear "peruano come palomas" |
Pero más
allá de estas impresiones negativas, la presencia peruana en Chile se ha
asentado de forma indubitable, pasando a formar parte de la sociedad chilena,
principalmente de la santiaguina. Igualmente, el flujo transfronterizo de
peruanos a Chile no solo se ha concentrado en sectores con poca especialización
o mal remunerados. La gastronomía peruana en Chile, principalmente en Santiago,
es muy apreciada. A mediados de 2013 se estimaba la presencia de más de 200
restaurantes peruanos en distintas partes de Chile (El Mercurio, 09/06/13).
En el caso
de las migraciones chilenas al Perú, ésta es menor y por lo general son familias
o personas vinculadas a actividades de inversión (ejecutivos e inversionistas),
propiciadas principalmente en estos últimos años debido al crecimiento y
consolidación económica del Perú.
5.1.2. La conexión Tacna - Arica
Otra de las aristas en las relaciones humanas entre Perú y
Chile se relaciona con el turismo. El crecimiento económico de cada país ha
generado un flujo transfronterizo continuo para actividades turísticas,
posicionándose cada país como uno de los principales destinos del otro. El Perú,
por un lado, está entre los dos principales destinos turísticos de los
chilenos: hasta mediados del 2012, más de 700 mil chilenos habían visitado el
Perú. De otro lado, Chile es el país preferido por los peruanos al momento de
viajar: durante los 3 primeros trimestres de 2012, el mismo número de peruanos viajó
con destino a Chile (Astuquipán 2013).
La mayor parte de ese flujo transfronterizo se produce entre
Tacna-Arica. No obstante, el intercambio entre ambas regiones adquiere un cariz
especial debido a la estrecha vinculación que se ha ido cimentando en los
últimos 20 años. Miles de chilenos cruzan la frontera rumbo a Tacna diariamente.
Esta cifra se duplica los fines de semana o en períodos de fiesta (La
República, 28/12/12). La relación comercial entre Tacna y Arica ha llegado a un
punto tal que ambas se han especializado en brindar servicios y ofertas
específicos. En el caso de Tacna, además del comercio incluye la atención
médica y la oferta gastronómica.
5.2. Integración de capitales y agentes económicos
En los noventa se comenzó a observar una activa
internacionalización de empresas chilenas mediante la materialización de proyectos
de inversión en el extranjero, siendo el Perú uno de los principales destinos
de dichos capitales. Sin embargo, en un inicio este proceso no estuvo exento de
recelos y tensiones.
En una primera etapa, las inversiones chilenas se dirigieron a los sectores energéticos (como
consecuencia del proceso de privatización de la economía peruana). Este sector
económico tenía una gran visibilidad, por lo que estas inversiones fueron
vistas como una nueva expresión del país “invasor”, “expansionista”, que quería
apoderarse de los recursos estratégicos. Las armas habían sido sustituidas por
el capital. Se produjeron manifestaciones de políticos, intelectuales y algunos
sectores empresariales desplazados, que alertaban respecto a los intereses
chilenos. Algunas inversiones no se concretaron o fueron postergadas, pero al
final del día, Chile era el
tercer inversionista en Perú después de España y Estados Unidos (Rodríguez,
2004).
En ese contexto, la
revista Debate en su edición de marzo-abril de 1996, dio a conocer una
encuesta focalizada en la zona metropolitana de Lima que mostraba un panorama
poco alentador. Ante la pregunta ¿está usted de acuerdo o en desacuerdo con que
ingresen al Perú capitales chilenos?, un 60% se mostró en desacuerdo (frente a
un 32% a favor), siendo mayor la oposición según se tratara de los grupos de
edad más avanzados y los sectores socioeconómicos más bajos (Milet, 2007).
La imagen de “país
invasor” se fue diluyendo con el tiempo con la propia diversificación de las
inversiones mapochas (ocupando lugares considerados no “estratégicos”). No
obstante, sí persistieron críticas frente a la acción de los empresarios
chilenos en Perú, aunque bajo otra perspectiva. Se los acusaba de desarrollar
expansionismo y de afectar la industria peruana a través del desarrollo de
monopolios y las importaciones masivas. Un caso emblemático fue el de la
aerolínea LAN. El Perú mantenía una política de cielos controlados, que
limitaba la participación de empresas áereas extranjeras en su territorio. LAN creó
una filial en Perú bajo la figura de sociedad de propiedad mayoritaria de
capitales peruanos. En el 2004 su calidad de empresa peruana fue cuestionada, y
su licencia estuvo a punto de ser revocada. No obstante, no se puede dejar de soslayar la propia torpeza de la empresa, al
proyectar un video en sus aviones con escenas denigrantes para el Perú en el 2005, provocando
la indignación ciudadana e incluso una condena por parte del Congreso.
Se debe resaltar
también que estas acciones contra LAN tuvieron un “aliciente” previo en el año
2002, con la negatoria a la empresa peruana Aerocontinente para operar en
Chile, en medio de un escándalo por la acusación a sus dueños de estar
vinculados con el tráfico de drogas, pero que en Perú fue percibido como un
acto de discriminación.
El resquemor frente
al “expansionismo” chileno ha sido alentado también por la actitud prepotente o
arrogante de algunos inversionistas del país sureño, como en el caso Luchetti.
Durante el año 2001, en el período de procesamiento de los denominados
“vladivideos”, apareció uno que revelaba una conversación entre Vladimiro
Montesinos y un representante chileno de la empresa de fideos Luchetti del
poderoso grupo Luksic. En dicha conversación se urdía una maraña judicial (del
Poder Judicial controlado por el Gobierno de Fujimori) contra las medidas
adoptadas por el entonces alcalde Alberto Andrade para clausurar la fábrica
instalada en un área protegida (Pantanos de Villa); y ubicada además en Chorrillos, zona emblemática de la Guerra del Pacífico en el imaginario colectivo peruano.
Las palabras destempladas del representante chileno que se revelan en el video
(aludiendo a Andrade como un “miserable” y señalando que: “Yo quiero una guerra
corta, sangrienta y decisiva, como se ganan las batallas”), reafirmó la consabida
arrogancia y prepotencia chilena en la percepción peruana, plasmada en el
expansionismo de sus capitales. La sensibilidad peruana frente a las
revelaciones de la corrupción fujimontesinista se mezcló e hizo combustión con
los prejuicios tradicionales contra los chilenos.
Una vez iniciado el
juicio en el Perú en el 2005, y la declaración de captura internacional dictada
contra tres representantes de esta empresa, se produjo una participación más
activa de los empresarios y políticos chilenos, que sostenían que se les
discriminaba debido al antichilenismo existente en Perú. Nunca hubo una cuota
de autocrítica en los representantes de Luchetti por las formas subrepticias
mediante las cuales querían imponer su proyecto a toda costa (Rodríguez, 2006).
En una segunda
etapa, a partir del 2005, la inversión chilena se fue focalizando en el sector
servicios, en particular los de distribución (retail) y sus servicios
asociados (contabilidad, asesoría legal, arquitectura, ingeniería, etc.). En la
actualidad, el interés de los chilenos por invertir en el Perú se mantiene
alto, porque la consideran como una economía estable en la que aún hay mucho
por hacer, sobre todo en provincias, donde la penetración del comercio moderno
aún es incipiente. Se calcula que para mediados del 2016, las inversiones
chilenas en Perú bordearían los 16 mil millones de dólares (El Comercio, 20/05/13).
En el caso peruano,
la internacionalización de sus empresas ha sido tardía si se la compara con la
de Chile. Ésta se inicia recién a partir de la década del 2000. Hoy en
día las inversiones peruanas en Chile se han multiplicado hasta superar los 7
mil millones de dólares (La República, 12/05/13), incursionando en diversos sectores: minería, construcción,
finanzas, industrias manufactureras, acuicultura y también en servicios. Aunque
la brecha con relación a la inversión chilena en el Perú es aún significativa, el
crecimiento económico peruano ha permitido su paulatina reducción.
5.3. La relación a nivel de gobiernos
5.3.1 A nivel político
El inicio de la
década de los noventa significó entrar a un período en el cual se combinaban
una serie de factores que permitían una mayor convergencia de intereses entre
Perú y Chile. De esa manera se dio inicio a un proceso de acercamiento que, en
el plano político, debía cristalizar en el cierre de los temas pendientes del
Tratado de 1929. Estas cuestiones no eran tan sustanciales debido a la materia
que había que negociar, pero sí tenían una alta significación pues -supuestamente-
resolvían todos los problemas pendientes entre ambos países.
En 1993 se
impulsaron estas negociaciones, las que derivaron en la firma de las denominadas
Convenciones de Lima. No obstante, cuando se entregaron al Congreso Peruano
para su ratificación, se generó una ola de críticas y rechazo en la sociedad. Se argumentaba que
el acuerdo era muy ventajoso para Chile y que no debía negociarse un asunto de
dicha naturaleza bajo un gobierno golpista (un año antes se había producido el
autogolpe del 5 de abril) y cuando aún el terrorismo aleteaba (Rodríguez,
2004).
Se podrían citar
otras razones como la proximidad de las elecciones de 1995 en Perú y la
emergencia de Javier Pérez de Cuéllar como candidato opositor a la reelección
de Fujimori, pero lo cierto es que el 28 de agosto de 1994, fecha en la cual se
celebraba el 65° aniversario de la reincorporación de Tacna al Perú, Fujimori
anunció en la misma ciudad, el retiro del Congreso de las cuestionadas
Convenciones, las que se someterían a una “revisión” debido a la falta de
consenso nacional. En ese contexto, el Presidente declaraba acoger parcialmente
la idea de discriminar contra los inversionistas chilenos en actividades
“estratégicas”, en concordancia con la campaña que se alzaba en la prensa y era
alentada por diversos sectores contrarios a una expansión económica chilena
(Rodríguez, 2004).
Una vez reelecto
Fujimori en 1995, el gobierno peruano tomó la iniciativa para una renegociación
con Chile sobre las frustradas Convenciones. Este proceso de diálogo se vio
también obstaculizado en múltiples ocasiones (el problema del Chinchorro), pero
finalmente se pudo alcanzar un acuerdo definitivo en 1999, suscribiéndose el Acta de Ejecución
del Tratado de Lima de 1929, poniendo fin a todos los asuntos derivados del
Tratado de 1929.
Posteriormente,
el 30 de julio de 2001, al iniciarse el gobierno del Presidente Toledo en Perú
(el de Lagos en Chile se había iniciado un año antes), ambos presidentes
emitieron en Lima una “Declaración Presidencial Conjunta” para avanzar en una
nueva etapa de asociación estratégica, fundada en la voluntad de cooperación y
coordinación en todos los ámbitos bilaterales.
Así se acordó, entre otros puntos, la creación del Comité de Seguridad y Defensa
(COSEDE), integrado por altos funcionarios de los Ministerios de Relaciones Exteriores
y de Defensa de ambos países (con la participación de representantes de sus
respectivas Fuerzas Armadas), y el denominado “Comité Permanente de Consulta y
Coordinación Política (2 + 2)”, integrado
por los Ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa (de ahí su nombre).
Ambos organismos se crearon con la finalidad de articular las relaciones
bilerales en cada sector.
Este proceso
de acercamiento inicial entre ambos gobiernos, que parecía dejar atrás los
desencuentros históricos sin (aparentemente) ningún otro problema por resolver,
fue decayendo conforme pasó el tiempo y surgieron diversos incidentes. Éstos ni
siquiera se vinculaban con cuestiones políticas, pero igual reanimaron las
percepciones antagónicas y los desencuentros de siempre. Por ejemplo, la
intervención peruana en las negociaciones entre Chile y Bolivia para la
exportación del gas por puertos chilenos, generando una contrapropuesta
(económicamente menos rentable). Los chilenos la percibieron como un sabotaje a
su proyecto pues apelaba a las fibras nacionalistas del pueblo boliviano.
También cabe considerar el incidente con la pinta de graffittis en muros incaicos por parte de dos jóvenes
chilenos en Cusco en el 2004; la condena a los militares chilenos del MRTA el
mismo año; el maltrato recíproco de los aficionados en los partidos que
enfrentaba a ambas selecciones de fútbol; el escándalo de la venta de armas a
Ecuador por Chile, revelado en marzo de 2005[1]; las continuas
compras de armas por parte de Chile y, particularmente, la ley peruana que
establecía las líneas de base para la definición del dominio marítimo del Perú
sobre el Oceano Pacífico, planteando una línea bisectriz en la frontera
marítima que reemplazaba el paralelo referido en las Declaraciones entre Perú,
Chile y Ecuador de 1952 y 1954. Cada uno de estos incidentes, entre otros,
reactivaron los nacionalismos negativos existentes en cada país.
En Chile se produjo un fastidio ante los incidentes que los
afectaban y subestimación respecto a los que perjudicaban a los peruanos[2]. Los peruanos,
por su parte, fueron especialmente sensibles ante cualquier tipo de
manifestación chilena que se pudiera interpretar como una ofensa contra la dignidad
nacional, dedicándole los medios de comunicación portadas y reportajes
exhaustivos. La baja popularidad del Presidente Toledo originó también que
muchos de estos incidentes fueran percibidos como medios para desviar la
atención sobre problemas de gobernabilidad internos.
Resulta sintomático que el Perú, siendo un país tan
fragmentado socialmente, alcanzase en estos altercados con Chile un grado de
consenso nacional significativo. El “problema chileno” era uno de los pocos
capaces de aglutinar a amplios sectores de la sociedad en un solo frente, junto
tal vez con la lucha contra el terrorismo o cuando juega la selección peruana
de fútbol.
El año de 2005 fue particularmente tenso en las relaciones
bilaterales, e inclusive concurrían conflictos políticos con otros de tipo
comercial (aunque igual se inmiscuía lo político), como en el caso del video de
LAN que estalló en medio del escándalo suscitado por la revelación de la venta
de armas a Ecuador. Las relaciones de Toledo y Lagos al final de sus gobiernos eran
muy distantes, contraste significativo con las intenciones expresadas al
inicio. Esta situación explica en buena medida, por qué Fujimori decidió
arribar a Chile a fines del 2005, como último paso antes de su pretendido
regreso triunfal a Perú. Probablemente el expresidente pensaba que los chilenos
podrían acogerlo para fastidiar a las autoridades peruanas.
En ese contexto se debe entender también, la emergencia de
los hermanos Humala a través de la creación del movimiento etnocacerita, los
que, siguiendo el simbolismo detrás del Mariscal Cáceres, formularon una
plataforma política cargada de revanchismo frente a Chile. Y es que, en
términos generales, el “problema chileno” ha sido utilizado innumerables veces
en la esfera política peruana, apelando a fibras muy sensibles del electorado
peruano.
Con la llegada al poder de Alan García se dio un nuevo
impulso a las relaciones entre ambos países. Una larga gestión de los
funcionarios de la Biblioteca Nacional del Perú concluyó en un importante gesto
de desprendimiento del gobierno de Michelle Bachelet, que devolvió valiosos
libros secuestrados en la Guerra de 1879. En dicho período los incidentes
conflictivos entre ambos países se redujeron en frecuencia e intensidad, siendo
los más sonados: las declaraciones destempladas del general Donayre contra los
chilenos el 2008; el escándalo del espía peruano en Chile el 2009; y, el mismo
año, los ejercicios militares del ejército chileno frente a un rival ficticio
“Tarapacá” en una operación denominada “Salitre 2009” (que no resiste mayor
esfuerzo de asociación con el Perú). No obstante, en este período las
incidencias y entredichos girarían en torno a los prolegómenos y las reacciones
frente a la demanda peruana ante la Corte de La Haya en el 2008, evento que
generó un impacto significativo en las relaciones en el corto plazo, pero que
luego de ser asimiladas por Chile con base en la propuesta de “cuerdas
separadas” del presidente García, no derivaron en el freno al proceso de
integración comercial entre ambos países. Todo lo contrario, paradójicamente
pareciera fortalecerse cada vez más.
5.3.2. A nivel económico
El Chile de Pinochet fue el pionero en Sudamérica en aplicar
medidas de liberalización y desregulación económica. Hasta entonces, los países
de esta zona oscilaban entre medidas de apertura y proteccionistas, sin un
norte fijo o estable. El pinochetismo modificó este esquema, implementando el
sistema económico neoliberal que Perú incorporaría posteriormente con Fujimori (codificado
bajo el denominado Consenso de Washington). Desde entonces, ambos países han
aplicado similares políticas macroeconómicas, convergiendo en un esquema de
integración insospechado décadas atrás.
Por un lado, con relación al intercambio comercial, la
relación entre Chile y Perú fue creciendo de manera sostenida en ese período, y
la firma de diferentes acuerdos bilaterales en esta materia reforzó este
comportamiento. En 1994 se iniciaron las negociaciones para la suscripción de
un tratado en materia comercial, las que finalizaron en 1998 con la firma del
Acuerdo de Complementación Económica N° 38 (ACE 38). La demora en la
negociación se debió principalmente a las resistencias generadas en el Perú,
que tenían su origen en el temor al “expansionismo” chileno y los problemas
suscitados con las Convenciones de Lima de 1993.
Posteriormente, y en virtud de la intensificación del
comercio bilateral, los gobiernos decidieron ampliar sus alcances y el 2006
suscribieron un Acuerdo de Libre Comercio que entró en vigencia el 1 de marzo
de 2009. Resulta sintomático que éste fuera el primer acuerdo de este tipo
firmado por dos países sudamericanos, y justamente por dos con profundas
discrepancias históricas.
En el período comprendido entre 1990-2010, el intercambio
comercial entre Chile y Perú ha venido creciendo a un ritmo anual promedio del
16% (López & Muñoz 2011), provocando un cambio en
la balanza comercial: hasta el 2009 era positiva para Chile, pero a partir del
2012 ha sido favorable al Perú (Astuquipán 2013).
Son múltiples los factores que explican la profundización de
la relación económica entre Perú y Chile. Entre ellos resaltan las similitudes
de ambas economías y, particularmente, la complementariedad en una serie de
bienes y servicios. Chile y Perú han seguido un activo proceso de inserción
económica internacional a través de diversos instrumentos de apertura
unilateral, bilateral y multilateral, estableciendo una amplia red de acuerdos
comerciales y en materia de inversión. Por ejemplo, en materia multilateral
ambos han adherido a los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio
(OMC), y también forman parte del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico
(APEC). Igualmente, ambos países han firmado Tratados
de Libre Comercio (TLCs) con casi los mismos países: Estados Unidos, Europa,
China y Japón, por ejemplo.
Esta homogeneidad de modelos económicos abrió un
extraordinario panorama con un nivel superior de cooperación e integración,
especialmente para abordar de forma conjunta los desafíos económico-comerciales
que exige la dinámica global. Las nuevas dinámicas de producción y de comercio
internacional están obligando a que economías relativamente pequeñas, como
Chile y Perú, se vean en la necesidad de promover espacios que les permitan crear
cadenas de valor y una integración productiva, con el fin de establecer escalas
eficientes de producción y satisfacer la creciente demanda de los mega
mercados.
Las acciones adoptadas por los gobiernos de ambos países en
los últimos años han seguido esa línea, y probablemente su mayor expresión es la
Alianza del Pacífico. Teniendo al expresidente García como su principal
impulsor, esta Alianza nació en el año 2011, agrupando a los países
latinoamericanos que colindan con el Pacífico y cuyas políticas económicas
tienen como eje la integración con el mercado asiático. Estos son Perú, Chile,
Colombia y México.
La Alianza del Pacífico ha tenido grandes avances en la
desgravación arancelaria, y tiene como objetivo, liberalizar al 100% el
comercio entre sus socios. También ha ido desarrollando una agenda propia que
va más allá de los temas estrictamente económicos, pues plantea la posibilidad
de la libre circulación de personas, servicios y capitales. De esa manera, esta
alianza estratégica aspira a un modelo de integración mayor con base en intereses
comunes y una misma agenda de temas económicos y políticos (Bueno, 2011).
Incluso esta Alianza plantea una figura novedosa en América
Latina, como es la unión del mercado bursátil de los países que la conforman
mediante la creación del Mercado Integrado Latinoamericano (MILA),
constituyendo una plataforma única entre las bolsas de Chile, Colombia y Perú.
México está en proceso de integrarse, y cuando lo haga, el MILA será la
principal plaza bursátil de la región (por encima de la de Sao Paulo) (López & Muñoz 2011).
Otra plataforma importante es el denominado Tratado de
Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), originalmente llamado
Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico
de Asociación Económica (o Acuerdo P4), que surgió el 2005 como una iniciativa
de Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur. Posteriormente se sumaron EEUU,
México, Canadá, Perú, Australia, Vietnam y Malasia, resaltando que
fue Chile quién invitó al Perú a sumarse al Acuerdo. En la actualidad estos
países se encuentran en negociaciones para finiquitar el TPP que para Perú y
Chile acentuaría la vía de apertura comercial respecto a los países del arco
del Pacífico[3].
5.3.2.1. Complementariedad económica y perspectivas
Ambos países enfrentan hoy retos y oportunidades comunes con
respecto al futuro de sus relaciones económicas internacionales. Los dos comparten
una excesiva dependencia de las exportaciones de minerales. Plataformas como la
Alianza del Pacífico o el TPP representan oportunidades para trabajar en la
diversificación de sus canastas exportadoras, así como dar mayor valor agregado
a los bienes y servicios que las componen. También para permitir la
asociatividad entre empresas peruanas y chilenas, consolidando su oferta para
entrar de forma asociada al mercado asiático. La disponibilidad de recursos de
todo tipo y su posición y particularidades geográficas, permiten generar espacios
de cooperación con el objetivo de ganar relevancia en los mercados
internacionales (López & Muñoz, 2011).
En el caso peruano, sus propias particularidades y mayor
variedad de recursos respecto a Chile, lo colocan en una posición expectante y
optimista de cara al futuro, con una economía en franco crecimiento y mucho
potencial, considerando la cantidad de mercados “vírgenes” que tiene en
comparación con su vecino. Otra fortaleza está en el sector energético, puesto
que en Perú existen recursos mucho más significativos y abundantes que en
Chile. El Perú también tiene mejores condiciones geográficas y mejores tierras,
que colocan a su producción agropecuaria en óptimas condiciones para competir
con las chilenas, incluso en sectores donde los chilenos tradicionalmente han
tenido hegemonía en la región.
Por ejemplo, en el sector pecuario, después de 15 años de
trabajo del SENASA y de los productores peruanos, se consiguió que la Organización
Mundial de Sanidad Animal (OIE) reconociera al 100% del territorio nacional
libre de fiebre aftosa sin vacunación. Este resultado permite que los productos
pecuarios peruanos puedan ingresar a mercados tradicionalmente proteccionistas,
como Asia y Europa. Este reconocimiento pone al Perú en el mismo estatus
sanitario que Chile, que hasta ahora era el único país en América Latina con
esta certificación.
De la misma manera, en el caso del pisco, durante muchos
años la desidia peruana como la viveza chilena permitieron posicionar dicho
licor a nivel internacional como si procediera de Chile, siendo una bebida
nacional. Sin embargo, de acuerdo a datos de la Asociación de Exportadores (ADEX), las exportaciones de pisco entre enero y julio del año 2013 se
incrementaron en 20,8% respecto a similar periodo del
año anterior. Asimismo, son 38 los mercados a los que se viene exportando,
siendo Chile paradójicamente, el segundo destino más importante para la
exportación del pisco (sólo por debajo de los Estados Unidos) (El Comercio,
04/10/13).
En suma, Perú, por el tamaño de su territorio y de su
población, tiene la potencialidad de tener un mercado más grande que el chileno
en los próximos años, sustentado en un crecimiento que se ha mantenido estable
los últimos años. Inclusive tomando en cuenta el Producto Interno Bruto (PIB)
medido por paridad de poder adquisitivo (PPP en sus siglas en inglés), Perú
viene superando a Chile desde el año 2011 y la misma prensa chilena proyecta
que para el 2018 la brecha entre ambos países aumentará en 10.5% a favor del
Perú (El Mercurio, 08/08/13).
Sin embargo, Chile aún conserva muchas ventajas en aspectos
considerados estructurales para continuar creciendo en el mediano y largo
plazo. El PBI per cápita chileno es casi el doble que el peruano (El Mercurio,
08/08/13). Ostenta una mejor calidad educativa, productividad y una mayor
expansión de su infraestructura pública. Igualmente, en cuanto al Índice de
Desarrollo Humano (IDH) de la ONU del año 2013, ocupa el puesto 40 (Desarrollo
Humano Muy Alto), mientras que Perú se sitúa en el puesto 77 (Desarrollo Humano
Alto) (PNUD, 2013). Se podrían citar otras escalas de valoración y rendimiento
entre ambos países, pero no cabe duda de que en las más importantes, las
relacionadas con el nivel de desarrollo, Chile aún cuenta con una apreciable
ventaja.
En síntesis, Perú y Chile se encuentran en la actualidad cada
vez más conectados al mundo globalizado y creciendo hacia nuevos niveles
asociativos impensables hace pocos años. Resulta paradójico comprobar entonces,
la persistencia de la agenda tradicional entre peruanos y chilenos, basada en
recelos y resquemores que solo requieren de una pequeña chispa para caldear los
ánimos y exaltar los nacionalismos.
6. La opinión pública expresada en las encuestas
El modelo adoptado por el Perú y que ha favorecido su
crecimiento económico, ha seguido en la mayoría de aspectos, al chileno. Muchas
de las políticas, programas y directrices que se elaboran desde los distintos
sectores estatales, toman como referencia lo hecho previamente por los chilenos
o el sistema que han adoptado. En la prensa especializada peruana es común que
los “opinólogos” o especialistas elaboren sus hipótesis y análisis con base en
los programas y modelos aplicados en Chile, haciendo referencias continuas al
mapocho por encima de cualquier otro país. La cercanía geográfica y las variadas
coincidencias entre ambos, permiten que los peruanos puedan reflejarse en los
chilenos con mayor sustento. Además, se viene consolidando en la sociedad
peruana la idea de que ambos países son socios (por lo menos en sentido
comercial) y que deben avanzar articuladamente para enfrentar de mejor manera
los mercados globales.
No obstante, las percepciones antagónicas entre ambos países
siguen vigentes, reviviendo en cada pequeño o mediano incidente, recordándonos
que -en las relaciones entre países- lo emocional en muchos casos supera lo
racional, y reforzando en la ciudadanía de cada país, la imagen estereotipada
que tienen entre sí: unos como resentidos, acomplejados, ingobernables, que
buscar obtener revancha a cualquier costo; los otros como prepotentes,
expansionistas, arrogantes, que siempre buscan apoderarse de los recursos
ajenos. Así han convivido peruanos y chilenos, y de esa manera ha avanzado su
integración económica y política, a trompicones; una relación compleja que
desborda cualquier razonamiento objetivo o lógico.
Resulta interesante analizar cómo se expresa en la sociedad
peruana esta relación ambivalente frente a los chilenos. Los peruanos admiran y
desconfían de los chilenos al mismo tiempo. ¿Es posible eso? En Noviembre de
2008, el Instituto de Opinión Pública de la Pontificia Universidad Católica del
Perú (IOP-PUCP) publicó una encuesta nacional urbana titulada “Relaciones
Internacionales – Los peruanos y el mundo”, que buscaba recoger información
sobre percepciones de los peruanos hacia las relaciones internacionales y la
política exterior peruana. Son reveladores algunos de los resultados de dicho
estudio: cuando se pregunta que opinión tienen de algunos países, partiendo de
0 como la percepción menos favorable y 100 como la más favorable, Chile obtiene
43,8%, ubicado paradójicamente por encima de Bolivia (39,9%), nuestro aliado
histórico en la Guerra del Pacífico.
Asimismo, ante la pregunta: “En los últimos 10 años, ¿cuál
ha sido el país latinoamericano más influyente en la región?”, el primer lugar
lo obtiene Chile con 24%, por encima inclusive de Brasil (22%) o Mexico (6%),
que tienen un PBI mucho más grande que el chileno. Analizando de forma
comparativa esta encuesta con el sondeo binacional elaborado por el IOP-PUCP y
el Instituto de Investigación de Ciencias Sociales de la Universidad Diego
Portales en Junio del 2010, denominado “Perú-Chile: diferencias y
coincidencias”, los peruanos colocan a Chile en el segundo lugar como país más
influyente de la región en los últimos 10 años (20,7%), por debajo de Brasil
(27%) y por encima de Venezuela (8,8%), Argentina (4,5%) y el mismo Perú (7,6%).
Sin embargo, frente a la pregunta: ¿qué tanto cree que la
inversión extranjera beneficia al Perú?, respecto de la inversión procedente de
Chile, 55% considera que no es beneficiosa para el país (frente a un 42% a
favor). Las diferencias se acentúan si se trata de Lima o provincias: en Lima,
el 47% está a favor y el 52% en contra, mientras que en el interior urbano el
35% está a favor y el 60% en contra. Destaca que, salvo el caso chileno, la
opinión pública peruana muestra una percepción positiva hacia la inversión
extranjera (71% a favor y, además, con un 60% de acuerdo en la reducción de
barreras de entrada a productos extranjeros).
Igualmente, ante la pregunta, “En los últimos 10 años, ¿qué
país de América Latina cree Ud. que ha generado más conflictos en la región?”,
Chile aparece en segundo lugar con 27%, solo por debajo de Venezuela con 35% (tomando
en cuenta lo que se percibía como la “amenaza chavista”).
Por último, cabe resaltar la siguiente pregunta de la
encuesta: ¿Cómo describiría la relación del Perú con los siguientes países?,
¿Es de amigos, socios, rivales o representan una amenaza? En ese caso, Chile
aparece en el último lugar en la columna de “Amigos” del Perú, con 17%, muy por
debajo de otros países como Argentina (65%), Brasil (64%) o Mexico (63%). Solo
el 16% de los encuestados los describe como “Socios”, ubicándose en el último
lugar (dato llamativo considerando que dos años atrás se había suscrito el TLC
entre ambos). De otro lado, el 44% de los peruanos considera a los chilenos
como “Rivales”, mientras que el 20% los percibe como “Amenazas”. Resulta
sintomático que a un país como Ecuador, con quien el Perú ha tenido muchos conflictos,
solo 24% de los encuestados lo considere como rivales y 9% como amenaza.
Estos resultados contradictorios reflejan esa especie de
amor-odio existente por parte de los peruanos hacia Chile. Chile es el espejo
en el cual quisieran verse muchos peruanos, pero que a la vez rechazan y
desprecian por la herencia del pasado. Los peruanos admiran el progreso, la
civilidad y desarrollo de Chile, tomándolo como un referente en la región.
Pero, de otro lado, se percibe a Chile como un país expansionista, militarista,
agresivo con sus vecinos, poco solidario. Muchas de las actitudes de los
chilenos y que se han descrito en el presente trabajo, han contribuido a
reforzar esas percepciones.
Las secuelas de la guerra se arrastran hasta la actualidad
y, en el caso peruano, contribuyeron a crear una especie de complejo de
inferioridad frente a Chile. Ello determina muchas veces la alta
susceptibilidad de su sociedad ante cualquier hecho que se pueda considerar
como ofensivo por parte de los chilenos. También determina que, en más de una
ocasión, el Perú haya dado marcha atrás en sus acuerdos con el país sureño. Por
ejemplo, cuando el gobierno de Fujimori decidió retirar unilateralmente las
Convenciones de Lima por una fuerte oposición pública frente al “abuso”
chileno; o en el año 2003, cuando Perú se
desligó del Acuerdo
Multilateral sobre Liberalización del Transporte Aéreo Internacional (MALIAT
por su siglas en inglés) al cual se había suscrito previamente con Chile en el
2001 (con ocasión del APEC), por considerar que su posición geográfica le
colocaba en desventaja frente a Chile.
Empero, lo que se debe resaltar en relación a la forma desproporcionada
como reaccionan gran parte de los peruanos frente a lo que consideran
agresiones chilenas, es la propensión a atribuir las causas de los problemas
internos al “enemigo externo”. Por ejemplo, el 2012 se produjo un escándalo mediático
por la realización de un “reality” chileno en la selva peruana, en el cual un
grupo de chilenos interactuaba con un grupo de nativos de la etnia amazónica bora.
Ciertas frases infelices de una conductora televisiva y la manipulación de los
nativos con fines publicitarios del “reality”, generaron una fuerte reacción en
la prensa peruana y diversos sectores de la sociedad. Finalmente el programa
fue cancelado e incluso el embajador chileno en Perú pidió disculpas.
Sin embargo, es claro que hubo una sobrereacción de la
prensa, la clase política nacional y diversos sectores de la sociedad peruana
frente a lo que consideraban una “agresión” frente a las culturas originarias
peruanas por parte del “enemigo de siempre”. Hubiera sido interesante observar
una reacción parecida en la opinión pública peruana con ocasión del conflicto
de Bagua de 2009. Paradójicamente los peruanos no reaccionan con la misma
intensidad cuando se discute proyectos de extracción de recursos naturales que
podrían afectar las formas de vida de estas poblaciones, pero sí cuando un
programa chileno los utiliza como parte de un show.
De otro lado, en el caso de Chile es menor la resonancia
pública ante cada incidente con su vecino del norte, y ello es comprensible en
tanto ellos no necesitan competir con el Perú, tienen un sentimiento de
superioridad aleccionado por la guerra ganada, su desarrollo económico y mejor
posición a nivel mundial. Por ejemplo, en la encuesta binacional antes
referida, el 31,4% de chilenos consideraba que en los últimos 10 años su país había
sido el más influyente de la región, colocándose en primer lugar. Asimismo, el
42,3% de su población consideraba que su país es “Muy importante” a nivel
internacional (frente a un 28,9% de peruanos que opinaba lo mismo) y un 26,6%
consideraba que Chile es líder en la región (frente a un 10,4% de peruanos).
Esa visión de
país superior, más cercano a Europa que a sus vecinos de la región, se expresa
inclusive en la población infantil. En una encuesta realizada en noviembre de 2004
por UNICEF y Time Research a niños y adolescentes en tres ciudades chilenas
(Iquique, Santiago y Temuco), un 46% consideraba una o más
nacionalidades inferiores a la chilena, ocupando los peruanos el primer lugar (32%), seguidos de los bolivianos
(30%) (Milet, 2007).
Además, para muchos
chilenos es incomprensible cómo los avances en la integración política y
económica no resultan suficientes para que Perú olvide rencores históricos.
Como señala el diplomático chileno Mario Artaza (2007, 422), haciendo un
balance de las relaciones con el Perú: “todo este cuadro conduce a cierto nivel
de frustración y desaliento entre los chilenos que desean una relación de
amistad y acercamiento entre Perú y Chile. Puede incluso aflorar la idea que
los repetidos gestos y concesiones por parte de Chile nunca serán suficientes
para establecer una relación sana y dinámica”.
En el marco de la demanda en La Haya, la encuesta binacional
denominada “Perú y Chile: Coincidencias y Diferencias”, arrojó que un 60,4% de
peruanos piensa que Chile no acatará el fallo si pierde (dentro de los cuales,
20,8% de peruanos piensa que Chile no acatará el fallo, 20% que no lo acatará y
romperá relaciones diplomáticas, y 19,6% que iniciará un conflicto armado). En
el caso de Chile, 35,9% de chilenos piensa que Perú no acatará el fallo (dentro
de los cuales, 15,1% piensa que Perú no acatará el fallo, 14,1% que no lo
acatará y romperá relaciones diplomáticas, y 6,7% que iniciará un conflicto
armado).
Pareciera como si quedara algo por resolver; “algo” que la
integración económica no ha podido resolver del todo. Estos sentimientos
latentes tal vez expliquen que el Perú se haya embarcado en la demanda marítima
en La Haya, planteando de forma implícita, que no se puede avanzar a un segundo
nivel de relaciones entre países si no se resuelven todas las cuestiones
pendientes, o no se llevan a cabo reparaciones históricas que permitan que
ambos países puedan -por fin- mirarse a la cara sin tapujos.
La amarga conclusión es que los esfuerzos integradores
impulsados por los Estados y los agentes económicos, parecieran no poder combatir
un fenómeno socio-cultural muy enraizado dentro de cada país, principalmente en
el Perú. La economía no ha contribuido a reescribir la historia de ambos países
como ellos los hubieran querido.
Como señala Rodríguez (2004), pareciera que entre peruanos y
chilenos no bastan las apelaciones a la racionalidad sencilla, a las buenas
intenciones conjuntas, o a los diseños de un futuro asociado, para dejar de
lado la mala imagen del otro. Expresa que “mi melancólica conclusión es que
chilenos y peruanos nos acostumbramos a coexistir peligrosamente, no hemos sido
ágiles para aprovechar las ventanas de
oportunidad y queremos creer que bastan la correcta gestión diplomática más
las relaciones económicas bilaterales para derrotar a nuestros profesores de
Historia y superar el statu quo inercial” (Rodríguez, 2004, pág. 281).
7. De la amenaza a la rivalidad
En estos últimos años, ¿en algo se ha ido modificando el
complejo de inferioridad peruano respecto de Chile? ¿La frase “mamita los
chilenos” viene perdiendo vigencia? Resulta aún temprano para dar respuestas
concluyentes. Este trabajo es apenas una aproximación. Esboza algunas
reflexiones y presenta algunos datos que ayuden a entender la dinámica de
cambios que se vienen produciendo en el imaginario colectivo peruano y,
particularmente, en la percepción hacia su vecino del sur.
Se parte del hecho de que, en la opinión pública peruana ya
no se mira con tanta desconfianza el ingreso de inversiones chilenas. En Noviembre
del 2012 se realizó un estudio de opinión preparado por GfK en Perú (GfK
Conecta) y en Chile (Adimark GfK ), denominado: “El Fallo de La Haya. Visión
peruana y chilena respecto al problema de límites marítimos”. En dicha
encuesta, un 82% de peruanos se manifestó positivamente respecto a la
posibilidad de cooperar y estrechar lazos con Chile (frente a un 72% de
chilenos); además, el 76% de peruanos señalaron que se deberían incrementar las
relaciones económicas bilaterales (contra un 78% de chilenos).
Igualmente, cabe destacar las recientes declaraciones del
presidente Humala, mostrando su disposición a vender gas de Camisea o energía
eléctrica a los chilenos, hecho que no tuvo mayor resonancia en la opinión
pública peruana, como probablemente hubiera sucedido hace unos pocos años. En
general, la entrada de capitales chilenos ya no genera mayor debate en la
prensa ni por parte de los especialistas. En ese sentido, los sectores
ultranacionalistas peruanos ya no tienen fuerza ni audiencia como antes.
Se puede proponer que en el Perú se ha ido consolidando la
idea de que la apertura comercial e integración con los mercados globales
constituye la mejor vía de desarrollo[4]. El crecimiento
económico de los últimos años refuerza esta idea, interiorizando en la
población que tenemos la capacidad y los recursos para competir con otros
países y superarlos. Siendo Chile nuestro adversario histórico y del cual hemos
emulado casi todo el modelo económico vigente, resulta obvio que nuestra meta
de crecimiento tome como punto de referencia superarlos.
El crecimiento económico permitiría que los peruanos miren al
futuro con mayor optimismo, con la convicción creciente de que sí es posible superar a Chile en ese
plano. De esa manera, la nueva consigna que se vendría interiorizando entre los
peruanos consiste en plantear que, “si los chilenos lo hicieron bien, nosotros
podemos hacerlo mejor”. Factores tales como el posicionamiento peruano en el
sector gastronómico en Chile y en el mundo, la difusión de la “Marca Perú” y
todas sus implicancias, la proyección de crecimiento de la economía peruana
para los próximos años (que lo llevaría a superar a Chile), y triunfos como la
reciente elección de Lima como la sede de los Juegos Panamericanos del 2019
(superando a la candidatura de Santiago de Chile), representarían alicientes en
ese sentido.
Ello también se deriva de la tendencia al debilitamiento de
los nacionalismos. Como señala el historiador Daniel Parodi (2013), la
globalización económica ha debilitado la ideología nacionalista: “En América
Latina ya estamos reemplazando la vieja patria del siglo XIX -que requería la
existencia de países rivales que enfrentar- por una patria igual de entrañable
pero cuyos connacionales, sin mayor prejuicio, se conocen con los de otras
naciones a través de la internet, las redes sociales, las teleconferencias y
grandes transacciones comerciales realizadas en el ciberespacio”.
Sin embargo, en el caso peruano ello no quiere decir que
haya desaparecido el sentimiento revanchista contra Chile, sino que éste se
estaría canalizando positivamente; de esa manera, progresivamente nuestra tradicional
rivalidad se estaría transformando en una “envidia positiva”. Así, nuestro
propio crecimiento y mayor optimismo nos permitiría mirar a los ojos a Chile de
igual a igual, incluso pecharlo en ocasiones.
Resulta interesante regresar al dato recogido por la
encuesta del IOP-PUCP del 2008. En la pregunta que recoge la percepción de
peruanos respecto a diversos países (definiéndolos como amigos, socios,
rivales, o amenazas), el 44% de los peruanos consideraba a los chilenos como
“Rivales”, mientras que el 20% los percibía como “Amenazas”. Proponemos
considerar que aquellos que consideran a los chilenos como “rivales” se ubican más
en una perspectiva del siglo XXI, en la cual se tiene más confianza en nuestras
posibilidades como país y percibimos a Chile como rivales a superar en todos
los ámbitos posibles. Representa a aquél sector que ha podido canalizar
positivamente nuestra rivalidad. Mientras que, del otro lado, aquellos que apuntan
a Chile como una “amenaza” son los que hacen sonar los tambores de guerra en
cada incidente, los más reticentes a integrar globalmente nuestras economías y a
permitir la entrada de capital chileno. En suma, serían aquellos que han
quedado más estancados en un nacionalismo del siglo XIX.
Reflexiones finales
La resolución de La Haya pondrá a chilenos y peruanos en una
nueva etapa en la que no tenemos temas fronterizos por resolver. Ya no
existirán cuerdas separadas, solo una cuerda que pasaría por la integración
global como socios estratégicos. Tal vez después de La Haya se podría pensar en
que la desconfianza estructural vigente entre ambos países continuará
reduciéndose en el tiempo. Recogiendo lo señalado en la encuesta binacional
realizada por GFK y Adimark, un 82% de peruanos y 76% de chilenos manifestaron
estar de acuerdo con plantear un futuro de cooperación; 76% de peruanos y 78%
de chilenos manifestaron su conformidad con el estrechamiento de lazos
económicos; y un 90% de peruanos y 93% de chilenos opinó que ambos pueblos se
debían guardar mutuo respeto.
Este último factor, la integración entre pueblos, constituye
la clave para reescribir nuestros libros de historia. En la actualidad se
vienen desarrollando una serie de actividades que buscan fomentar acercamientos
entre diversos sectores de ambas sociedades. Además de los esfuerzos a nivel de
gobiernos y políticos, cabe destacar otras iniciativas. Por ejemplo, a nivel
académico, además de la Cátedra Binacional
mencionada al inicio, se debe destacar el Proyecto "Generación de Diálogo
entre Chile y Perú", conformado por el Instituto de Estudios
Internacionales de la Universidad de Chile y el Instituto de Estudios Internacionales
de la PUCP (con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer). Esta iniciativa
buscar generar espacios de diálogo y cooperación entre diversos actores de
ambos países. Muchas de las citas consignadas en el presente trabajo se han
extraído de las publicaciones realizadas en el marco de este proyecto.
También se deben
destacar iniciativas de integración a nivel de la curia de ambos países (El
Comercio, 20/07/13); encuentros de jóvenes (que incluye también la
participación de bolivianos); e incluso eventos artísticos binacionales, como
el encuentro de músicos chilenos y peruanos denominado “Vientos de amistad” (La
República, 25/12/12). Todas estas iniciativas desmuestran una mayor
madurez de diversos sectores de ambas sociedades para limar las asperezas existentes,
conscientes de que el futuro de Perú y Chile se encuentra inexorablemente
ligado y resulta necesario interiorizar una mirada mutua más constructiva.
La cuestión pasa por cómo pueda canalizar el fallo cada
país, principalmente Chile, que podría perder territorio marítimo que ha estado
ocupando de facto. Chile debe tomar en cuenta la importancia del Perú como
socio estratégico para canalizar adecuadamente el fallo si sale perdedor.
Que Chile pueda procesar adecuadamente el fallo de La Haya,
en caso pierda, tendría un impacto positivo para el Perú en nuestra percepción
de los chilenos, lo cual sería un gran avance para diluir las desconfianzas
existentes (mucho más impacto del que tendría, por ejemplo, la devolución del
Huáscar). Queda en el aire cómo se procesará en cada país el fallo, pero si algo
demuestra el presente trabajo es que nunca antes como ahora han confluido todas
las condiciones para que ambos países dejen de lado las desconfianzas y comiencen
a mirarse más positivamente, recordando su origen y objetivos comunes.
Para el Perú, el proceso actual representa una gran
oportunidad también para que esos factores que determinaron nuestra derrota en
el pasado (nuestra falta de articulación y cohesión nacional, nuestra
diversidad cultural no asimilada positivamente, nuestra madurez política y
civil) puedan solucionarse o avanzar sobre ellas. De otra manera seguiremos
cayendo en la fácil solución de culpar de nuestros problemas al “enemigo”
eterno, dejando de lado lo que nosotros tenemos que hacer para avanzar como
sociedad.
Bibliografía
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[1] Sin
embargo, ese problema ya había sido puesto en
conocimiento del gobierno peruano en 1995, y luego de dar las
explicaciones diplomáticas correspondientes, se dio por superado el hecho por
parte de ambos gobiernos (Rodríguez, 2006).
[2] Por
ejemplo, tras el incidente de la pinta de grafitis por chilenos en Cusco, el
presidente Lagos trató de minimizar los hechos, señalando que para los autores
“simplemente era una pared bonita que se podía pintar” (Rodríguez, 2006, pag.
191).
[3] Este
Tratado incluye cuestiones relacionadas con propiedad intelectual, derechos de
las empresas transnacionales y derechos laborales. Ello ha generado
cuestionamientos tanto en Perú como en Chile.
[4] Más allá
de cualquier valoración o crítica sobre este modelo económico, lo cual no es
objetivo del presente trabajo.